Una tarde mozartiana

Inició su 32ª temporada la empresa de Alfonso Aijón y lo hizo con una nueva actuación del Concentus Musicus de Viena, fundado en 1953 por el berlinés Nikolaus Harnoncourt. Su programa, enteramente dedicado a Mozart, nos propuso la Sinfonía nº 21 en la mayor (Salzburgo, 1772), el Concierto para flauta y arpa en do mayor (París, 1778), que con la en mi bemol y la Júpiter forma el gran tríptico final del sinfonismo de Wolfgang Amadeus. A lo largo y hondo de esos tres trancos significativos de la creación mozartiana, volvimos a sentir no sólo la sensación de lo perfecto que el genial salzburgués produce siempre, sino la trascendente densidad del mensaje musical, 'que es mucho más bello, formidable, en el viejo sentido del término', como dice el mismo Harnoncourt, para precisar que 'contiene toda la plenitud de la vida, del dolor más profundo y de la más pura alegría'. Sólo faltaría añadir el vuelo de la gracia como don recibido para esquematizar el ser y la razón de ser de un legado que vive y apasiona a través del tiempo.

El afán, el estudio y la voluntad de autenticidad de Harnoncourt -junto a los empeños coincidentes y adheridos al suyo- han modificado y esclarecido el entendimeinto y la interpretación de la obra de Mozart.

Todo ello lo alecciona Harnoncourt y sus Concentus Musicus con rigor y entusiasmo desplegado, ahora como siempre, ante la atención expectante del gran público. No vale engañarse y acudir a obras como la Sinfonía en sol menor para descubrir un Mozart como el del Concierto para flauta y arpa, un humanismo que va mucho más allá de la plaisenterie o la coquetterie decorativa. Nos lo demostraron los músicos vieneses con los excelentes solistas, el flautista Robert Wolf y la arpista Nadko Yoshino, o antes, en la transparente e ingrávida Sinfonía escrita por Mozart a los 15 años. Algunos aspectos de la Sinfonía en sol menor pueden sorprender, como la vivacidad del Minuetto en contraste con un Trío casi a mitad de tiempo, del mismo modo que las características de los instrumentos antiguos nos proporcionan una sonoridad un poco áspera o, si se quiere, un sabor agridulce del conjunto.