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Reportaje:

La bomba de tiempo de la xenofobia

La noticia apenas ocupó unas líneas en los periódicos locales. El titular decía que un joven lituano había matado a otro en el piso que compartían en Motril, provincia de Granada. Sólo en el último renglón se dejaba caer que aquel hombre se había desangrado lentamente, durante horas y horas, delante de sus otros tres compañeros de piso, esperando que la hemorragia se cortara sin más, un milagro que finalmente no se produjo. Laimona Varasinskas, un lituano de 27 años, falleció víctima de la puñalada que le asestó su amigo Igoris, de 20 años, con quien aquella madrugada había compartido mucha juerga y demasiado alcohol, pero no sólo por eso. Varasinskas no tenía papeles y prefirió ir muriéndose poco a poco a que lo expulsaran del país.

Los españoles figuran entre los europeos menos xenófobos. Sólo un 4% se declara intolerante con las minorías étnicas, frente a un 14% de la UE
La renta española por habitante es cinco veces la de Marruecos. Ésa es la razón de que sigan viniendo, pese a los muertos del Estrecho y las mafias
Si hay un ejemplo claro del peligroso círculo de marginación, xenofobia y delincuencia, una bomba de relojería a punto de explotar, está en Palos de la Frontera
Según el CIS, el 51% de los españoles cree que la inmigración tiene que ver directamente con el incremento de la delincuencia, frente a un 35% que piensa que no
Jesús García Calderón: 'El inmigrante detenido ha sido a la vez ejecutor de delitos y víctima de hechos mucho más graves, como el tráfico ilegal de personas'
Los españoles son todavía tolerantes, más cuanto más nivel de estudios posean y más a la izquierda se sitúen políticamente

Historias así casi nunca trascienden. Son, junto a las lápidas de los ahogados sin nombre que hay en Tarifa o a las pateras azules abandonadas en las playas, la letra pequeña de la inmigración, los dramas que enseguida se olvidan. Lo que sí va quedando grabado en el subconsciente de la opinión pública es la siguiente ecuación: a más inmigrantes, más delitos. Tan es así que un 51% de los españoles -según una encuesta muy reciente del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS)- considera que el aumento de la inmigración tiene que ver directamente con el incremento de la delincuencia, frente a un 35% que no está de acuerdo. La pregunta, por tanto, es obvia: ¿sucederá algún día en España lo que acaba de ocurrir en Francia, donde un partido xenófobo acaba de conseguir respaldo suficiente para disputar la presidencia a Jacques Chirac? Varios informes internos del Centro de Análisis y Prospectiva (CAP) de la Guardia Civil ya hablan de la xenofobia como 'un peligro permanente'.

El último de esos informes lleva la firma de Juan Avilés Farré, catedrático de Historia Contemporánea de la UNED y director del citado centro de análisis. 'No se trata', dice, 'de convertir a los inmigrantes en cabezas de turco a los que atribuir toda la responsabilidad por el incremento del delito, pero tampoco podemos fingir que el problema no existe'. 'De hecho', añade, 'hay una relación innegable entre inmigración y delito. De lo que se trata es de analizar adecuadamente esa relación, a fin de diseñar políticas que nos eviten caer en un círculo vicioso de marginación, xenofobia y delincuencia'.

Un círculo peligroso

Si hay un ejemplo claro de ese círculo tan peligroso, una bomba de relojería a punto de explotar, está en Palos de la Frontera, provincia de Huelva, y en los pueblos de alrededor. 'Aquí siempre hemos recibido gente de fuera para la recogida de la fresa', dice Carmelo Romero, alcalde de Palos por el PP y diputado andaluz; 'antes venían temporeros de otras provincias, de Sevilla, de Cádiz, de Badajoz... Conforme ellos fueron dejando de venir, llegaron de otros países, marroquíes sobre todo, y también gitanos portugueses, algunos con papeles y otros sin ellos'. El problema surgió cuando tres organizaciones agrarias -Asaja, Coag y Freshuelva- decidieron viajar a Polonia y Rumania para contratar mano de obra, principalmente mujeres. Los temporeros de otros años, magrebíes y subsaharianos, pero también algunos portugueses de raza gitana, se quedaron con un palmo de narices y sin trabajo. Ahora, en su lugar, 6.000 mujeres polacas y 1.000 rumanas trabajan de siete de la mañana a dos de la tarde por un jornal de 28,77 euros y una habitación donde descansar. Ellos, en cambio, más de 5.000 hombres solos llegados de África, malviven debajo de chabolas levantadas con palos y plásticos, a orillas de la carretera, sin más comida que las bolsas de caridad ni más entretenimiento que su desesperación. 'La gente del pueblo empieza a estar asustada', reconoce el alcalde; 'tenga usted en cuenta que aquí somos 7.800 habitantes, y ya hay más de 10.000 inmigrantes entre nosotros. No somos racistas, estamos acostumbrados a convivir con gente de fuera, pero el magrebí es muy difícil de integrar. No hemos tenido problemas con las polacas, ni con los suramericanos, ni tampoco con los negros, pero con los marroquíes... Ya ha habido algunos robos, ¿sabe? Pero no creo que pase aquí lo de El Ejido. Sobre todo porque, por ahora, están teniendo problemas entre ellos, aún no se han metido contra la población'.

Quizá sin quererlo, el alcalde de Palos ha puesto el dedo en una de las llagas abiertas de la inmigración. Una de las preguntas que sugieren sus declaraciones es: ¿contra quién delinquen los inmigrantes? Según el fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Jesús García Calderón, habría que empezar por considerar la doble condición del inmigrante. 'En muchas ocasiones', explica, 'el inmigrante detenido es a la vez ejecutor y víctima de delitos, pero con sensibles diferencias. Su autoría se suele centrar en pequeños robos o en delitos contra otros inmigrantes, porque existe todavía una especie de barrera que le impide atentar contra el español. Él, en cambio, es víctima de hechos mucho más graves, como el tráfico ilegal de personas'. Por eso, García Calderón insta a que se diferencie muy bien entre inmigrante y extranjero, entre delitos vinculados a la inmigración y delincuencia extranjera pura y dura. Y a partir de ahí, que se otorgue al inmigrante un estatus propio que incluya más comprensión. 'Parece que nadie', dice el fiscal jefe, 'ha intentado colocarse en la posición del inmigrante. Hay que tener en cuenta que la lucha por sobrevivir dignifica al hombre y, por tanto, la persecución del inmigrante parte de una deficiencia moral muy importante'.

La otra noche, en Granada, cuando el fiscal volvía a su casa paseando después de cenar, se topó con una pareja de jóvenes de aspecto extranjero que rebuscaban en la basura de El Corte Inglés yogures caducados. Se acordó entonces del caso de los lituanos. 'Aquel muchacho', reflexionó, 'pidió a sus compañeros que no lo llevaran al hospital. Sabía que la policía terminaría enterándose y los podría repatriar a todos. Al final, él murió y los demás fueron acusados de un delito de omisión de socorro. Es terrible. Tenían limitados sus derechos de tal forma que no fueron capaces de llamar a la policía para evitar la muerte del amigo'.

La clave del asunto

Ésa es, a juicio del fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, la clave del asunto: 'No pueden estar aquí personas a las que no seamos capaces de garantizar sus derechos fundamentales'.

Aun así, otros jóvenes lituanos ya están de camino. Y cada noche, haga calor o frío, decenas de inmigrantes de piel oscura intentan atravesar el Estrecho y colarse en Europa por las playas del Sur. Nunca se sabrá cuántos lo consiguen, pero basta la cifra de los que no para constatar que el éxodo es imparable: sólo durante 2001, la Guardia Civil detuvo a 85.396 inmigrantes en el trance de entrar en España, lo que arroja una media de 233 al día, casi 10 a la hora. En los tres primeros meses de este año ya son 24.118 los inmigrantes detenidos intentando entrar en España; de ellos, 19.458 en los perímetros fronterizos de Ceuta y Melilla. A ellos hay que sumar los 17 cadáveres rescatados en los dos naufragios de los que se tienen noticias.

La razón de que, a pesar de las muertes en el Estrecho, el abuso de las mafias y lo incierto del futuro, cientos de africanos o suramericanos sigan intentando entrar en España a toda costa es la misma que la que convierte al río Grande en un trasiego constante. Si la frontera entre Estados Unidos y México ha sido utilizada tradicionalmente como el ejemplo de la distancia que separa el norte del sur, en el caso de España y Marruecos el abismo es todavía más grande. En 1999, la renta española por habitante era más de cinco veces superior a la marroquí, mientras que la de Estados Unidos era casi cuatro veces mayor que la de México. Eso sin contar que debajo de Marruecos hay todo un continente llamado África.

El último informe interno de la Guardia Civil empieza por demostrar, con gran profusión de datos, un hecho que a veces se le olvida a la opinión pública y que se debería tener muy presente para evitar tentaciones xenófobas. 'La tesis de este ensayo', escribe el profesor Avilés Farré, 'es que la inmigración representa efectivamente uno de los mayores retos a los que España se enfrenta a comienzos del siglo XXI. No se trata, pues, de una opción; no podemos escoger si queremos o no inmigración. Por motivos demográficos irreversibles, a medio plazo no podemos prescindir de los inmigrantes, a no ser que deseemos poner en peligro nuestro progreso económico'. O lo que es lo mismo: la natalidad en España ha venido cayendo ininterrumpidamente desde 1976, año en el que hubo 677.000 nacimientos, hasta 1998, en el que sólo se produjeron 365.000. Si se tiene en cuenta que esa generación, la más reducida de todas, no se incorporará al mercado de trabajo hasta 2016, se puede deducir fácilmente lo que señala el estudio: 'Durante los próximos lustros nos vamos a encontrar con una creciente escasez de jóvenes que, de no ser paliada por la inmigración, conduciría no solamente a una crisis del sistema de pensiones, sino a una desastrosa pérdida de dinamismo en nuestra economía'. 'Vamos, pues', añade, 'a necesitar muchos inmigrantes, y no sólo, como hasta ahora, para realizar aquellos trabajos que los españoles prefieren evitar, sino también para puestos cualificados'.

Inmigración y seguridad

De ahí que, desde hace varios años, el Centro de Análisis y Prospectiva venga elaborando una serie de estudios sobre inmigración y seguridad. En lugar destacado figura un capítulo dedicado a la percepción que tiene la opinión pública de la inmigración. Se sabe, por ejemplo, que los españoles figuran entre los europeos menos xenófobos. Sólo un 4% se declara intolerante con las minorías étnicas, frente a una media del 14% en el conjunto de la UE (ver gráfico adjunto). 'O a lo mejor es que nosotros', bromea el profesor Avilés, 'somos más políticamente correctos que los europeos a la hora de contestar las encuestas'. También hay diferencias entre los españoles. Según de dónde se sea, el nivel de estudios o la posición política, se está más o menos a favor de compartir la tierra con los que van llegando. Teniendo en cuenta que, en asuntos de inmigración, cualquier dato que no sea de ayer ya es viejo, parece que los españoles son todavía tolerantes, más cuanto más nivel de estudios poseen y más a la izquierda se sitúan políticamente -siempre según las encuestas sucesivas del CIS-. En cualquier caso, lo que a los expertos más preocupa es la radicalización en un asunto tan delicado como éste. Según el fiscal García Calderón, falta objetividad. 'Todo el mundo', dice, 'tiene una postura y la mantiene hasta los límites de la razón'.

Suele pasar en los conflictos vecinales con inmigrantes. Los dirigentes políticos de uno y otro signo se enrocan en sus respectivas tesis y dejan a los protagonistas de la disputa -inmigrantes recién llegados y vecinos de los de toda la vida- a la intemperie de sus problemas. 'Y la negación de la realidad genera mucha radicalidad', advierte el fiscal. Es quizá lo que está pasando ahora en Premià de Mar (Barcelona), lo que dio lugar a los sucesos de El Ejido y lo que está sucediendo en Francia. Por ello, el profesor Avilés propone que se asuma sin complejos la nueva realidad y a partir de ahí se actúe correctamente.

La madrugada del sábado pasado, una patrullera de la Guardia Civil se acercó a una lancha semirrígida que, abarrotada de inmigrantes magrebíes, intentaba alcanzar la orilla española. Un guardia les dio el alto y los jóvenes que la ocupaban obedecieron. Otro de los agentes, al reconocer a una de las mujeres, le preguntó con media sonrisa: '¿Otra vez por aquí?'. La joven, bien vestida, sonrió y bajó la cabeza. 'Muchos de ellos', dice el guardia, 'son viejos conocidos, lo intentan una y otra vez hasta que lo consiguen. Quieren huir de su país como sea. Tenga usted en cuenta que hace años emigraron otros que ahora vuelven en Mercedes. Porque, claro, de los que se ahogan no se acuerda nadie'.

Medidas para la integración

La juventud de la emigración que llega de Marruecos o de los países más lejanos de África o de América tiene mucho que ver con la delincuencia que se les atribuye y, por consiguiente, con el rechazo que generan. 'Son varios factores', detalla el profesor Avilés, 'los que provocan que los inmigrantes caigan en el delito. Pero, sin lugar a dudas, en primer lugar está la edad. La gente delinque entre los 15 y los 30 años, y en esa franja está la edad de los inmigrantes que llegan a España. En segundo lugar está la posición social. Es más fácil, aquí y en cualquier lugar del mundo, que caigan en el delito las clases sociales más bajas, los que tienen necesidad. En tercer lugar está el desarraigo...'.

De ahí que entre las medidas que propone el Centro de Análisis y Prospectiva para asimilar la inmigración y evitar los brotes de racismo y xenofobia haya una mezcla de seda y percal. 'Los extranjeros, como los españoles', aconseja el informe, 'deben someterse al imperio de la ley, lo que significa que no deben permitirse prácticas atroces, como la ablación genital, o simplemente ilegales y perjudiciales, como la desescolarización femenina. En cambio, deben respetarse sus tradiciones culturales diferenciales, incluido probablemente el uso público, e incluso escolar, del velo femenino'.

Al atardecer de Palos, cuando ya no hay nadie en los campos de fresas, la carretera que va de Mazagón a Huelva se llena de inmigrantes que van y vienen por el arcén de la carretera. Algunos hacen autoestop. Basta con aguardar unos segundos para saber, sin esperar al último sondeo del CIS, qué tipo de emigración prefieren los españoles, hacia qué color de piel guardan menos recelos. 'Hay que hacer un gran esfuerzo colectivo', pide el estudio del profesor Avilés, 'para difundir, especialmente entre los más jóvenes, los valores de tolerancia y solidaridad que son la base de la convivencia. Los estereotipos peyorativos aplicados a los inmigrantes deben ser evitados'.

Entretanto, frente a la gasolinera de Palos, dos marroquíes esperan desde hace rato que algún coche les lleve. No tuvieron problemas las polacas, ni tres colombianos muy simpáticos, ni tampoco dos jóvenes africanos. Pero, al menos esta tarde, nadie quiere subir en su coche a esos dos vecinos de ahí enfrente.

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