El dandi con un solo traje
Yo estaba en Francia cuando los aviones derribaron las Torres Gemelas, y casi de inmediato empezaron a circular los chistes al respecto. No hay hecho tan trágico que no haga brotar chistes; es como si la invención circulara por un carril paralelo al de la piedad o el dolor, y sus frutos fueran irreprimibles, aun para un pueblo tan civilizado como el francés. Anónimos, son creaciones del lenguaje como el lenguaje mismo. Uno era el siguiente: Bin Laden y Bush corren una carrera por Manhattan. ¿Quién gana? Bin Laden. Porque lleva 'deux tours d'avantage'. Tours en francés quiere decir tanto 'torre' como 'vuelta'. Qué vaga tristeza me produce un chiste intraducible. Es como si me traicionara lo que más amo en el mundo. No sólo porque no puedo contarlo, de vuelta en Buenos Aires; es casi como si no pudiera contármelo a mí mismo, o tuviera que explicarlo al contarlo, con lo que la gracia se pierde, traspapelada en los momentos heterogéneos del chiste y la explicación. El humor o el ingenio dependen absolutamente del tiempo, de la oportunidad, y no sobreviven a los accidentes de una sucesión ordenada. O bien, quizá, transferí ahí la tristeza que debería haberme producido tanta muerte y destrucción. El chiste compensa la pérdida con una sonrisa, pero el chiste intraducible me devuelve a lo intratable e inmanejable de la realidad.
El arte y la historia se hacen con tiempo y nos hemos quedado sin los dos
Todo el mundo está de acuerdo en que los terroristas tuvieron suerte. Les salió diabólicamente bien. Voltear una torre ya era difícil, el éxito estaba sujeto a mil condiciones y azares. Pero las dos... Ése es otro punto intrigante: que hubiera dos. Los gemelos son un bloque de irrealidad dentro de la realidad, una especie de garantía cerebral reificada para precaverse contra la fragilidad de lo real. ('Ver doble' siempre es una aberración perceptiva). Todas las cosas están sujetas a la fugacidad de este 'mundo flotante', pero algunas, por duplicadas, tienen doble chance de sobrevivir. Sin embargo, los gemelos pueden morir juntos, produciendo una tensión de la realidad que la acerca a la ficción. 'Esas cosas sólo pasan en la realidad', decía Borges refiriéndose a lo novelesco.
Más triste todavía, mucho más, para mí, fue empezar a comprobar, en los días que siguieron, cuántos se habían adelantado a los hechos, en películas, novelas, letras de canciones, tapas de discos; y qué pocos iban a escribir algo que valiera la pena leer sobre lo que había pasado; una vez producido el hecho, la producción representativa se seca, el arte se desvía en otras direcciones. Lo triste es que ante los grandes hechos históricos, sorpresivos y espectaculares, que suceden ante nuestros ojos y cambian el mundo, los escritores se vean reducidos a decir 'eso ya lo escribí'. Peor todavía es que se muestren muy contentos con eso, como si hubieran cumplido con su función. En lugar del placer y la excitación de encontrar sus temas y sus formas en la Historia, se satisfacen con el melancólico e inútil trabajo de reivindicar su cualidad de profetas.
Eso también es una traición, porque la función social del artista, y su deseo más profundo, es hacer realismo. Pero hay que reconocer que técnicamente es más fácil, muchísimo más fácil, hacer profecías que hacer realismo.
No me refiero al viejo realismo positivista, chivo expiatorio o enemigo útil de todo vanguardismo, sino al realismo siempre nuevo y distinto, siempre en estado de nacimiento, que es el estímulo y punto de partida de la vocación del escritor. Lúkacs lo describió bien, hablando de Balzac o de Tolstói: no es la posición del que ve desde afuera la realidad, sino la del que se ha instalado en el núcleo que la genera, y habla y actúa desde allí. Para hacerlo es preciso practicar el amor fati de los antiguos dioses, la identificación con la realidad como Historia. ¿Y cómo hacerlo en nuestros tiempos de deshistorización y periodismo? ¿Cómo inventar nuevos realismos si se ha roto el vínculo creativo entre lo real y el artista? La deshistorización en resumidas cuentas consiste en invertir el curso del tiempo, y reemplazar la variedad incontrolable de lo que pasa por las tranquilizantes previsiones de lo que pueda pasar. En esos cálculos uno está limitado por las pequeñeces de la personalidad. Librado a su psicología, el escritor queda ante el mundo como el que quiere vestir bien en toda ocasión pero tiene un solo traje.
Deslizándonos a una consideración más frívola, es notable cómo ha ido perdiendo jerarquía, a lo largo de la historia, la representación artística de la guerra. Paolo Ucello o Leonardo todavía sostenían la comparación con los guerreros de la Antigüedad, de todas las antigüedades, orientales, occidentales y americanas. Las guerras napoleónicas ya vieron el desplazamiento del arte que conmemora las guerras a la pintura o escultura de género. En la Primera Guerra Mundial hubo una fugaz y local vuelta al gran arte, con los expresionistas. La Segunda dio ocasión de un último coletazo, con una generación de buenos fotógrafos reporteros, cuyo canon sigue vigente, a falta de otro; las fotos en color de Vietnam ya no fueron lo mismo. Hoy, no tenemos más que imágenes televisivas en bruto. El apuro por saberlo antes comprimió el tiempo hasta hacerlo desaparecer, cosa que se festeja como Simultaneidad: y como tanto el arte como la Historia se hacen con tiempo, nos hemos quedado sin los dos. O mejor dicho: nos quedamos sin esa confluencia de Historia y arte que llamamos realismo.
