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LA DISPUTADA HERENCIA DEL 'POETA EN LA CALLE'

Alberti firmó de oídas

Los amigos consideran "un escándalo" que el poeta nonagenario firmara hasta diez testamentos en la última década de su vida

Hay rabia e indignación, aunque la sorpresa sea sólo relativa, entre los amigos y familiares más cercanos a Rafael Alberti. Parece como si hubieran esperado algo así. Ayer, su amigo Luis García Montero; su sobrina, Teresa Sánchez Alberti, y su única hija, Aitana Alberti, reaccionaron con rabia apenas disimulada al contenido y las circunstancias que envuelven el testamento del poeta, y se llevaron las manos a la cabeza ante el hecho de que Alberti firmara y oyera, pero no leyera (lo cual jurídicamente es legal, aunque moralmente reprobable, según coinciden en afirmar los amigos del poeta y fuentes jurídicas), el "ambiguo" documento en el que expresó sus últimas voluntades.Pero aún hay más sospechas en los medios familiares. El documento de testamentaría que Alberti firmó el 10 de diciembre de 1996 es el último de una lista de diez testamentos que Alberti firmó entre 1991 y 1996. Luis García Montero cree que eso constituye "un escándalo con mayúsculas y una manipulación burda de su voluntad, resultado de la obsesión testamentaria de la viuda de Alberti".

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Según el poeta granadino, ex director de la Fundación Alberti, "Alberti odiaba hablar y oír hablar de su herencia, y es un disparate pensar que firmara diez testamentos distintos por voluntad propia".

La sobrina del poeta, Teresa Sánchez Alberti, dice no comprender nada del testamento, y añade que le parece un "abuso incomprensible, absolutamente injusto". "No entiendo de leyes, pero si Aitana me necesita como testigo, estaré disponible para lo que quiera".

Fuentes jurídicas confirmaron ayer que Alberti firmó los dos primeros documentos sólo con 24 horas de diferencia: el 9 y 10 de mayo de 1991. Luego volvió a testar el 10 de octubre de 1992; el 11 de junio de 1993; el 25 de mayo de 1995, y el 27 de febrero y el 3 de abril de 1996. La última vez que acudió fue ese 10 de diciembre de 1996, y ese documento es el que vale, pues anula todos los anteriores.

Para García Montero, al menos la mitad de esas veces, Alberti no podía saber lo que estaba firmando, "porque sufría ya un grave deterioro en sus facultades físicas, mentales y cognitivas. En 1994, cuando yo dejé la fundación, tenía lagunas fortísimas, y en 1995 no reconocía a nadie".

El notario Andrés Tallafigo puso una nota al margen de ese último testamento en la que menciona que Alberti declinó leer el documento (véase reproducción) y que fue él quien lo hizo en su lugar. Para García Montero, el dato es "terrorífico". "Indica que el testamento expresa la voluntad de la viuda, no la del poeta".

Además, los amigos del poeta califican como "terrible" la información, avanzada ayer por La Vanguardia, de que María Asunción Mateo excluyó a Alberti del accionariado de la sociedad El Alba del Alhelí, SL, que ella misma creó en 1997 (con el poeta capitidisminuido en sus facultades físicas e intelectuales) para tener el control exclusivo sobre la obra y los derechos del poeta. Dicho control se sofisticó aún más en 1998, cuando Mateo registró el nombre de Rafael Alberti como una marca comercial, lo que le asegura todos los derechos de imagen y explotación producidos en torno a la obra del poeta, desde llaveros, libros o discos a camisetas.

Sobre ese particular, Aitana Alberti dijo ayer: "No me parece mal que se haga una sociedad para proteger la obra y los derechos de imagen de mi padre. Lo que creo es que en una sociedad así deberíamos participar todos; es inaudito que se excluya a su única hija y heredera legal, quien, como es comprensible, algo tendrá que opinar sobre qué hacer para defender la propiedad intelectual de su obra".

"No es que diga que sólo yo estoy en condiciones de tomar las mejores decisiones para protegerla y para que ésta no sea manipulada, no", añade Aitana. "Ella también puede tener derecho, pero lo que es absurdo y ofensivo es que me excluya a mí".

El caso es que el 6 de octubre de 1997, cuando el poeta ya no reconocía ni a su propia hija, según dice Aitana desde La Habana, Mateo constituyó, con un capital social de 500.000 pesetas, la sociedad mercantil El Alba del Alhelí, y puso como domicilio social de la firma el mismo de los hijos de Mateo en Madrid (aunque éste fue cambiado posteriormente a otro número de la misma calle).

La sociedad fue dividida en 1.000 participaciones, de las cuales Mateo se quedó 800, y sus hijos, Marta Borcha y David Borcha, 100 cada uno, según informaba ayer La Vanguardia. En aquella época, 1997 y 1998, Alberti había sufrido ya diversos ingresos hospitalarios: el poeta firmó el acta de constitución de la empresa, que le convertía en administrador solidario, pero no en accionista, por delegación de poderes. "¿Pero cómo iba él a firmar convertirse en un empleado, en un trabajador por cuenta ajena de ella?", se pregunta Luis García Montero.

Le contesta desde La Habana Aitana Alberti: "Me parece una infamia que alguien pueda estar pensando en los beneficios que se puedan obtener con la comercialización de objetos que lleven su imagen o su nombre, y que encima eso haya ocurrido incluso antes de su muerte. Es de un mercantilismo extremo. Si yo tuviera algún derecho en esa marca registrada, me opondría a que se pudiese vender una taza con la foto de Alberti en un aeropuerto, aunque eso significase millones de pesetas".

"Mateo hizo firmar documentos jurídicos a Alberti cuando a él ya se le había ido la cabeza", insiste Luis García Montero. "Pero tan grave como eso, o más tratándose de Alberti, es que esa manipulación se extendió también a los escritos literarios".

Para García Montero, las dos cosas juntas implican que el Ministerio de Cultura y la Junta de Andalucía "deben vigilar muy de cerca el entramado jurídico de la fundación y comprobar muy bien la administración del dinero y del legado, sobre todo el inventario de los bienes de la casa de Roma, que se entregaron desde la fundación a la viuda".

Los abogados madrileños de Aitana Alberti se muestran cautos, pero confiados en que la buena fe de su clienta, la injusticia de algunas cláusulas del testamento y la ambigüedad de sus entresijos jurídicos en lo que concierne a la propiedad intelectual pueden dar lugar a la impugnación y posterior nulidad del documento.

El bufete Écija y Asociados destacó ayer "la existencia de diez testamentos otorgados por don Rafael Alberti Merello durante los años 1991 a 1996, dato incluso más sorprendente si se tiene en cuenta que, con anterioridad a su último matrimonio (1990), no había otorgado nunca testamento"; y por otro lado, añadió que el testamento "es un documento no muy extenso, aunque sí ambiguo, no muy claro, un enredo en cuanto a propiedad intelectual se refiere", y que "quizá debido a todo esto, el señor Alberti declinó su derecho a leerlo personalmente".

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