Bajemos de 'La montaña mágica'
Lo extraño es que la cotización del euro con respecto al dólar no esté todavía más baja de lo que está. Los portavoces de los 11 países miembros de la Unión Monetaria se hartan de decir que sus economías van bien y que no hay motivos que justifiquen un precio tan barato de la moneda europea. Son bobadas, y ellos lo saben. Hace unos meses tenía algo de sentido, pero ahora, casi metidos en otoño, saben que se están callando lo único que podría animar la cotización del euro: anunciar que existe un principio de acuerdo entre los Quince para la reforma de la Unión y que es seguro que la cumbre de Niza, a finales de año, pondrá en marcha esas reformas.El problema es que ni hay principio de acuerdo, ni la reforma ha adelantado un milímetro respecto a hace un año, ni los franceses, que presiden este semestre la Unión, han sido capaces de transmitir la más mínima sensación de optimismo "europeo". Y todo el mundo sabe que, si no hay acuerdo, no hay ampliación que valga. Así, ¿cómo quieren que el euro inspire confianza en los mercados?
A veces resulta agotadora esta manera "europea" de hacer las cosas: por puro cansancio y por puro aburrimiento. Parecemos Hans Castorp en La montaña mágica: el tiempo discurre aquí "arriba" con la unidad mínima del decenio, mientras que el mundo, allá "abajo", cuenta en días o meses. Es una lástima, pero no parece que los europeos nos podamos permitir ahora muchas tradiciones decimonónicas.
Cuando se firmó el Tratado de Maastricht, en 1992, los dirigentes europeos ya sabían que combinar la ampliación de la Unión al Este y la existencia de una moneda única exigiría otra serie de medidas de integración económica y política y un sistema de funcionamiento diferente. Maastricht fue importantísimo (uno de los pocos acontecimientos de finales de siglo que merecen realmente el calificativo de histórico), sobre todo porque cambiaba la visión de Europa y obligaba a cambios radicales. Han pasado más de ocho años desde entonces y prácticamente no se ha hecho nada en el proceso de reforma. Cierto es que el euro es una realidad, pero la moneda única no puede resolver por sí sola los problemas de la UE. Más bien se diría que los padece.
Septiembre va a ser un mal mes. El día 28, la moneda única va a pasar otro examen: los daneses votarán si desean unirse al euro o si prefieren mantener su krone. Los sondeos, por ahora, son poco concluyentes, tal vez un poquito a favor de la Unión Monetaria.
La cuestión tiene más implicaciones que la simple adhesión de unos pocos millones de ciudadanos más. Si Dinamarca rechaza la moneda única, su decisión pesará en toda Escandinavia, una zona europea de poca (y muy reciente) fe europeísta. Recuérdese que Noruega e Islandia no son miembros de la UE y que Suecia tiene también previsto celebrar un referéndum en fecha aún no determinada. Los ciudadanos de Finlandia, el único país de la zona que participa al cien por cien, están, con razón, cada día más preocupados. Y no digamos los países bálticos, que siempre han confiado en que sus vecinos escandinavos serían buenos padrinos a la hora de defender su adhesión a la UE.
¿Tiene previsto algo la Unión Europea para el caso de que el referéndum danés resulte contrario al euro? ¿O escucharemos por enésima vez, mientras la moneda única se desploma un poco más, que es muy injusto, que no se lo explican y que es cuestión de un poco de paciencia?
Paciencia se podrá tener, si no queda más remedio, hasta fin de año. Pero será muy difícil pedir calma a los mercados (y quizás a los ciudadanos) si la cumbre de Niza es un fracaso. Los políticos franceses insisten en que es mejor nada que un mal acuerdo tan frágil que se rompa al primer embate serio. Ésa es una disyuntiva falsa. No hay ningún motivo por el que Hans Castorp tenga que seguir en la montaña contando por decenios. Si no baja tras ocho años, será porque no quiere y no porque necesite uno más para terminar de estudiar la situación.
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