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INFANCIA

Los guerreros olvidados

La comunidad internacional sólo destina 600 millones de pesetas para paliar la situación de los niños soldados

Las guerras han causado entre 1987 y 1997 la muerte a dos millones de niños, mutilado a seis millones, dejado huérfanos a un millón, convertido en refugiados a casi 12 millones y aún hoy 300.000 menores luchan en la treintena de conflictos armados que se desarrollan en el mundo, según datos de Naciones Unidas. Pero la ONU dedica específicamente a esta causa a una decena de personas y cuenta con un presupuesto para este año de sólo cuatro millones de dólares (unos 600 millones de pesetas).La dimensión abominable del problema -los niños son las víctimas más inocentes y vulnerables de las guerras- llevó en septiembre de 1997 al secretario general de la ONU, Kofi Annan, a nombrar un representante especial para la Infancia y los Conflictos Armados, el ugandés Olara Otunnu, con la misión de servir de catalizador entre las agencias de Naciones Unidas, los gobiernos y las ONG en la defensa de los derechos de los niños. Su trabajo como abogado universal de la infancia tendría un plazo de tres años -debe ser renovado en septiembre del año 2000- y se financiaría con las contribuciones voluntarias de los países más sensibilizados con el problema. "La idea era", explica Otunnu, "movilizar a la opinión pública mundial, poner a los niños en la agenda de la paz, pero huyendo de la inmensa burocracia de Naciones Unidas mediante la formación de un grupo reducido de personas comprometidas con la causa".

Pero estos buenos propósitos han mostrado una capacidad de acción muy limitada. La misión de Otunnu tiene su oficina en el piso 31 del cada año más deteriorado edificio de Naciones Unidas en Nueva York, institución a la que el Gobierno de Estados Unidos, dicho sea de paso, debe 1.600 millones de dólares (alrededor de 250.000 millones de pesetas). Su director, recientemente nombrado, es el británico Michael Williams, y con él trabajan unas 10 personas, sólo seis de ellas con contrato fijo. Una de las jóvenes colaboradoras de Otunnu pone dos ejemplos de las rigideces de la burocracia de la ONU: "Buena parte del primer año de mandato se perdió en la aprobación de nuestros contratos" y "los informes de las agencias, UNICEF, ACNUR, etcétera, nos suelen llegar con mucho retraso".

Más descorazonadoras son las cantidades donadas a esta causa por los países ricos. Según datos de la ONU, actualizados a fecha del 31 de agosto de este año, sólo siete países, todos europeos, dieron dinero en 1998. El más generoso fue Holanda, con medio millón de dólares, seguido por el Reino Unido, Dinamarca, Luxemburgo y Suiza. Este año la lista se amplió a 11 países, entre ellos España, que donó 42.000 dólares (unos siete millones de pesetas), y también las cantidades: Finlandia entregó 785.000 dólares y el Reino Unido anunció recientemente una contribución de 640.000 dólares.

Pero Otunnu no se queja de la carencia de medios económicos y pone el énfasis en su capacidad para alcanzar "una masa crítica en la opinión pública mundial de repudio a la explotación de los niños en guerra". Para ello despliega sus dotes de persuasión personal y su larga experiencia diplomática.

De 49 años, líder estudiantil en la oposición al régimen de Idi Amin, abogado formado, con beca, en Oxford y Harvard, embajador de Uganda en la ONU entre 1980 y 1985 y ministro de Exteriores de su país en 1986, Otunnu se ha apuntado en los últimos tiempos dos importantes éxitos. Primero, en diciembre de 1998, logró que el Parlamento Europeo aprobase una resolución condenando la situación de los niños soldados y prohibiendo el reclutamiento de menores de 18 años en los conflictos armados (una edad mínima que EE UU rechaza, pues en este país se puede ingresar en las fuerzas armadas con 17). Y segundo, el pasado 25 de agosto, al conseguir que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptase por primera vez en su historia una resolución sobre los niños en guerra. La resolución, explica Otunnu, "supone que a partir de ahora la protección de la infancia será una referencia específica para las fuerzas de paz, que se pueda sancionar a determinados regímenes por esta razón y que los informes de las agencias de la ONU contengan datos sobre la situación de los niños".

Sobre el terreno, la situación es menos halagüeña. Otunnu ha visitado en los últimos meses el atlas del horror infantil -Sri Lanka, Sudán, Macedonia, Albania, Ruanda, Burundi, Colombia, Sierra Leona-, convenciendo a gobiernos y guerrillas para que abandonen esta práctica.

Pero los compromisos de palabra que obtiene de ambos bandos pocas veces se materializan, al no contar con observadores sobre el terreno. Pese a todo, Otunnu no pierde la esperanza. Como él dice, "también la lucha por el medio ambiente parecía utópica hace 30 años y ahora está en el centro ético de cualquier política". Que la fuerza le acompañe.

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