Julie Sohn da una señal positiva de rigor y buen dibujo en Cibeles

La Pasarela Cibeles cerró ayer su 32ª edición en un ambiente de decepción. Aun con calidades particulares y algún que otro hallazgo, el certamen madrileño no tiene un rumbo claro. Todas las esperanzas están puestas en la próxima edición de febrero, ya con un nuevo diseño de salón y con el regreso de los disidentes. Incidentes de diversa índole han deslucido algunos desfiles y, en general, la convocatoria de público ha sido menor.

Surrealismo doméstico

Abrió la última jornada de Cibeles Kina Fernández con una colección larga y estable. La luminotecnia se encargó de bañar las gradas del público de luz roja o azul mientras las modelos eran enfocadas con implacables lámparas de cuarzo. La ropa sigue esa línea de hacer colección para el mercado, cuidada en la confección, con tejidos nobles y de alto precio y, sobre todo, con un criterio claro sobre lo pragmático. Aun así, la colección de Kina Fernández es una buena muestra de madurez, con vestidos de piel muy ligeros, un tejido de grueso piqué que simulaba escamas, apto para todo (desde bolsos a chaquetas, pasando por faldas), y una acertada serie corta, muy francesa, de negro más gris más rojo.Julie Sohn es una diseñadora más que personal, discretísima, madura en su dibujo, y una gloriosa adquisición para Cibeles. Es de origen coreano, pero lo oriental en ella es apenas un perfume en lo sobrio, en la arquitectura exterior de la prenda. Sohn empezó con una serie a cuadros, que eran como vichy gigante, con pantalones amplios y suaves, todo resuelto en una moda serena que no renuncia a su toque virtuoso y personal.

En ella ha hecho huella la mejor moda catalana, se siente esa influencia, así como su voluntad de que la estructura sea sutil. Lo que parece desestructurado es simplemente consecuencia de una deconstrucción intencionada. Menciónese la falda sobre dos tejidos, lino y seda, con grueso pespunte a vista, así como el reiterativo motivo floral bordado en sedas y hábilmente colocado en perpendicular o en ruedos.

Ágatha Ruiz de la Prada hizo bandera de un surrealismo doméstico que empezaba con la pasarela misma, repleta de fragmentos de arquitectura efímera que dificultaban aún más el paso de las modelos, que se las veían negras para lucir el bañador-dodotis para siamesas, el bañador-cohete, el bañador-flotadores bandera gay o el más ancho biquini-menina velazqueña, todos con el rasgo común de que ninguno sirve para bañarse. Andrés Sardá abandonó Gaudí en busca del reconocimiento mesetario, y también debutaba esta vez en Cibeles. Su línea de baño es correcta, comercial, con una segura y encomiable investigación y aplicación de los tejidos más actuales y evolucionados. En cuanto a diseño, su línea oscila entre la demanda del bañador único y el de dos piezas.

Nacho Ruiz volvió ayer a la pasarela madrileña inmerso en su nueva expansión comercial, que se comprende con una tienda en Madrid y sus nuevas líneas de ropa y accesorios. La colección no traiciona al Nacho Ruiz de siempre, aunque para la próxima primavera, la piel, uno de sus fuertes, resulta aquí solamente una mención testimonial en su variante química (polipiel). Hay escotes profundos, minifaldas, pantalones ajustados y una notoria sensualidad. Impresionante su serie final en verdes y negros con aplicaciones plásticas del mejor Courrèges.

Francis Montesinos, con su nuevo sello Montesinos-Alama, presentó un desfile dividido en ocho series que se corresponden con otros tantos proveedores e industriales. El estilista valenciano ha recuperado un tipo de punto con hilaturas verticales libres que creara a fines de los años setenta y que ahora se le antoja actual. Hubo también volantes, transparencias, telas tradicionales valencianas con bordados barrocos, pantalones con flores para los hombres y bañadores bordados para ellas.