Una señal interesante desde Riad
Como hiciera el presidente de Egipto en 1977, el príncipe heredero saudí utilizó una conversación con un columnista de EE UU para lanzar su plan de paz de los árabes con Israel
Hace unas semanas escribí un artículo en el que sugería que los 22 miembros de la Liga Árabe, que celebrarán su cumbre en Beirut los días 27 y 28 de marzo, hicieran una propuesta clara y rotunda a Israel para salir del punto muerto entre israelíes y palestinos: a cambio de la retirada total de Israel a las líneas del 4 de junio de 1967 y el establecimiento de un Estado palestino, los 22 miembros de la Liga Árabe ofrecerían al Estado judío plenas relaciones diplomáticas, la normalización del comercio y garantías de seguridad. La retirada total, tal como dicta la Resolución 242 de la ONU, a cambio de la paz total entre Israel y todo el mundo árabe. ¿Por qué no?
Me encuentro en Arabia Saudí de visita, como parte de la iniciativa emprendida por dicho país para intentar explicarse mejor ante el mundo, después de que se descubriera que había 15 saudíes involucrados en los atentados del 11 de septiembre. De forma que aproveché la ocasión de una cena con el príncipe heredero y gobernante de hecho de Arabia Saudí, Abdalá Ben Abdulaziz al Saud, para tantear esta idea de la propuesta de la Liga Árabe. Sabía que Jordania, Marruecos y varios miembros importantes de la Liga habían hablado de ella en privado, pero no se habían atrevido a abordarla en público hasta que alguno de los grandes -Arabia Saudí o Egipto- diera el primer paso.
Cuando le planteé la idea, el príncipe heredero me miró con falso asombro y dijo: '¿Ha estado mirando en mi mesa?'.
'No', respondí, sin saber de qué hablaba.
'Se lo pregunto porque eso es exactamente en lo que he estado pensando: retirada total de todos los territorios ocupados -tal como dictan las resoluciones de la ONU-, incluida Jerusalén, a cambio de la plena normalización de las relaciones', me explicó. 'He redactado un discurso en ese sentido. Mi idea era pronunciarlo en la cumbre árabe e intentar que todo el mundo árabe apoye la propuesta. El discurso está escrito y está en mi mesa. Pero cambié de opinión sobre la idea de pronunciarlo cuando Sharon llevó la violencia y la opresión a un nivel sin precedentes'.
'Ahora bien', añadió, 'si llamara en este momento por teléfono y pidiera que le leyera alguien el discurso, vería usted que es prácticamente idéntico a eso de lo que está hablando. Quería encontrar la forma de dejar claro al pueblo israelí que los árabes no sienten rechazo ni desprecio por él. Lo que sí rechazan los árabes es lo que sus dirigentes están haciendo ahora con los palestinos, que es inhumano y opresivo. Y me pareció que ésta era una señal posible para el pueblo israelí'. Me alegraba saber que Arabia Saudí tenía esa opinión, pero ¿cuántas veces en el pasado hemos oído decir a los dirigentes árabes que estaban a punto de hacer esto o lo otro, pero que Ariel Sharon o algún otro líder israelí había interferido? Al cabo de un tiempo, es difícil tomarles en serio. Así que pregunté: '¿Y si Sharon y los palestinos acordaran un alto el fuego antes de la cumbre árabe?
'El discurso está escrito, y sigue en mi cajón', contestó el príncipe heredero.
Todo esto lo cuento con la mayor sobriedad posible, sin demasiados entusiasmos ni esperanzas poco realistas. Lo que me intrigó de los comentarios del príncipe heredero no fueron sólo sus ideas -que, si llega a expresarlas, serían un avance respecto a todo lo que la Liga Árabe ha propuesto hasta ahora-, sino el hecho de que surgieran en mitad de una larga conversación off the record. Le sugerí que, si estaba tan convencido de esas ideas, aunque fueran en forma de borrador, debería hacerlas públicas, ya que sólo entonces le tomarían en serio. Me dijo que lo pensaría. Al día siguiente me llamaron de su oficina para revisar lo que había dicho el príncipe, y dijeron: 'Adelante, hágalas públicas'. Así que aquí están.
Al príncipe heredero Abdalá se le considera el más acérrimo nacionalista árabe de todos los dirigentes saudíes y el menos tocado por la corrupción. Tiene un gran número de seguidores dentro y fuera del reino y, si pronunciara ese discurso, tendría auténtico impacto en la opinión pública árabe y en la israelí.
Me pareció que el príncipe insinuaba que, si el presidente Bush emprendiera una nueva iniciativa para la paz en Oriente Próximo, varios dirigentes árabes, incluido él, estarían dispuestos a hacer lo mismo.
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