Un chupinazo pasado por agua
Llovió. Y lo hizo con unas ganas que no se contemplaban por estos predios y estas fechas desde hace 25 años. Del cielo pamplonés caía cava, harina, huevos, azafrán, Cola Cao y, por supuesto, agua. A las doce, un año más, como marca la buena crianza, el chupinazo dibujó una invisible frontera en el tiempo de Pamplona. De un lado, el reloj con sus horas y sus horarios laborales, y del otro, la fiesta sin mesura, San Fermín.
El honor de encender el cohete y, de paso, las gargantas de los millares de asistentes distribuidos entre la plaza Consistorial y la del Castillo, corrió a cargo de Fermín Tajadura, presidente del Portland San Antonio. Todo ocurrió según lo previsto. Es decir, todo impredecible. La única nota disonante la protagonizó el forcejeo vivido en uno de los balcones del Ayuntamiento entre un espontáneo, ikurriña en mano, y los allí convocados. No consiguió alzar la bandera.
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