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Columna
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Mosqueo

De pronto, cunde la alarma: se han observado síntomas de subversión, en la conducta de las criaturas evanescentes, y a las autoridades les ha entrado el pánico al desorden, es decir, a un orden sorprendente. En los barrios marginales, los presuntos camellos vigilan los movimientos de los guardias, en las proximidades de sus chabolas. Alguacil, alguacilado; policía, policiado. A través de diminutas cámaras, disimuladas entre las cañerías y los armatostes del aire acondicionado, el pequeño traficante espía la calle por si tiene que deshacerse de la mercancía ante la sospecha de un registro. En la casa consistorial de un pueblo, las mujeres de la fregona han mantenido parapetados en una dependencia, al señor alcalde y algunos concejales porque se negaron a la creación de un servicio público de limpieza. Los inmigrantes sin papeles han ocupado las oficinas del Defensor del Pueblo, que se negó a denunciar la Ley de Extranjería. Los pescadores, tras el fracaso de la diplomacia frente al gobierno de Rabat, han llevado a cabo diversas acciones a la desesperada. Es, en suma, la silenciosa rebelión de los desfavorecidos. Y esa rebelión asusta no sólo a los que aún tienen la sartén por el mango, sino a toda una sociedad sumisa, conformista y con unas tragaderas sin fondo.

En los chalés de lujo y en las fincas de recreo, los poderosos, los banqueros, los narcotraficantes mayoristas, tienen cámaras, perros de presa y guardas de seguridad para proteger sus propiedades, sin que nadie se inquiete por ello. Las compañías privadas de limpieza se llevan las contratas municipales y untan a más de uno. El Defensor del Pueblo defiende a quienes le pasan la mano por el lomo. Y los inútiles negociadores comen cus-cus con sus sagaces interlocutores. La miseria humana también se globaliza y se extiende por todo el planeta. Sería un bello espectáculo ver cómo un pescador de Barbate, una limpiadora o un inmigrante sin identificar entrara al despacho oval y le atizara un pescozón a Bush. Antes de que termine envenenándonos a todos con los residuos industriales y con su aún más peligrosa estupidez.

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