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Falacias sobre el empleo

IMANOL ZUBERO

El recurso a redefinir el concepto de parado con el fin de adecuarlo a las necesidades de la gestión política conservadora (cuyos principios fundamentales son: "las cosas van bien" y "lo que ocurre es normal") es una herramienta fundamental para construir la realidad del empleo y el paro. La estadística española considera ocupada a toda aquella persona de 16 o más años que durante la semana anterior a aquella en que se realiza la encuesta ha trabajado al menos una hora a cambio de un sueldo, salario, beneficio empresarial o ganancia familiar, en metálico o en especie. Con tan laxa definición, lo que empieza a resultar extraño es encontrar a alguna persona que no pueda ser definida como ocupada.

Esta reducción está alcanzando tales extremos que la Encuesta de calidad de vida en el trabajo realizada en 1999 por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, cuyo objetivo es "contar con una herramienta que permita obtener información sustantiva sobre las relaciones sociales, la situación, las actitudes y los valores que tienen los ocupados españoles hacia el trabajo", no tiene en cuenta la variable tipo de contrato a la hora de hacer los análisis. Considera el ministerio que el sexo, la edad, el nivel de estudios, la ocupación, la rama de actividad, la posición social y hasta el tamaño del municipio son variables que pueden influir sobre la situación, las actitudes y los valores de los trabajadores, pero, por lo visto, el tipo de contrato no. Resulta sencillamente escandaloso.

El problema del paro se ha reducido al problema de la tasa de paro. Las personas privadas de empleo se ven sustituidas por las cifras de desempleo. Un problema social se convierte en una cuestión de contabilidad. Pero el paro no es el problema de la evolución de una tasa estadística, sino la expresión de que una economía no es capaz de proporcionar empleo y, por tanto, ingreso suficiente a su población.

En el fondo de todo esto está actuando una obsesión por el empleo que acaba por tener perversas consecuencias. La principal perversión que la obsesión por el empleo puede generar es la perversión del empleo mismo. El dilema del empleo se plantea en la actualidad en términos de todo (el trabajo, cualquier trabajo) o nada. El umbral de exigencia para caracterizar lo que sea un buen empleo ha descendido tanto que, en la práctica, parece estar en vías de extinción. Un empleo, sin más, el que sea; esta es la aspiración de la inmensa mayoría de la población.

A pesar de todo, la ideología dominante, convertida en falsa evidencia, continúa achacando las altas tasas de paro en España a la falta de flexibilidad de los trabajadores. No importa que un estudio reciente de la patronal europea, UNICE, señale que la flexibilidad para contratar temporalmente en España sea superior incluso a la de EE UU: tomando como base para sus cálculos el índice 100 adjudicado a EE UU, España supera ese nivel con creces, alcanzando el 140, más del doble de la media de la Unión Europea, con un índice de 64. No importa, ni siquiera si lo dice la patronal europea: los empresarios españoles siguen machacando con la idea de que es preciso aumentar la flexibilidad del mercado de trabajo para crear empleo. Lo que ocurre es que la actual flexibilidad laboral se inscribe en un modo de dominación de nuevo cuño basado en la institución de un estado generalizado y permanente de inseguridad que obliga a los trabajadores a la aceptación sumisa de unas condiciones de trabajo y de vida cada vez menos dignas. Pierre Bourdieu lo ha denominado "flexplotación".

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No es verdad que los trabajadores sean unos seres exquisitos, con unas exigencias tales que rechazan los empleos existentes. Son, simplemente, seres humanos que reclaman dignidad también en el desarrollo de su actividad laboral. Lo cual empieza a ser una reivindicación inaceptable en la era de la flexibilidad empresarial.

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