El día de gloria del Kelme
A 2.500 metros de altura, con el corazón a 180 pulsaciones por minuto, la bici manejada en molinillo infernal sobre las más duras pendientes del Izoard, Lance Armstrong no sudaba. Bueno, sí. Apenas unas gotas le caían de la punta del flequillo cuando bailaba de puntillas sobre la bicicleta. Lance Armstrong, sí, asustaba en aquel momento.