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18 buzos inician a 120 metros de profundidad el vaciado de los tanques del petrolero 'Erika'

300 personas trabajarán durante cuatro meses para rescatar las 15.000 toneladas de fuel

Una flota bien armada al servicio de 18 submarinistas selectos inició ayer el asalto a los depósitos del Erika, el petrolero que el 12 de diciembre se quebró en dos frente a las costas bretonas y contaminó 450 kilómetros del litoral francés. El intento de rescate de las 12.000 o 15.000 toneladas de crudo que guarda aún en su interior, a 120 metros de profundidad, es una tarea de gran envergadura y plagada de riesgos. Más de 300 personas participan en esta ingente operación, que se prolongará cuatro meses y cuyo coste, unos 12.500 millones de pesetas, correrá a cargo de la petrolera Total-Fina-Elf, propietaria del crudo.

Durante 28 días, los 18 buzos encargados de instalar el dispositivo de bombeo vivirán encerrados en dos habitáculos sometidos a la misma presión que existe a 120 metros de profundidad, 10 o 12 veces superior a la atmosférica. Ya el pasado domingo se enclaustraron en sus pequeños universos cilíndricos de 18 metros cuadrados, donde vivirán y dormirán cuando no trabajen en el fondo marino.En contraste con el viento y la lluvia persistente que batió Francia toda la jornada, el día clave amaneció en alta mar, a 70 kilómetros de la costa, bastante apacible, con sólo una niebla matutina que retrasó la llegada de los helicópteros. El Seaway Krestel, que había zarpado la víspera de Brest y el CSO Constructor, procedente de Aberdeen (Escocia), se colocaron sobre la vertical de los dos trozos del Erika, distantes entre sí unos 10 kilómetros. Acto seguido, los técnicos accionaron los dispositivos de guía por satélite que permiten a estos barcos mantener su posición automáticamente, incluso con mar gruesa y sin necesidad del ancla.

Los 18 superhombres, británicos en su casi totalidad, fueron sacados de sus habitáculos y bajados al fondo del mar a través de sendos ascensores sumergibles, unas células que guardan la misma presión y que están conectados a los buques nodriza por tubos que sirven de cordón umbilical.

Válvulas

A media mañana, un equipo del Seaway Krestel alcanzó la parte delantera del Erika e inició la inspección del casco, una operación preliminar indispensable. Precisamente, la parte delantera del buque está alojada sobre una pendiente de 12 grados, lo que obliga a extremar las precauciones. La recuperación del crudo fue pospuesta hasta ayer para evitar los frecuentes temporales de invierno y principio de primavera.

La misión de los submarinistas es perforar cuidadosamente el casco con ayuda de cinco robots e instalar 48 válvulas para extraer el crudo. Parte de esas válvulas abrirán zonas diferentes de los tanques del barco para verificar si el petróleo ha inundado otras áreas: sospecha que se basa en las fugas pequeñas pero persistentes, detectadas desde hace meses en la superficie.

Conectadas a un sistema de tuberías, las válvulas deben permitir controlar el paso del petróleo a unos gigantescos cilindros metálicos de ocho metros de altura y 42 toneladas de peso, en los que debe ser mezclado en una proporción de 10 a 1 con un fluidificante para facilitar el bombeo hasta los barcos de superficie. Los intentos de bombear el crudo que fluía fracasaron en diciembre, tras el naufragio, precisamente por la extrema densidad del crudo, elemento que ha llevado a las asociaciones de damnificados del Erika a sospechar que la carga contiene restos de hidrocarburos que no pueden ser transportados por las vías convencionales. Los buzos filmarán las operaciones con cámaras instaladas en sus cascos y aportarán a un oficial de juzgado muestras del crudo recogido en las bodegas.

Tras ser señalada como responsable del desastre, por haberse servido de un barco de bandera de conveniencia con graves problemas estructurales, Total-Fina-Elf pretende ganarse una reputación de transparencia. La multinacional francesa se dice confiada en que la mezcla con el fluidificante permitirá a las potentes máquinas bombeadoras aspirar el petróleo y almacenarlo en el buque noruego Crystal Ocean. Pero todo el mundo sabe que la operación es sumamente compleja y con enormes riesgos potenciales. En previsión de fugas, los barcos de la flota crearán, en torno a los depósitos, 800 metros de barreras antipolución. Los 18 buzos del consorcio franco-noruego Coflexip-Stolt trabajarán en equipos de tres y por turnos, de forma que la actividad no se interrumpa.

Un mes de reclusión en una cámara hiperbárica

Las estrellas de esta espectacular operación son, sin duda, los 18 submarinistas que van a meterse en las tripas del barco a 120 metros de profundidad y a vivir recluidos un mes. Cada habitáculo, una especie de cámara hiperbárica de 18 metros cuadrados, tiene seis camastros, una ducha, un aparato de televisión y un ojo de buey. La comida y los periódicos se les servirán por un sistema de cámaras de aire.

En caso de emergencia, sea por avería del barco o por otra circunstancia, podrán refugiarse en una especie de lancha de salvamento hermética que tiene una autonomía de 24 a 72 horas y que lleva escrita en su exterior la advertencia siguiente: "Si usted descubre esta lancha, no la abra, de ninguna manera". Para los 18 héroes del momento, la brusca exposición al aire libre significaría automáticamente la muerte.

Alternativas

Pese a la complejidad que entraña, Total-Fina-Elf ha elegido la técnica del bombeo del fuel de los tanques como la única verdaderamente factible. La alternativa de enterrar las dos partes del buque en gigantescos cofres de cemento fue desechada por el riesgo de que los movimientos del mar y la corrosión hicieran finalmente aflorar el crudo. Los expertos ni siquiera llegaron a considerar seriamente, por utópica, la idea de reflotar el navío por medio de grandes globos hinchables.

Si todo marcha bien, el petróleo de los depósitos del Erika podrá ser depurado y reciclado para el mercado de carburantes, con lo que Total-Fina-Elf podrá recuperar parte de los 500 millones de francos (12.500 millones de pesetas) que ha invertido en la operación por presiones directas del propio primer ministro francés, Lionel Jospin.

Aunque la dirección de la compañía repite sistemáticamente que, de acuerdo con la ley, el responsable del naufragio y de sus perjuicios es el propietario del barco, la empresa teme el proceso judicial y el juicio, muy severo hasta ahora, de la opinión pública francesa. Las indemnizaciones por la marea negra de 15.000 toneladas de crudo vertidas ascienden a 100.000 millones de pesetas.

Lo que quedará para siempre en el fondo marino son los restos del Erika. Nadie va a escandalizarse verdaderamente por ello, ya que el área en el que se encuentra el barco, frente a Bretaña, es ya un auténtico cementerio de buques.

Además de contratar una verdadera flota que contará con la ayuda de la Armada, Total-Fina-Elf ha puesto en marcha en Brest una oficina de información, poblada de profesionales de la comunicación y de técnicos, destinada a capitalizar su inversión y mejorar su deteriorada imagen.

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