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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mayo y junio

Las presidenciales francesas de hoy tienen tan claramente definido quién será el vencedor, que ya se piensa en la virtual tercera vuelta de junio: serán las legislativas del mes próximo las que dirán qué opinan los franceses de la cohabitación que durante cinco años ha obligado a un presidente de derechas a soportar a un jefe de Gobierno de izquierdas, y viceversa. El electorado dictará entonces su veredicto sobre estas presidenciales. Si destruye la cohabitación, dando al presidente la posibilidad de gobernar a su guisa, la inevitable victoria que va a obtener Chirac ante el dirigente del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, lucirá mejor; si, por el contrario, se produce la recuperación socialista y se mantiene la cohabitación, o incluso la Asamblea Nacional se encuentra con una disputada mayoría, el tanteo por el que haya vencido el líder gaullista se verá en toda su relatividad coyuntural. Los sorprendentes resultados de la primera vuelta han creado una situación singular en la que se va a ver obligada a votar a Chirac toda aquella izquierda que logre reprimir sus deseos de refugiarse en la abstención. Todo el esfuerzo mediático de estos días ha estado encaminado a estimular una participación masiva que cierre el paso al ultra que un día dijo que 'las cámaras de gas nazis eran sólo un detalle de la historia', y que ha abogado por recluir en campos especiales a todos los inmigrantes ilegales de Francia para expulsarlos.

Esto hace que Chirac vaya a recibir una votación muy superior a la que suman sus fieles. Entre el 75% y el 85%, según los sondeos. Está claro que Francia no está exactamente entusiasmada con que Chirac disfrute de cinco años más en el Elíseo. El bono de sufragios realmente suyos no pasará de un tercio del electorado. Por eso, el resultado del domingo habrá que examinarlo con una regla de cálculo muy especial. Por encima del 75% para Chirac, será evidente que la movilización contra Le Pen habrá sido francamente masiva, si, como se espera, la asistencia a las urnas pasa del 80%.

Más allá de esta aritmética coyuntural, lo que queda es que, con gran probabilidad, el Frente Nacional no va a desaparecer del horizonte en fecha próxima. Y que ni siquiera el que obtenga muy pocos escaños en las legislativas le va a hacer tanto daño, puesto que le permitirá, de nuevo, vociferar que es el sistema mayoritario el que le priva de una representación acorde con su fuerza popular. ¿Cuánto es esa fuerza? En torno al 15%, aunque las coaliciones en segunda vuelta de las próximas legislativas para aislar a Le Pen reduzcan drásticamente su botín de diputados.

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Durante quince días los franceses han escuchado todas las explicaciones posibles de las razones del sorprendente resultado de la primera vuelta. La división del electorado natural de la izquierda fue la causa inmediata de la insólita clasificación de Le Pen -por 200.000 votos- como finalista; pero queda por explicar por qué muchos electores siguieron el juego -como si las elecciones lo fueran- y también si el ascenso de la extrema derecha, tras el registrado en Austria, Holanda, Bélgica, Italia, Dinamarca, es un aviso coyuntural o el síntoma de corrientes más de fondo, retenidas hasta ahora por el sistema electoral.

Eso se sabrá en las elecciones legislativas de junio, pero comenzará a verse en las de hoy. En el nivel de abstención, en primer lugar. Pero también en el resultado que consiga Le Pen: si en número absoluto de votos supera o no los que hace dos semanas sumaron su candidatura y la de su ex socio Mégret.

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