LA COLUMNA

Motivos de incertidumbre

Una solución a la irlandesa exige definir antes la situación en términos irlandeses: sociedad escindida y dos comunidades enfrentadas

DESDE EL VERANO de 1998, la sociedad vasca camina hacia una escisión entre dos comunidades. De hecho, cuando Xabier Arzalluz, como primer comentario a los resultados electorales, evocaba de nuevo el ejemplo irlandés y proponía una mesa de negociación con EH incluida, sin exigir, a diferencia de lo ocurrido en Irlanda, el cese previo de la actividad terrorista, daba por culminada esa escisión. No importa que las cosas no hayan sucedido así históricamente, que la frontera entre lo vasco y lo español siempre haya sido muy porosa, con un ancho y profundo flujo de parentesco, cultura, finanzas; lo ...

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DESDE EL VERANO de 1998, la sociedad vasca camina hacia una escisión entre dos comunidades. De hecho, cuando Xabier Arzalluz, como primer comentario a los resultados electorales, evocaba de nuevo el ejemplo irlandés y proponía una mesa de negociación con EH incluida, sin exigir, a diferencia de lo ocurrido en Irlanda, el cese previo de la actividad terrorista, daba por culminada esa escisión. No importa que las cosas no hayan sucedido así históricamente, que la frontera entre lo vasco y lo español siempre haya sido muy porosa, con un ancho y profundo flujo de parentesco, cultura, finanzas; lo que importa es que hay que hacer algo como en Irlanda del Norte y, por tanto, hay que partir del supuesto que exigió allí sentar a la misma mesa a nacionalistas irlandeses y unionistas británicos.

Ese supuesto no es otro que el de la existencia de dos comunidades, con fronteras y pasos vigilados, con valores y metas enfrentados. No es ésta o, mejor, nunca lo había sido, la situación de la sociedad vasca, ni su mezcla actual permitiría pensar que algún día lo fuera si alguien no se hubiera empleado con tesón en la tarea de romperla. No es en la rebelión contra una historia de atraso, explotación o dependencia del País Vasco respecto a España donde hay que buscar las claves de esa escisión. Los orígenes son más recientes y la aceleración es de ayer mismo, de la política frentista impulsada por los nacionalistas con los pactos sellados entre sus diferentes ramas -ETA incluida- en 1998 y contestada por los constitucionalistas con su acuerdo por las libertades y contra el terrorismo del año pasado.

Podría partirse de la hipótesis de que ambas políticas venían animadas por excelentes propósitos. A los nacionalistas podría atribuirse la intención de buscar el desistimiento de ETA a cambio de un avance por vías políticas hacia la independencia. A los constitucionalistas, la decisión de resistir frente a la actividad criminal de ETA y alcanzar el gobierno para levantar una barrera a la inicua persecución de que son objeto. Pero a los buenos propósitos no siempre suceden los mejores resultados: en 1998, al estado cercano a la euforia que transmitían los nacionalistas siguió el desconcierto por el fracaso que significó el retorno de ETA a la política de muerte; y ahora, a las grandes expectativas acariciadas por los constitucionalistas ha seguido la amargura de quien ha pagado un alto precio en vidas, ha resistido agresiones y ha comprobado que la política de firmeza frente al terror y la denuncia de quienes han justificado a sus autores, o no han hecho nada por derrotarlos, no ha conmovido lo más mínimo las bases del nacionalismo.

Por eso, que la distancia de votos entre partidos nacionalistas y partidos de ámbito estatal sea hoy menor que nunca no puede ser motivo, en la comunidad de amenazados y perseguidos, de ningún ánimo para el futuro. A pesar de esa diferencia reducida, la coalición PNV-EA ha reforzado su posición, lo que sólo puede entenderse porque ha mantenido su voto, ha recogido una parte sustancial del huido de EH y, en la competición por el nuevo, no ha perdido posiciones respecto a los partidos de ámbito estatal. La recomposición del mundo nacionalista mientras persiste la actividad terrorista de ETA y la dirección del PNV insiste en el modelo irlandés, explica que, aun con los mejores resultados de su historia, los constitucionalistas no puedan mirar hacia delante más que con temor y aprensión.

Esos sentimientos no son mero resultado de unas expectativas frustradas, sino de la dramática incertidumbre sobre lo que pueda deparar el futuro. Una solución a la irlandesa exige definir antes la situación en términos irlandeses: sociedad escindida y dos comunidades enfrentadas. Es responsabilidad de los dirigentes políticos que las cosas no transcurran por esos derroteros, pero nada, en la reciente historia de la política vasca, permite abrigar la esperanza de que no vaya a ser así.

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