Cincuenta años después
Asistimos en los últimos tiempos a un amplio abanico de noticias que hablan de la ideología del odio y del desprecio. El asesinato de un mozambiqueño en Alemania, en nombre de la patria y de la raza, mencionado incluso como la última víctima del nazismo. La denuncia de que las instalaciones para inmigrantes se parecen a un campo de refugiados. Vargas Llosa plantea si existe racismo entre los fanáticos de ETA, mientras un ex ministro francés tacha de fascistas y antifranceses a los nacionalistas corsos. Entre nosotros, un político califica de nazis a otros, y le contestan atribuyéndole una obsesión enfermiza contra el nacionalismo democrático.Hace unos días, un personaje de El Roto se despertaba en la cama sorprendido por haberse dormido durante todo un mes. Cuando ahora leemos la prensa y atendemos a las noticias, parece que estamos despertando de un largo sueño de más de cincuenta años. Por supuesto que no es la misma Europa, ni tampoco son iguales las circunstancias históricas y sociales. Se dice que los problemas de entonces se podían resumir utilizando tres palabras que empezaban por P: pobreza, prejuicio y paz. Ahora tendríamos que emplear más palabras y más letras del alfabeto. Pero la ideología del odio y del desprecio reaparece con unas características muy similares.
No recuerdo haber leído en ningún sitio, que se acaban de cumplir cincuenta años del primer diagnóstico realizado sobre esta patología social. Y si no fue el primero, al menos fue el más prestigioso y reconocido durante mucho tiempo. En enero de 1950, aparecía en las librerías una obra titulada La Personalidad Autoritaria, escrita por un amplio y diverso conjunto de intelectuales, que estaban obsesionados por encontrar las raíces del mal: un tipo de personalidad, muy contagiosa y enfermiza, que era altamente sensible y vulnerable a cualquier tipo de propaganda racista y autoritaria. A lo largo de sus páginas, se analiza el prejuicio, el etnocentrismo, la xenofobia y todo tipo de obediencias morbosas a la autoridad.
Durante más de tres décadas, La Personalidad Autoritaria fue un libro indispensable en todas las bibliotecas de intelectuales, médicos, artistas, psicólogos o periodistas, por mencionar sólo a los más próximos. Y además, contenía un instrumento, una especie de termómetro en forma de test, para medir la temperatura de la enfermedad, que fue utilizado masivamente en todos los ambientes y sociedades que podían estar contagiadas.
El libro fue traducido a casi todos los idiomas. También al castellano, pero naturalmente en el Buenos Aires de los años sesenta. Si no me equivoco, es casi imposible encontrar actualmente ni un solo ejemplar a la venta. Ni siquiera ahora, que habría que recordar su cincuenta aniversario.
No quisiera pecar de ingenuo, al menos excesivamente. Pero no puedo dejar de pensar que entre las medidas contra la violencia política, contra el terrorismo o simplemente contra la ideología del odio, debería utilizarse también una nueva divulgación, lectura y relanzamiento de esta obra. Sería un granito de arena, aunque sólo fuera en una edición abreviada. Cincuenta años después, todavía puede servirnos de ayuda.
jseoane@attica.es
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