Crítica:GRANADA

El clamor popular

Las claves del clamor popular en las plazas de toros permanecen ocultas. Hace falta una explicación, no para regañar al público, harto sufrido, sino para tratar de entenderlo. Es habitual que en estos días se regañe constantemente al intransigente público de Madrid, y sería lógico que ahora al humilde público de provincias más dado al aplauso se le elogiase sin tasa ni medida, pero tampoco, todo lo más se le tacha de acomodaticio y hasta de justiciero.

Teniendo esto en cuenta, hay que resaltar que la labor de El Cordobés en el primero fue muy del gusto del respetable. Un solo puyazo bas...

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Las claves del clamor popular en las plazas de toros permanecen ocultas. Hace falta una explicación, no para regañar al público, harto sufrido, sino para tratar de entenderlo. Es habitual que en estos días se regañe constantemente al intransigente público de Madrid, y sería lógico que ahora al humilde público de provincias más dado al aplauso se le elogiase sin tasa ni medida, pero tampoco, todo lo más se le tacha de acomodaticio y hasta de justiciero.

Teniendo esto en cuenta, hay que resaltar que la labor de El Cordobés en el primero fue muy del gusto del respetable. Un solo puyazo bastó no sólo para picar, sino para hacer picadillo al toro, que se fue al suelo una vez cumplido el castigo. Manolo comenzó de rodillas y su antagonista no quiso ser menos, arrodillándose también al segundo pase. Se sucedieron los derechazos terminados con la muleta arriba, los naturales por banderazos, reminiscencias del vistoso Palio sienés, acompañados por la música, que entró a todo trapo. Protestaron algunos, pero nada, que si quieres arroz. Continuaron tandas picudas, siguió el número del subalterno que quiere entregar la espada a su matador para que finiquite con tanta exposición y no dejaron de verse otras varias zafiedades taurinas de índole variada a las que respondió el júbilo popular que llegaba hasta las nubes. Luego, dirán los intransigentes.

Rojas / Cordobés, Chicote, Dávila

Toros de Gabriel Rojas, desiguales de presentación, inválidos 1º, 2º y 6º, noble el 3º y soso el 4º. El 5º, sobrero de Peralta, manso. Manuel Díaz El Cordobés: oreja con protestas; división de opiniones. Pedro Pérez Chicote: oreja; ovación y saludos. Dávila Miura: ovación y saludos; silencio. Plaza de Granada, 10 de junio, segunda de abono, un tercio de entrada.

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Lo del cuarto fue un concierto de sosería en el que rivalizaron toro y torero, pero no fue muy diferente de lo anteriormente jaleado, que esta vez discurrió ante el pasotismo del público, quizá por efecto de la merienda. El pueblo no respondió hasta que El Cordobés se lució en un brillante bajonazo. Raros matices del comportamiento sociotaurino del espectador de feria.

El calor popular hacia Pedro Pérez se explica por causa de paisanaje, que no iba a entretenerse en matices. Chicote ejecutaba los naturales a un toro de carril a base de brazo largo, desde las afueras, siendo, no obstante, muy celebrados. Los derechazos, embarcando con el pico y las espaldinas, en cadena, también gustaron, así como unos ayudados por alto algo atribulados, entre carreras, no se sabe si para ganar o perder la posición. El sobrero de Peralta, corto de cuello y cuerna, parecía el padre de todos los demás y fue picado con saña en tres entradas y mil lanzazos de los que salió por su cuenta. Manso y aquerenciado, obsequió con arreones a los banderilleros y fue lidiado con solvencia por Paco Arijo, el único que no perdió la brújula. A estas horas, el clamor popular se había extinguido, de modo que, cuando Chicote, pasándolas moradas, vino sacar los mejores muletazos de la tarde, por expuestos y difíciles, pasaron casi de puntilla.

El tercero salió como un tren, se montó en el burladero tras Juan Montiel y Dávila lo recibió con una larga cambiada de rodillas. El toro fue de nobleza extrema para la muleta y el torero correspondió fuera cacho, con el pico y sin acoplarse. Fue muy jaleado. El sexto, miniatura en castaño, encontró a un público que había perdido todo el gas, por lo que decidió sentarse complacido en el ruedo en varias ocasiones. Al final, tanto el clamor como el propio público quedaron para el arrastre.

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