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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Eurodecepción

La coyuntura mundial sigue reflejando elementos contradictorios, aunque todos ellos a la baja. Japón está a punto de sumirse en una nueva recesión oficial, EE UU está a la espera de conocer los datos de crecimiento del primer semestre del año (que serán muy significativos), y Europa parece haber agotado sus mejores momentos del ciclo económico.

El Banco Central Europeo (BCE) ha vuelto a dejar pasar esta semana otra ocasión para adecuar la orientación de su política monetaria a las cada día más débiles posibilidades de crecimiento. Mientras los bancos centrales de los principales países han tratado de reducir los riesgos recesivos bajando los tipos de interés (la Reserva Federal lo ha hecho en 2,75 puntos nada menos desde el pasado enero), el BCE sigue como una estatua de sal, considerando mayores los peligros inflacionistas que los de una atonía económica. El resultado es la fuerte presión depreciadora sobre el euro, que ha vuelto a situarla cerca de su mínimo histórico frente al dólar en la semana que termina. Ayer se pagaban más de 200 pesetas por un dólar en las oficinas bancarias.

La pérdida de valor del euro tiene lugar a pesar de que los tipos de interés en el área son superiores a los vigentes en EE UU. Esta paradoja refleja el alejamiento de las principales economías europeas de una senda aceptable de crecimiento a medio plazo; los inversores, desde luego las empresas europeas, prefieren seguir invirtiendo en el área dólar antes que en la propia. Los flujos de capital a largo plazo y las inversiones directas y de cartera, así lo demuestran. Las cifras en lo que va de año, lejos de reflejar el esperado relevo por parte de la economía europea en el liderazgo del crecimiento mundial, muestran la mayor capacidad de la estadounidense para superar en los próximos meses la inflexión que registra desde finales del pasado año.

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El comportamiento de las bolsas responde a las mismas causas (las de España están afectadas, además, por las dificultades cada día más insuperables de Argentina), con el agravante del retraso con que empiezan a manifestarse en Europa los primeros avisos sobre la evolución adversa de los beneficios empresariales. Las señales que llegan de compañías tecnológicas europeas (Marconi perdió en un solo día más del 50% de su capitalización bursátil) van por el mismo camino descendente que marcaron hace algunos meses las empresas estadounidenses, demostrando la dificultad de inmunizarse contra la desaceleración en un entorno cada vez más global.

La mayor confianza en EE UU que en el área euro está también determinada por la lentitud de las reformas estructurales que posibiliten la inserción en la nueva economía. El BCE está en lo cierto cuando afirma que el repunte de la inflación en la eurozona se debe en gran medida a factores externos (un precio del petróleo elevado y las distorsiones en los mercados cárnicos, fundamentalmente), pero no incorpora ese diagnóstico en sus decisiones sobre los tipos de interés. Su política no es coherente con su diagnóstico.

Todos los países de la zona euro, sobre todo los más grandes, emiten señales nítidas de debilitamiento de la actividad. La de Alemania, determinante por su poder económico, ofrece un panorama inquietante: el paro acaba de crecer por sexto mes consecutivo, y padece una continua revisión a la baja de la tasa de crecimiento. El crecimiento de Francia en el primer trimestre del año tampoco permite confiar en que el conjunto de la zona alcance ritmos de expansión como los anticipados a principios de año.

Un panorama que debería obligar a todas las instituciones y Gobiernos del área a adoptar decisiones que fortalezcan la confianza hoy mermada de las empresas de la zona, de la que los mercados financieros están dando cumplida cuenta estos días con mínimos anuales en todos los índices. Y ya se sabe que los mercados financieros son el único termómetro fiable para los inversores.

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