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CONTRATO CON EL DIBUJANTE
Columna
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El 'síndrome del quemado'

Inevitablemente siempre es Adviento, todo llega: el curso ha comenzado. Uno de cada cinco profesores vascos de secundaria sufre el 'síndrome del quemado' algo que se desencadena cuando la experiencia de estrés se prolonga en el tiempo sin esperanza de resolución. Este mal, también llamado de Burnout, es propio de profesiones en continua tensión emocional provocada por la permanente interacción con otras personas.

Tengo un amigo que está entre ese 25% de enseñantes afectados. Un día hizo ¡bang! y explotó. Así de sencillo. Ahora comprendo por qué pidió el traslado.

Hasta entonces siempre le había visto feliz. Reía incluso cuando contaba el encontronazo con aquel padre excesivo que le ofreció 'dos ostias' a cambio de un merecido suspenso a su criatura. Tampoco dejó de sonreír el día que le rayaron el coche con una llave. Ni siquiera dejó de encender su puro cuando un angelito de un metro ochenta alimentado desde su más tierna infancia con desayunos compuestos por cinco cereales y una serpiente tatuada en el antebrazo, le llamó 'pedazo de cabrón' y 'mariconazo' en un inapropiado y contradictorio uso del lenguaje. Los primeros síntomas de su 'síndrome de Burnout' comenzaron precisamente a la hora del vermouth con unas ligeras migrañas.

El desajuste emocional de profesores, 'ertzainas', conductores de autobús...

Asistíamos de forma casual a una degustación gratuita de Martini rosso en la terracilla de una cafetería animada por patinadoras de piernas largas y faldas cortas. De pronto dijo: 'siento pinchazos en la nuca'. Yo pensé que era el efecto del vermú -siempre ha sido un aperitivo muy cabezón- combinado con el efluvio erótico de aquellas libélulas lolitas.

-Y además tengo insomnio dijo-, he comenzado a tomar Tranquimazim y Orfidal.

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Según parece todo empezó por aquel incidente con una alumna de BUP que le pidió un aplazamiento de examen porque tenía programado un viaje con su novio. Le contestó que no podía hacer excepciones de ese tipo. 'Enróllate tío', le dijo la niñata. Pero no se enrolló y fue entonces cuando ella le llamó 'facha'.

-No lo pude soportar. Que te llamén maricón pase, ¿pero facha? ¿con mi currículum?... Perdí el control. Salí tras ella le agarré por el hombro y le dije: 'facha será tu padre'. Se me abrió un expediente por insultos.

Luego llegaron la ansiedad, las jaquecas, los ansiolíticos, la baja laboral , la huida de la quema y el traslado. He contado la historia por teléfono al dibujante que lleva dos meses achicharrado al calor de Madrid y que como buen sioux se siente de natural tan quemado como la pipa de un indio. Por eso comprende mejor que nadie a cuantos sufren esta dolorosa afección. Desde su alejamiento ha contribuido con una terapia colectiva de choque plasmada en un cartel con el Guggenheim convertido en El Coloso en llamas.

Mientras tanto 'el síndrome del quemado', se extiende como un pernicioso efecto, como una epidemia que alcanza a docentes, pero también a dolientes padres, ertzainas, enfermeras, políticos, parados, concejales e inmigrantes de patera.

«Se acabó, dejadme o me prendo», gritó este verano S. B. un argelino que pretendía autoinmolarse a lo bonzo encadenado a la Plaza Circular de Bilbao. Llevaba una bolsa con gasolina y una carpeta con documentos. Pedía trabajo y 'papeles'. Advertidos de sus planes suicidas policías y bomberos le esperaron en la zona. Ante el despliegue, el magrebí soltó la cadena y la carpeta, prendió un mechero y se lo acercó al pantalón del chándal, a la altura de la rodilla, justo en una zona que apenas estaba empapada de combustible. Chamuscado, 'ma non troppo', fue reducido, calmado, y trasladado al Hospital de Basurto por una ambulancia de la DYA.

Últimamente, casi todo el mundo está quemado. El Gobierno vasco con lo del ámbito de decisión, lo de las transferencias pendientes y el asunto de la 'Udalbiltza ibérica' panaeuropea. La oposición con lo de las comisiones parlamentarias, porque quema mucho estar en el gobierno, pero no vean lo que chamusca estar en la oposición. Xavier, que no para de echar humo y si alguien no le para a tiempo, cualquier día, encendido de santa ira, anuncia a un periódico húngaro su ignición pública en la zarza ardiente de Moisés o en la parrilla patriótica de San Lorenzo.

Rodando entre las brasas y abrasados también andan los empleados de autobuses, carne de cañón por antonomasia de este síndrome de pira fatal. Y los agentes Municipales con un alto porcentaje de absentismo laboral a causa del dichoso asunto de Burnout. Todo quisque está que arde, exceptuando a Madrazo que, como espera pillar, inicia el curso beatífico, relajado, motivado y dispuesto a alimentar esperanzadas llamas en los corazones más necesitados. Veinticinco mil millones de pesetas no dan para mucho, pero calman los nervios. El frotar se va a acabar. Hacía falta una Consejería para luchar contra el 'síndrome del excluido'. Dentro de poco no habrá un solo vasco sin pisito, ni un solo inmigrante sin papeles, ni un solo dirigente de IU en paro, aunque siga haciendo estragos el humeante mal de Burnout .

Obviamente esta es una plaga universal, un mal común de nuestro tiempo. Los rasgos más característicos de la enfermedad son generales: agotamiento emocional, despersonalización, falta de realización personal y profesional, cardiopatías, migrañas, depresión y ansiedad.

Pero en ciertos lugares se presenta con unas particularidades muy peculiares. Aquí por ejemplo. Podríamos establecer determinados grados y matices entre las profesiones afectadas. Hay 'quemados' y grandes quemados. Y entre estos últimos aquellos que ven su domicilio inflamado, su coche calcinado y a sus compañeros abrasados. Para ese queme, de momento, no hay cura.

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