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Madrid a pie de obra

'Una ciudad que ya no me pertenece, /

aunque no sé precisar cuándo la perdí'

Juan García Hortelano

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Pascual Maragall, en su artículo Madrid se va (EL PAÍS 27-2-2001), agita, una vez más, las aguas, aparentemente dormidas, de la política española, suscitando un debate necesario sobre la articulación (física, económica, social...) de España, pero deja bien claro al final de su escrito que se refiere al 'Madrid del Gobierno'. Según Maragall, las infraestructuras del transporte (AVE, aeropuertos, carreteras), que el actual Gobierno de España está poniendo en marcha, conforman un sistema interno radial en el cual todo pasa por Madrid, además de una plataforma transoceánica también madrileña, respondiendo, ese conjunto, a una concepción que bien podría denominarse neo-centralista. Sin embargo, a este propósito cabe hacerse algunas preguntas. ¿En verdad tiene el Gobierno un proyecto global? ¿Tiene algún proyecto nacional que merezca tal nombre? ¿Lo es, por ejemplo, el Plan Hidrológico?

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Es posible que Maragall tenga buena parte de razón, aunque las inversiones acometidas por el Gobierno no sean para tirar cohetes, ni en Madrid ni en cualquier otro sitio. En los últimos tiempos, aquí, en España, se inauguran veinte veces los planos y maquetas y pasan lustros antes de poder comenzar a usar lo que tantas veces se anunció. Sea como sea, ese Madrid gubernamental, que 'se va', poco tiene que ver con el Madrid que se queda, en donde viven los tres millones de madrileños capitalinos. Madrid, por ejemplo, no ha dispuesto de una ocasión para encajar un proyecto propio en una operación nacional, como sí tuvieron en el pasado cercano Barcelona y Sevilla, que, por cierto, los aprovecharon con buen sentido, fuerza intelectual y gran voluntad política.

¿Vive Madrid a la sombra del Estado? Más bien Madrid no existiría como tal si Carlos de Gante y su hijo Felipe II no hubieran decidido instalarse encima de la muralla árabe que enmarcaba el viejo Magerit, el castillo famoso que, según el poeta ilustrado, aliviaba el miedo de un innominado rey moro. Ello es así, como también es cierto que durante el franquismo, una vez más mediante decisión administrativa, se incluyeron en Madrid seis de los municipios colindantes 'para que siempre tuviera más habitantes que Barcelona'. Pero Madrid, la ciudad, y también su área metropolitana, son hoy muchas más cosas y, desde luego, no 'un poblachón manchego habitado por subsecretarios', sino una conurbación viva con grandes posibilidades y no menos problemas. Pero sigue pesando sobre ella esa sombra del Estado, que tan a menudo oculta y entorpece la visión de sus propias opciones, atorando la palabra acerca de su ser y su futuro. Contaré una anécdota significativa.

Hace algunos años, los Reyes de España hicieron una visita oficial a Madrid. No al centro de la capital, sino al Madrid oculto de los barrios, al Madrid metropolitano de Getafe, Fuenlabrada, etcétera. Los periodistas nacionales, encargados de informar sobre el evento, me confesaron en privado que desconocían lo que, por primera vez, estaban viendo. Ocupados en los grandes problemas de Estado, ignoraban la vida que sus conciudadanos llevaban más allá de la Gran Vía y del Barrio de Salamanca. En estas condiciones, el debate sobre la cosa pública en Madrid nunca trata de los problemas madrileños. La vida municipal de la capital se ha reducido y, a la vez, se ha vuelto tan opaca como espesa. No en vano, un conocido escritor madrileño, pocos días antes de las últimas elecciones municipales, publicó un artículo en el que pedía que fuera Alcalde de Madrid el candidato que perdiera en Barcelona.

No se trata de atribuir a la derecha una incapacidad congénita para hacer una política urbana decente, pues tal generalización sería injusta. Existen ciudades europeas, gobernadas por la derecha, en Francia, Alemania, Austria, el Reino Unido y también en España, sobre las cuales no ha caído una plaga de incultura y desgobierno. Madrid, sin embargo, padece de un mal edilicio que no es el mal de la piedra, sino el de la incuria y la especulación.

La especulación del suelo y el abuso del coche son dos depredadores que acosan a cualquier ciudad. Pues bien, en Madrid el automóvil es tratado con la obsecuencia que reserva el criado hacia su amo. Así lo ilustran los aparcamientos en doble y triple fila, la invasión sistemática de los carriles -sólo en teoría, reservados al transporte colectivo-, la plaga de furgones, furgonetas camiones y camionetas, llamados de 'reparto', que se han apoderado de cualquier espacio público mañana, tarde y noche. En fin, sólo se beneficia a los automovilistas inciviles, que hacen mangas y capirotes de cualquier orden u ordenanza, y a todos aquellos que cotidiana y machaconamente expropian el espacio público ante el silencio general.

Las inversiones multimillonarias que la Comunidad de Madrid ha hecho en Metro, sin duda beneficiosas y, según parece, electoralmente rentables, no han sido aprovechadas por el municipio para poner un poco de orden y evitar así que la ciudad se contamine hasta la náusea, transformándose en un enorme y desdichado aparcamiento.

En lo tocante a la especulación inmobiliaria, Madrid es hoy el paraíso neo-liberal. Este sedicente pensamiento sirve, en este caso, para justificar lo injustificable. El argumento que se esgrime tiene la simpleza de un cubo: 'Puesto que el suelo urbano es caro, recalifiquemos todo lo posible y el aumento de la oferta hará bajar los precios'. Pero el suelo, si ha de servir para plantar casas en lugar de trigo o patatas, aparte de calificado, ha de estar urbanizado (viales, servicios, etcétera) y edificado. Y eso, normalmente, no lo hacen los propietarios originales, sino los constructores, y, en medio, entre los propietarios originales y los constructores, están los llamados 'operadores del suelo', es decir, los especuladores, que se las arreglan para controlar la oferta de suelo. Puestas así las cosas, si, como en el caso de Madrid, las administraciones públicas lo fían casi todo a la iniciativa privada, resulta lo que resulta. A saber:

1. El Ayuntamiento ha recalificado prácticamente todo el término municipal sin retener el necesario suelo público.

2. El ritmo del desarrollo urbano y, por lo tanto, la evolución de los precios vienen marcados por los 'operadores de suelo' que, mediante mecanismos, tan conocidos como prolijos, trabajan en régimen de oligopolio.

3. La vivienda pública se ha convertido en una oferta cuantitativamente marginal, y lo mismo ha ocurrido con las cooperativas.

Como resultado, los precios de la vivienda siguen creciendo, y hasta se disparan, pese a la supuestamente acrecentada oferta de suelo, y la población con recursos limitados (jóvenes de capas medias y bajas, por ejemplo) se ven forzados a buscar vivienda fuera de la capital. En municipios menos 'liberales'.

Otro gran reto que ha de abordar una gran ciudad es el de la integración, y más ante los inmigrantes, que constituyen ya un número apreciable y con notables expectativas de crecimiento, pero no se trata tan sólo del fenómeno migratorio, la marginación, la exclusión social, el desarraigo con todas las consecuencias de inseguridad social y ciudadana, con inmigración o sin ella, son asuntos tan urbanos hoy que ninguna ciudad puede obviarlos. Pues bien, tengo para mí que el PP en Madrid, y no sólo aquí, ha tomado como axioma la vieja ley de Say según la cual 'la oferta crea la demanda' y así, a sensu contrario, si se reduce la oferta de servicios sociales al mínimo, también caerá la demanda. Es curioso, pero en apariencia (¿y qué importa en la hora política actual sino las apariencias?) tienen razón. Las manifestaciones demandando más y mejores servicios, las exigencias sindicales y ciudadanas dirigidas a obtener mejoras sociales y vivienda, servicios asistenciales, mecanismos de integración, etcétera, etcétera, tan abundantes antaño, se han evaporado hogaño. Ante la nula probabilidad de obtener algo útil, los peticionarios, al parecer, han decidido renunciar. Dante imaginó que en la entrada del infierno alguien, quizá Luzbel, había colocado un cartel anunciador en el que se advertía: 'Quien entre aquí, pierda toda esperanza', pues eso. Al menos, por ahora.

Joaquín Leguina ha sido presidente de la Comunidad de Madrid.

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