Washington pasa factura

EE UU vende armas a Taiwan en represalia por la actitud de China durante la crisis del avión espía

China ha 'pagado el precio' de su actitud en la crisis del avión espía de Hainan. La factura que acaba de pasarle Washington consiste en una larga lista de armas vendidas a Taiwan, la isla que se resiste a la autoridad continental. La relación entre ambos hechos es evidente. La detención, durante 11 días, de la tripulación estadounidense del avión EP-3 cuya liberación se negoció a cambio de un acto de semicontrición por parte de los norteamericanos (very sorry), fortaleció en Estados Unidos al lobby antichino, partidario de un castigo en forma de incremento de la ayuda mil...

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China ha 'pagado el precio' de su actitud en la crisis del avión espía de Hainan. La factura que acaba de pasarle Washington consiste en una larga lista de armas vendidas a Taiwan, la isla que se resiste a la autoridad continental. La relación entre ambos hechos es evidente. La detención, durante 11 días, de la tripulación estadounidense del avión EP-3 cuya liberación se negoció a cambio de un acto de semicontrición por parte de los norteamericanos (very sorry), fortaleció en Estados Unidos al lobby antichino, partidario de un castigo en forma de incremento de la ayuda militar a Taiwan.

Desde luego, George Bush no ha querido llevar la provocación demasiado lejos, para no desestabilizar una relación bilateral ya muy dañada. Por ejemplo, se ha negado a entregar a Taipei el famoso sistema Aegis (para equipar destructores), cuya capacidad de acción antimisiles habría disminuido seriamente la credibilidad de la amenaza militar del continente sobre la isla. Pero esta concesión aparente no debe ocultar lo esencial: este nuevo paquete de armamento, parte del cual es ofensivo, es el mayor entregado a Taiwan desde hace casi 10 años.

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Y no se detiene ahí el mensaje de firmeza de Bush. Igualmente importante -o más- es su compromiso de volar en auxilio de la isla en caso de ataque del continente. El nuevo presidente estadounidense se ha dejado de ideas implícitas -cultivadas por todas las Administraciones anteriores (incluso las republicanas), y que permitían cierta flexibilidad- para enunciarlas de forma explícita. Aunque Bush, a continuación, haya intentado quitar importancia a sus declaraciones, se trata claramente de una nueva formulación de la doctrina norteamericana en relación con Taiwan, hasta ahora tocada con el sello de la ambigüedad estratégica.

Para China, este doble golpe -las armas y la doctrina- es grave. Muestra cuáles son los límites de su poder de intimidación, que hasta el momento le permitía compensar su debilidad real. Mientras esperaba a acceder a la categoría de potencia, el imperio del centro disfrutaba de un extraordinario capital psicológico: la capacidad de deshacer la resistencia de sus rivales 'subyugándoles', para retomar una fórmula del gran maestro de la estrategia china Sun Tzu (del siglo V antes de Cristo, aproximadamente). Pero ahora Bush acaba de demostrar que no está nada 'subyugado' por China, como parecía estarlo Bill Clinton hacia el final de su mandato. Para Pekín, es una grave derrota política.

¿Este revés incitará a los chinos a no sentirse tan seguros de sí mismos o, por el contrario, a endurecerse todavía más? Hay gran riesgo de que prevalezca la segunda reacción. Porque, visto desde Pekín, el doble golpe infligido por Washington hace vacilar los propios cimientos de la relación chino-norteamericana. Desestabiliza la piedra angular constituida por los tres comunicados conjuntos (1972, 1979 y 1982) que marcaron el compás del reencuentro entre ambas capitales, fortalecido por el antisovietismo que por aquel entonces compartían. De esos tres textos, el más importante es el de 1982, en virtud del cual los norteamericanos se comprometían a reducir el volumen de armas entregadas a la isla nacionalista. Para los chinos, ese compromiso ha quedado hoy obsoleto por el grado de complejidad del armamento vendido por Washington. Desde su punto de vista, los norteamericanos acaban de incumplir la palabra dada. Y tendrán que atenerse a todas las consecuencias.

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Ahora bien, ¿qué pueden hacer, aparte de la simple protesta verbal? El asunto del avión espía de Hainan ha demostrado a las claras que Pekín no deseaba involucrarse en una prueba de fuerza prolongada con Estados Unidos. El coste económico -y, por tanto, social- sería demasiado grande. El mercado norteamericano, que absorbe casi el 22% de las exportaciones de China, se ha convertido en un elemento esencial de su crecimiento, para no hablar de las transferencias de tecnología autorizadas por las multinacionales estadounidenses, que han invertido casi 27.000 millones de dólares en el país.

En este contexto, es obligado pensar que la respuesta china no va a ser directa. Será más bien oblicua. Consistirá en subvertir la 'hegemonía' norteamericana; para ello, tendrá que reforzar su asociación estratégica con Rusia, cortejar a las medianas potencias favorables a la multipolaridad (Francia o India) y, sobre todo, intensificar sus vínculos con países marginales pero capaces de ser una molestia para Estados Unidos, como Corea del Norte, Irak o Cuba. En este último aspecto, China dispone de un arma decisiva: su poder de proliferación nuclear. Ahí estará su respuesta al doble golpe que acaba de infligirle George Bush.

© Le Monde.

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