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UN MUNDO FELIZ
Columna
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Goebbels está de moda

'Repite mil veces una mentira y se convertirá en verdad'. La frase, de Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler, surgida, imagino, de la práctica diaria de aquel régimen, ha resultado ser, con el paso del tiempo, una anticipada descripción de la realidad más actual. Goebbels está de moda. Publicitarios como Fréderic Beigbeder, autor de 13,99 euros (Anagrama), otro libro de moda, lo reconocen como maestro de publicitarios, aunque sea para criticarlo. Y Albert Speer, arquitecto favorito del Führer, explica en sus memorias (El Acantilado) como Goebbels incluso era capaz de neutralizar las consecuencias imprevisibles de las mentiras convertidas en verdad. La vida misma: hasta el melodrama más elemental no es otra cosa que ese juego del engaño, del autoengaño y del más allá del engaño. Goebbels fue, pues, un hombre realista, observador de las eternas debilidades humanas y un cínico practicante de la ética de la mentira. Un bárbaro con todas las de la ley para los que aún pensamos que sin un mínimo de confianza en los otros todo es parálisis.

Esta semana habría hecho las delicias del bárbaro. Haré un sucinto inventario. Comenzamos con un índice de precios al consumo (IPC) que no era el IPC, sino un invento para presentar el aumento de precios como una bajada. ¡Espléndida jugada de Mr. Rato! ¿Cómo no iba a saber él que los salarios, las pensiones y tantas otras cosas dependen de que el IPC suba o baje? Al grito de '¡España va bien!' se hace el milagro y todo es más barato de golpe; aunque nadie lo crea, así constará en el futuro. Y dentro de nada lo habremos olvidado, ¿verdad?

Seguimos con el tricampeón olímpico de no sé qué variante del esquí. El gran superhombre era un alemán converso al 'España va bien': nada más propio, por tanto, que un alemán se envuelva en la bandera española para recibir el oro y la fama. A Goebbels le hubiera encantado el desenlace; en aquella proeza no había un superhombre, sino un superfármaco. La ciencia es fabulosa, ¿verdad?

Luego llegó esa tenebrosa -por lo que hay debajo- historia de que Felipe González se había entrevistado con el Rey de Marruecos en secreto, y para fastidiar a Aznar, se sobreentiende. Llueve sobre mojado: nadie sabe, aunque todos podemos imaginarlo, por qué no vuelve a España el embajador marroquí. Pues bien, González asegura que no vio al Rey de Marruecos ni nada que se le parezca. Ah, pero ¿es que tiene credibilidad González? ¿Y el Gobierno? Todavía hay clases, amigos; unos mienten menos y mejor que otros. También lo dijo Goebbels.

En Cataluña, estos días, por cierto, la comidilla era lo que resumió este titular de EL PAÍS: La oposición asegura que PP y CiU fingen el distanciamiento, pero mantienen el pacto. Así llevamos meses: viendo como pacto y distanciamiento son compatibles y forman una verdad goebbelsiana. Y lo último ha sido la desautorización del presidente Bush a la oficina del Pentágono que pretendía divulgar noticias falsas. De esta simple manera, Bush pasa a ser el gran defensor de la verdad. Cosa que, como también es sabido, es imposible: su Gobierno se niega -eso son hechos- a desclasificar papeles que expliquen verdades de los años de Reagan y así desconozcamos la histórica tradición de la mentira en cadena.

Que los máximos defensores de la verdad sean los más grandes mentirosos es algo que Goebbels daba por supuesto. Era una gran verdad: hay pruebas. Los niños las perciben todos los días; la desconfianza se ha convertido en la verdadera Ley de Educación planetaria y en la madre de las relaciones individuales y colectivas. ¿Algo ancestral? ¿Qué mentiroso dijo 'piensa mal y acertarás'? Cuando los chicos de Operación Triunfo lleguen a Eurovisión y vean de qué va la cosa, Goebbels habrá culminado su tarea. Aunque sólo sea por puro egoísmo, amigos, os propongo reivindicar una, siquiera pequeña, porción de verdad. Sienta estupendamente.

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