Columna

Vitoria es

Vitoria es una zanja. Es un boquete abierto, un cráter, es un volcán a punto de estallar. Es un campo de batalla atravesado por excavadoras, martillos mecánicos, cables, acero y fibra óptica. Tierra de casas demolidas, escombro, torres nuevas, nuevos edificios, hormigón, ladrillo y perros descalzos en la noche. Los palacios no son sino pobres vestigios de un próximo pasado insignificante. Prolongación de pedregosos descampados en que se planifica el futuro. El otro, el pasado eminente, se excava junto a la Catedral Vieja, se oculta en su almendra medieval. Ciudad blanca, ciudad roja, ciudad ab...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Vitoria es una zanja. Es un boquete abierto, un cráter, es un volcán a punto de estallar. Es un campo de batalla atravesado por excavadoras, martillos mecánicos, cables, acero y fibra óptica. Tierra de casas demolidas, escombro, torres nuevas, nuevos edificios, hormigón, ladrillo y perros descalzos en la noche. Los palacios no son sino pobres vestigios de un próximo pasado insignificante. Prolongación de pedregosos descampados en que se planifica el futuro. El otro, el pasado eminente, se excava junto a la Catedral Vieja, se oculta en su almendra medieval. Ciudad blanca, ciudad roja, ciudad abierta. Vitoria es hoy tierra de promisión.

Y esta tarde estallará el volcán festivo con magma de cava y emulsiones gaseosas. Euskadi in jaiak, dibujaba Eguillor. Tres trasgos con paraguas y cuchufleta. Tres tristes tigres, tres ciudades ávidas de fiesta y buen rollo. Vitoria coge el testigo a los sanfermines para no soltarlo. Para pasárselo a Sanse y luego a Bilbao. Agosto es una fiesta en la Ciudad Vasca. Barullo, olor a humedad, griterío y una alegría en el estar, una ligereza en el vivir, una animación que se echa de menos el resto del año. En la Ciudad Vasca y en Vitoria.

Porque Vitoria no es dama decadente, ni siquiera es dama. Es joven y turgente, políticamente incorrecta. Una ciudad con alcalde del Partido Popular y matrimonio homosexual (o como quiera que se llame) si el PSE-EE lo quiere. O ni siquiera eso. Una moza espléndida a la que se le rompen las costuras en su ropaje ajustado, demasiado ajustado.

Calles atestadas de coches, terrazas a rebosar, bullicio de ciudad fabril o industrial o máquina o de servicios. Tanto da. Días sin descanso. Días de asueto. Vivacidad en las avenidas. Vitorianos de aluvión, que ya no quedan aquellos de toda la vida (sí, bueno, alguno queda). Mercadillos a la vieja y nueva usanza y mercados de tocino e informática. Ciudad logística entre Foronda y el Ebro; Europa y el Atlántico.

Vitoria tiene un cinturón de castidad verde, un anillo contra la degradación ambiental (un “círculo natural”, como vende el Ayuntamiento). Pero no tiene pisos para los recién casados. Los tiene en las nubes o por las nubes. No tiene fontaneros, ni albañiles, ni agrimensores, que falta todo eso. Y falta mucho más. Falta casi todo. Sin embargo, sí tiene tren (y no tranvía, por ahora). Tiene tren y tiene almacenes (de consumo y propiamente dichos) y tiene cines y tiene gente. Sobre todo, tiene gente.

Gente mayor y gente joven. Hoy es el día de la gente joven. Un escenario (la Plaza de la Virgen Blanca; ¿se hizo alguna vez fiesta tan báquica en lugar más casto?), una hora (las seis de la tarde), y un muñeco volandero con paraguas, albarcas y blusa de aldea serán suficientes para dar paso a la despreocupación y a la jarana, al buen humor espumoso, a la generosidad afable y a la alegría desbordada y salvaje de unas fiestas del norte (que, por cierto, no tienen igual). Hoy comienzan las Fiestas de la Blanca en Vitoria. Este negocio les desea felices fiestas y les recuerda que cierra hasta el día 10. Que ustedes lo pasen muy bien.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En