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El presidente de Taiwan ofrece a China un diálogo para la reconciliación

Tranquilizar a Pekín, erigirse en hombre de paz: ése es el contenido del mensaje del nuevo número uno taiwanés, en un momento en el que el desbarajuste político en la isla reaviva las inquietudes sobre el valor estratégico del estrecho de Formosa. El 10º presidente de la República de China, denominación oficial de Taiwan, Chen Shui-bian le ha tendido una mano a Pekín para entablar un "diálogo total" para la "reconciliación amistosa dentro del respeto mutuo".

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Ha propuesto la celebración de una "cumbre por la paz" y ha invitado a los dos máximos dirigentes del continente, el presidente Jiang Zemin y el primer ministro Zhu Rongji, a que hagan una visita a Taiwan. Ha reiterado también su ofrecimiento de desplazarse él mismo al continente. Ha insistido sobre el hecho de que se consideraba el presidente de todos los taiwaneses y en que tenía intención de dejar su cargo de presidente del independentista Partido Demócrata Progresista (PDP). En esta misma línea, ha hecho una llamada a un acercamiento "no partidista" de las relaciones con China Popular.Por el momento, el régimen de Pekín ha guardado un silencio casi absoluto, limitándose a recordar en un tono seco que la elección de Chen "no cambia en nada el hecho de que Taiwan es parte de China". La amplitud de la convulsión política acontecida en Taipei tiene, sin embargo, por efecto el hacer más compleja que nunca la ecuación política del estrecho de Formosa debido al pasado del nuevo presidente.

Y es que Chen ha marcado claramente los límites de la apertura que puede ofrecer a Pekín. Aunque se muestra dispuesto a discutir con el régimen continental el principio de una "China única", se niega a hacer de ello una cuestión previa, lo que debería provocar los primeros desacuerdos con Pekín.

Además, recuerda insistentemente su adhesión a la "soberanía". "Insistimos en el hecho de que nuestra autoridad y nuestra soberanía deben estar protegidas por siempre jamás", declaró Chen, añadiendo que rechazaba la fórmula "un país, dos sistemas" que China quiere imponer en Taiwan después de haberla aplicado en Hong Kong y Macao. En ese punto no difiere mucho de los otros dos candidatos a los que ha ganado por poco, pero la herencia del movimiento que lo ha llevado al poder reduce su margen de maniobra: aparte de la independencia, cuya proclamación formal queda ahora excluida, el PDP no está estructurado en torno a ninguna ideología particular, a pesar de una temática inspirada en la izquierda norteamericana (ecología, feminismo, sociedad civil).

La elección de Chen, con el 39,3% de los sufragios emitidos, frente al 36,8% obtenido por su primer adversario, James Soong, es el resultado de tres factores: un severo voto de castigo contra el Kuomintang (KMT) y sus prácticas especuladoras, que ha llevado al antiguo presidente Lien Chan a reconocer inmediatamente la derrota; una viva reacción del electorado ante las amenazas de guerra procedentes del continente, y por último, la fractura de la esfera de influencia del KMT entre dos candidatos (uno, Lien Chan, que se beneficiaba del aparato político, y el otro, James Soong, que gozaba de una auténtica popularidad). Por su parte, el PDP logró forjarse una imagen de respetabilidad, que ha disipado los temores que inspiraba hasta ahora en la franja moderada del electorado. Desde este punto de vista, ha sido decisivo el que se unieran a Chen personalidades de prestigio como el sabio Li Yuan-tseh, premio Nobel de Química, que se prevé se convierta ahora en primer ministro.

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