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LA CRÓNICA Testimonio del poeta expatriado IGNACIO VIDAL-FOLCH

Ángel Crespo es uno de los poetas españoles más importantes de la segunda mitad de este siglo. Por si el legado de su Poesía completa fuera poco, le debemos La divina comedia de Dante en tercetos soberbiamente encadenados y la conversión de Pessoa de perfecto desconocido en autor fundamental (ahora se usa como pimienta a granel para todas las salsas), además de otras muchísimas traducciones e intervenciones culturales, entre las cuales su docencia generó un amplio círculo de alumnos deslumbrados y su copiosa correspondencia una red de fructíferos contactos internacionales capaz de burlar toda frontera.Se están empezando a editar los diarios de Ángel Crespo, cuyo primer volumen (1971-1972 y 1978-1979) fue presentado la semana pasada en el Instituto Iberoamericano por Rafael Argullol, Lluís Bassets, Pere Gimferrer, José Luis Giménez-Frontín, Basili Baltasar (director de Seix Barral) y Pilar Gómez Bedate. Esta última, viuda del poeta, se ha encargado del texto. Estos diarios, explicó, son pecios de una autobiografía que Crespo no tuvo tiempo de escribir. Ella los da a la imprenta tal como el poeta los dejó, aclarando con notas a pie de página el sentido de algunas anotaciones y el dramatis personae. Este extremado rigor respeta el legado de Crespo, pero también saca a la luz algunas filias y fobias y juicios lapidarios sobre otros poetas y otros países (es divertida, casi surrealista, su enemiga con Holanda, por ejemplo) que el paso del tiempo demuestra que son injustos o soslayables. Así Los trabajos del espíritu es un trabajo editorial impecable, pero que se presta a una lectura maliciosa y reduccionista que no beneficiaría a ningún lector. Los ponentes arriba citados explicaron que admite y requiere lecturas más ricas.

Estas lecturas se encuentran en pasajes como el del castillo de Blekinge, en el sur de Suecia, adonde llega la joven pareja de autoexiliados para que Ángel escriba su tesis doctoral; las soberbias páginas sobre el huracán en Puerto Rico -en cuya universidad Crespo fue docente- y sus reflexiones sobre la falsa vitalidad del trópico; o luego, de visita en España, el reencuentro con Rosa Chacel en su piso de Madrid; la visita a Ramón Masoliver en Montcada i Reixac; la visita al museo de Arte Románico de Montjuïc (hoy MNAC); el viaje en tren de Torrelavega a Medina de Campo.

En breves ensayos y aforismos sobre Sade, la poesía italiana renacentista y actual y otros 100 temas; citas como ésta de Pessoa: "Tiene que haber, en el más pequeño poema de un poeta, cualquier cosa por donde se note que existió Homero". Apuntes como el del 1 de enero de 1979: "Que el lenguaje de la guerra de los poemas heroicos pasara al del amor en los poetas líricos demuestra, no que el amor tenga un componente de crueldad, o al menos de hostilidad, sino que en ninguno de los dos casos -el de la heroicidad y el del amor- se habla de la guerra, sino de dos sublimaciones -la del caballero y la del amante- para las que empezó a usarse un lenguaje conocido a causa de la dureza de corazón propia de los tiempos: para ablandar aquel corazón".

Y en general, en el testimonio de una actividad literaria, de unos trabajos verdaderamente hercúleos, que abarcaron tanto las grandes lenguas y culturas como los dialectos y lenguas en extinción, como el sursilvano o el aragonés. Un libro desigual, apasionante.

Los ponentes coincidieron en lo que Giménez-Frontín definió así: "Este libro es Crespo: no sólo un intelectual, sino un maestro. Llamo maestro a quien con su mero trato y sin que te des cuenta te transmite una lección que con el paso de los años se revela cierta e importante para tu vida. En este caso esa lección es la seriedad en el estudio y la creación de la poesía, y su magisterio iba siempre ligado a la idea de una tradición de alta cultura europea". Argullol señaló la capacidad de Crespo para poner en relación las diferentes literaturas en un continente único. Bassets recordó que en la Europa de Crespo "tiene idéntica dignidad la fabla de sus amigos aragoneses y el retoromanche del padre Flurin en los Grisones que su lengua castellana, hablada por los famosos 300 millones". Disentían en cambio en lo relativo a la llamativa visión de Crespo de la transición a la democracia. Bassets advierte "cierta ingenuidad" que revela "de una parte las distorsiones ópticas que produce la distancia, y de otra la pureza y la generosidad ideológicas de su autor". De visita en España en 1978 y 1979, que recordamos como tiempo de esperanza y entendimiento, Crespo retrata una sociedad intimidada, siniestra, policiaca, fascista, negra, goyesca. Gimferrer opina que su visión es la correcta: "Percibir esos años en el libro significa vivirlos verdaderamente, no con la idea trivializada que de ellos tenemos".

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