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Pobre Pirata, paradójico pionero

Carlos Arribas

Pobre Pantani. Por poco le mata un coche en una carrera en 1995, pero salva la vida, salva la pierna. Pierde un año entre operaciones, escayolas y muletas y regresa más fuerte que nunca, más fuerte que antes. Vuelve al Tour, gana dos etapas, gana en Alpe d'Huez. Sube al podio. Comienza a escribir su leyenda. El escalador calvo es el ídolo único. La cara humana del ciclismo. La cara sobrehumana también. Escalador único, reinventa su deporte. Es un genio. Pobre Pantani, aquel accidente por poco le mata. Aquel accidente le mató después, a cámara lenta, una sentencia retardada e inexorable. Gracias a aquel accidente, gracias al médico que le salvó la pierna, un tribunal ha podido condenar al Pirata, al único, al genio del final del siglo. Al pionero: al pequeño escalador capaz de demostrar que los grandes ciclistas-tanque también eran batibles, al pequeño ciclista calvo que se ha convertido en el primer deportista en activo condenado por un tribunal por un asunto relacionado con el dopaje.Siempre entre la salvación y la condena. Siempre paradójico. Pantani, su sudor, su pañuelo de Pirata, su rabia en el Galibier, entre la niebla, salvó el Tour del 98. Salvó para los aficionados, para la historia, la leyenda y todo eso de lo que se ha alimentado durante décadas, salvó (por poco tiempo, luego se supo) al Tour, al Tour 98 del caso Festina, de la EPO ascendiendo sin rival a todos los titulares, a las primeras páginas, a todas las crónicas, salvó al Tour de las huelgas, la policía y los jueces. Salvó pantani al ciclismo aquel verano del 98. Ganó el Tour como antes había ganado el Giro. Y todo el mundo soñó con la campaña siguiente. Con el siguiente Giro, el siguiente Tour.

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Aquel Giro de 1999 Pantani ascendió a los cielos. Tanto subió, tantas etapas ganó (cuatro: todos los finales en alto, incluido uno con un número único en Oropa, cuando pinchó al comienzo), que se creyó Dios. Único. Intocable. Hasta el amargo despertar en Madonna di Campiglio. Hasta que su sangre enseñó su secreto: 52% de hematocrito. No apto.

Pantani condenado. Otro año de paro. De huidas y miserias. Hasta el Giro 2000. Su aparición fulgurante al lado de Garzelli en el Izoard, allí donde los campeones entran solos. Su desaparición. Su regreso en el Tour. El pique con Armstrong que entretuvo la monotonía. El ciclista calvo ganado en el monte calvo, en el Mont Ventoux; ganado a Jiménez en Courchevel. Subiendo, siempre subiendo.

¿Hasta dónde, ahora?

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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