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Reportaje:

El crimen de Montse, ¿caso cerrado?

Cómo se llevó a cabo la investigación y cuáles fueron las pruebas reveladoras que arrojan luz sobre cómo se produjo el brutal asesinato de la niña de Almería.

Patricia Ortega Dolz

Una niña de siete años brutalmente asesinada: Montserrat Fajardo. Un hombre ahorcado que resultó ser su tío: Antonio Santiago. La esposa de éste y también tía de la niña, detenida y en prisión desde el 19 de Marzo: Juana Santiago. Otra tía abuela de la pequeña, detenida y en prisión desde el 23 de marzo: Engracia Santiago. Y, por último, la hija de 11 años del matrimonio Santiago y prima de la niña asesinada: testigo del asesinato y con protección policial. Éstos son los protagonistas de un crimen que se desarrolla en el seno de una familia gitana. Ocurría hace ya 14 días en la barriada almeriense de Piedras Redondas, un puñado de casas encaladas construidas sobre un cerro con privilegiadas vistas al cementerio, en las afueras de la ciudad. 'El móvil no es siempre lo más importante a la hora de resolver el caso', comenta un policía de la investigación. 'Las múltiples pruebas encontradas y la forma en que se suceden los acontecimientos son los que pueden llevar a su resolución', apuntaba.

'El móvil no es siempre lo más importante a la hora de resolver el caso', según un policía
Para la policía el caso está cerrado, pero sigue pendiente una pregunta: 'Por qué la mataron'
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Fue la tarde del 17 de marzo. Montserrat Fajardo había acudido acompañada de su madre y junto con otra veintena de familiares al cuarto cumpleaños de su primo Juan Carlos. Lo celebraban en la casa del niño, que da a la plaza de Santa Fe: una explanada de tierra que es la puerta de entrada y salida del barrio, con un kiosko de golosinas y unos cuantos bancos deteriorados.

La madre dejó a la niña allí- -'En casa de su primillo, como tantas otras veces', decía la abuela paterna el viernes- y se volvió a su casa, apenas 100 metros más arriba. Hacia las siete de la tarde bajó a recogerla, pero ya no estaba. Montse había desaparecido. A las ocho sonaba un teléfono en la comisaría provincial de Almería y un familiar de la pequeña avisaba de que la niña no aparecía desde hacía ya una hora.

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Minutos más tarde, varios dispositivos de la policía y numerosos vecinos buscaban a la niña. Durante horas peinaron la zona -medio kilómetro escaso de diámetro- casa por casa, interrogando a vecinos y familiares: ¿Dónde y quién vio a la niña por última vez?

Frente a lo que se había dicho hasta ahora de que la niña fue vista por última vez cerca de la Plaza de Santa Fe, fuentes de la investigación aseguran que algún vecino la vio en la parte alta del barrio, muy cerca de la casa de su tía Juana Santiago y algo más lejos de la de sus abuelos maternos. Se estaba comiendo una bolsa de gusanitos. 'Eso muestra que estaba allí tranquilamente y que probablemente subió acompañada por alguno de los familiares que viven por esa zona', razona el policía.

Transcurrieron seis horas de búsqueda y todo esfuerzo fue en vano. Pero, de pronto, hacia las dos de la madrugada, como de la nada: una enorme caja de cartón aparece en la esquina de la calle Sierra de Fondón, a escasos cuatro metros del número 130, el penúltimo de la calle, donde vivía hasta entonces el matrimonio Santiago, los tíos de la niña. En un momento los peores augurios se concentraron en esa caja, y se confirmaron segundos más tarde: el cadáver de la pequeña, semidesnuda y con visibles signos de violencia, estaba dentro. 'Tenía múltiples heridas de arma blanca y partes del cuerpo desfiguradas como consecuencia de alguna sustancia disolvente', recuerda el policía.

La explicación policial de los hechos es la que sigue: la repentina aparición del cadáver, dentro de una caja de cartón y en un lugar por el que minutos antes habían pasado múltiples personas buscando a la niña, indicaba que alguien acababa de dejarla allí. Pero lo más importante: el estado perfecto de la caja, sin ninguna deformación, a pesar del peso de la pequeña, prueba que la transportó hasta allí más de una persona y que para no ser vistos por nadie, probablemente una tercera estaría vigilando la zona.

Pero la caja da aún muchas más pistas. 'El lugar en el que aparece es crucial para percatarse de la precipitación y la improvisación que caracterizan todo el crimen', explica minuciosamente el policía. Se refiere a que la calle Sierra de Fondón acaba en el número 132. En esa esquina termina el barrio de Piedras Redondas. Lo que hay a continuación es un descampado en el que hay varios bidones de basura, y después ya comienzan las viviendas del barrio contiguo, conocido como el de Los Almendricos, en el que viven los abuelos maternos de la niña. 'Si alguien quiere deshacerse de un cadáver y lleva coche, no pararía su vehículo para dejarlo en un sitio tan visible, cerca de las viviendas de tantos vecinos alterados, donde es más probable que pueda ser visto. Estando ya en los confines del barrio y cerca de unos bidones de basura, habría intentado dirigirse hacia ellos o irse aún más lejos. Es decir, que lo lógico es pensar que quien dejó allí el cadáver lo hizo porque se vio sorprendido cuando llevaba el muerto a cuestas', argumenta el agente.

Y aún hay más. La caja tiene un nombre, que conduce a los agentes hasta un supermercado situado calle abajo. Allí ven que las cajas corresponden a unas mesas que venden y, tras solicitarle los albaranes de la caja registradora a la dueña del comercio, se percatan de que el matrimonio Santiago compró una de las mesas que venían en ellas. Apenas han pasado 15 horas desde que se encontró el cadáver de Montse y las principales sospechas se concentran ya en el 130 de la calle Sierra de Fondón.

Se pone en marcha la solicitud de una orden de registro de la casa de los tíos de la niña. Mientras, se interroga a todo el vecindario, incluidos a los sospechosos, que permanentemente eluden a la policía con la excusa de que son de la familia de la niña asesinada y tienen que acompañar al resto de sus parientes. No obstante, se establece una vigilancia frente a la casa para evitar que puedan deshacerse de posibles pruebas que se encuentren en el interior de la vivienda. Las declaraciones de los vecinos son las que constatan que otra tía abuela de la niña, Engracia Santiago, estuvo allí la noche del crimen, pese a que vivía en la parte baja del barrio. Varias personas la vieron.

Las escenas de dolor se han sucedido desde la madrugada. Nadie se lo explica. Y, apenas pasadas 24 horas desde la aparición del cadáver, cuando la policía está a punto de conseguir la orden de registro de la casa del matrimonio Santiago, un grupo de colegiales de excursión encuentran ahorcado a Antonio Santiago, el tío de la niña. Colgado de un alambre doble en un árbol de lo que se conoce como el Pinar de Lucas, una docena de pinos en medio de un vertedero a un kilómetro escaso del barrio de Piedras Redondas. 'La autopsia no deja lugar a dudas: fue un suicidio', asevera el policía.

Los rumores han corrido en relación a esta segunda muerte, que para muchos era otro asesinato enmascarado. Antonio Santiago era un militar del ejercito prejubilado. 'Era un pobre hombre. Incapaz de hacer ni eso, ni na', comentaban los vecinos y los familiares de la niña asesinada. 'Le quedó una buena paga, cerca de 260.000 pesetas. Pero la bruja de la Juana [su mujer] le daba cien duros cada día pa tabaco y pa café. To lo demás se lo quedaba ella que no hacía na, más que comer y beber', contaban. Pero, tan cierto es que esta impresión de hombre pusilánime, dominado, apocado... es la que dejó Antonio Santiago para todo el barrio hasta su muerte, como cierto es que nadie pensó nunca que tuviera agallas para suicidarse como lo hizo: vistiéndose con sus mejores galas, trepando hasta la rama, atando a ella un alambre doble, anudándolo a su cuello y dejándose caer lentamente.

Unos montones de sal, encontrados a unos 15 metros del cadáver incrementaron los rumores sobre esta muerte. 'La sal al lado de un muerto significa, dentro de la cultura gitana, que se ha hecho justicia', explicaban los más entendidos. Pero la lógica policial tira por tierra la hipótesis del ajusticiamiento: 'La sal estaba allí para el ganado que pasa diariamente. No tiene la más mínima importancia', asegura el agente.

Tras el levantamiento del cadáver de Antonio Santiago, la policía invita a su mujer, Juana Santiago, a salir de la casa donde se velaba el cuerpo de la niña. La conduce hasta la comisaría donde es interrogada e informada de la muerte de su marido y, finalmente, con la orden de registro en la mano, le piden que les acompañe a su casa, el 130 de la calle Sierra de Fondón. 'Había restos de sangre y huellas por todas partes', recuerda el policía. 'Restos de sustancias, sosa o ácidos, que debieron utilizar en su intento de hacer desaparecer el cadáver. No pierda de vista que pasaron muchas horas [seis]. La niña murió desangrada y dentro de la casa, por eso apenas había restos de sangre en la caja de cartón donde fue encontrada', explica el agente.

Juana Santiago era detenida ese mismo día, e ingresada en prisión al día siguiente, como encubridora de la muerte, según fuentes policiales. Engracia Santiago, su madrastra, quien la crió desde pequeña, era detenida al día siguiente y, tras prestar declaración, también ingresó en prisión. Las múltiples pruebas encontradas incriminan a las dos detenidas y no hay duda de que ambas participaron en el crimen, como reconocieron ellas mismas según revelaron fuentes policiales. Por eso, para la policía el caso está cerrado y sólo queda esperar la confirmación y la validez de las pruebas obtenidas que serán utilizadas en el juicio. Pero hay una pregunta que sigue estando pendiente: ¿Por qué mataron a la niña?

Todavía hay un elemento clave en la investigación del que apenas se ha hablado: el cuerpo de la niña. Fuentes próximas a la investigación han revelado que la autopsia, sobre la que se ha mantenido un total hermetismo hasta ahora, aparte de mostrar que murió desangrada, dice más cosas. Dice que la niña tenía vida cuando sufrió las puñaladas, dice que hubo ensañamiento y dice también que algunas de las heridas de arma blanca son poco profundas para haber sido asestadas por un adulto.

El desarrollo de la investigación policial, las pruebas y el encadenamiento de los hechos nos conducen a terribles preguntas, que incluso fuentes cercanas a la investigación han formulado pero que hasta hoy nadie se ha atrevido a responder: ¿No terminarían adultos aterrorizados lo que empezó siendo una acción tan cruel como infantil? ¿Pretendía Antonio Santiago autoinculparse para salvar a alguien con su suicidio? ¿A quién encubre Juana Santiago?

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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