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Petróleo, el principio del fin JOAN COSCUBIELA Y ENRIC TELLO

No ha sido un visionario, sino Michael Bowlin, director general de la multinacional petrolera ARCO, quien ha dicho que "asistimos a los últimos días de la era del petróleo". Una afirmación que ha pasado inadvertida ante el ruido provocado por el último incremento del precio de los derivados del petróleo y las protestas de los sectores más afectados.Hemos asistido a movilizaciones legítimas ante un encarecimiento de los precios que sólo beneficia a quienes controlan en régimen de oligopolio su oferta, mientras reducen la renta disponible del resto de la población y castigan a unos colectivos con ingresos y condiciones de trabajo ya de por sí precarias, que no pueden contener el impacto de las subidas ni trasladarlo a sus precios de venta por la vulnerabilidad de los sectores productivos en los que trabajan.

Pero, como ha sucedido en anteriores ocasiones, ni las medidas ni las reflexiones parecen orientarse a abordar el fondo del problema. Y eso resulta más chocante al haber coincidido el conflicto con la celebración europea del Día sin Coches, cuyo sentido no parece haber llegado a la ciudadanía. No se ha explicado, por ejemplo, que se trata de una iniciativa que parte de la asunción por parte de la Comisión Europea del estudio dirigido en 1991 por Fabio Maria Ciuffini poniendo de manifiesto que "la ciudad del automóvil resulta hasta cinco veces más cara que la ciudad sin coches", incluso sin calcular los costes ambientales. Son datos que han sido ratificados por el estudio sobre las cuentas del transporte en España elaborado en 1994 por Alfonso Sanz para el Ministerio de Obras Públicas y Transportes, del que se desprende que cada kilómetro en automóvil cuesta el doble que en autobús o tren de cercanías, y consume el triple de energía, suponiendo la ocupación de todas las plazas. La diferencia aumenta si el cálculo se realiza en función del coste por persona trasladada. Así, según el informe conjunto de la Universidad de Barcelona (UB) y la Universidad Politécnica de Cataluña de 1998 encargado por la Entidad Metropolitana del Transporte, viajar en un coche ocupado por una sola persona es dos veces más caro (44 ptas./km) que en autobús (18 ptas./km) y seis veces más que en tren de cercanías (7 ptas./km).

Las sociedades europeas deberíamos asumir de una vez por todas que nuestro modelo energético y de movilidad comienza a agotarse porque depende exageradamente de un recurso no renovable como el petróleo. Entre los costes están también los laborales. El uso generalizado del transporte privado y el colapso viario en el ámbito urbano y metropolitano está originando una prolongación práctica de la jornada de trabajo, un incremento de los accidentes de trabajo in itinere, y serias dificultades cotidianas por la inadecuación de un sistema de transporte colectivo que no llega en condiciones a las grandes áreas productivas y de ocio, o cuando llega lo hace con horarios uniformes propios de una sociedad fordista, mientras que el tiempo de trabajo y de ocio se organizan en nuestras sociedades de manera cada vez más diversa y flexible.

Corremos el riesgo de que los conflictos suscitados en sectores con una fuerte dependencia del precio de los gasóleos desvíen la mirada y las preocupaciones de la ciudadanía. Porque una cosa es la legítima búsqueda de soluciones que compensen el impacto sobre los costes de producción de sectores ya de por sí castigados, y otra muy distinta creer que el futuro pasa por un petróleo más barato o una fiscalidad más reducida. Reclamaciones así suenan muy agradables al oído, pero olvidan los impactos de todo tipo que ello ocasionaría a medio plazo. Más pronto que tarde nuestro país debe abrir un debate serio sobre el necesario tránsito a un modelo energético distinto, como el que ya están haciendo países como Suecia, Holanda, Dinamarca, Alemania e Italia, que han introducido la figura de la ecotasa como un instrumento de regulación e incentivación de los cambios.

Una parte importante de ese proceso transcurre por el cambio en los hábitos y conductas ciudadanas con relación al transporte, y para eso, las campañas institucionales, siendo necesarias, se quedan cortas. Necesitamos pactos de ciudad que permitan incentivar todas las formas de transporte colectivo y fomenten una manera más sostenible de usar las ciudades. Eso no se consigue sólo con planteamientos voluntariosos y bienintencionados. La promoción del transporte colectivo es la gran asignatura pendiente de la Barcelona real, la metropolitana. Y ello es responsabilidad de las administraciones y también de los agentes económicos y sociales.

A ningún empresario se le ocurriría poner en marcha una empresa sin tener garantizadas las infraestructuras que permiten el acceso de las mercancías, cuando en cambio se comprueba con frecuencia que se abren nuevas empresas y polígonos sin tener garantizado el acceso de las personas como no sea con medios propios. Esperemos que los conflictos generados por la subida del petróleo sirvan para plantear de una vez el futuro energético y nuestro modelo de movilidad.

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Joan Coscubiela es secretario general de CC OO de Cataluña, y Enric Tello es profesor de Historia económica de la UB y miembro de Ecologistas en Acción.

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