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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rey de "tercera vía"

EN SU primer discurso ante al Parlamento, Mohamed VI, rey de Marruecos, ha querido marcar cuáles son las prioridades que debe impulsar el Gobierno durante los próximos tres años: la modernización de la Administración para atraer inversiones, la educación y la lucha contra el desempleo que sufre el país. De esta forma, y en una línea coherente con el discurso que pronunció el día de su coronación, el joven monarca marroquí, de 36 años, se presenta como el rey de los pobres, a los que tanto desatendió su padre, Hassan II.Mohamed VI sigue despertando enormes esperanzas entre los marroquíes. El nuevo rey no sólo intenta proseguir con tenacidad un esfuerzo de modernización del país, sino sacar a la Administración de su anquilosamiento e intentar abordar los tremendos problemas sociales de aquel país. No se equivocará el rey si sigue este camino, pues el fracaso del Estado y su incapacidad para proporcionar bienestar a los más desfavorecidos son la materia prima de la que se ha nutrido en otros países el radicalismo fundamentalista. Mohamed VI debe superar la etapa de la esperanza e iniciar la de cambiar las realidades, aunque la gestión política le corresponda a un Gobierno que todavía contiene elementos del pasado autoritario. Oír al rey de Marruecos criticar el inmovilismo de la Administración o hablar de la bondad de la separación de poderes, "fundamento de la democracia", resulta alentador. La división de poderes es imprescindible para la plena incorporación de Marruecos al mundo de las democracias parlamentarias y de las libertades políticas. Pero hay que esperar que en futuras intervenciones, cuando empiece su gira por todo el país, entre de lleno en otros problemas acuciantes que en esta ocasión ha pasado por alto: los derechos humanos y la corrupción.

Garantizar el mantenimiento de la gratuidad en la enseñanza básica habrá servido para tranquilizar a muchos marroquíes. Pero, además, la enseñanza debe llegar a todos, incluidos los adultos, en un país con un nivel vergonzosamente alto de analfabetismo, y ha de acrecentar su calidad media de vida. Proponer que la enseñanza secundaria y universitaria sea gradualmente de pago, sufragada por las capas más acomodadas de la sociedad marroquí, pese a que se defiende un régimen de becas para los más desfavorecidos, puede explicarse por la falta de fondos del Estado, pero tiene el riesgo de ahondar las diferencias sociales y de no garantizar la igualdad de oportunidades.

El desarrollo rural, la eliminación del chabolismo o la irrigación de un millón de hectáreas pueden ser temas prioritarios, pero es dudoso que se disponga de los fondos necesarios para ello. Los ingresos derivados del canon por la segunda licencia de telefonía móvil, que nutrirán el nuevo Fondo para inversiones y equipamiento, no bastarán. El rey de Marruecos ha pedido a los jóvenes en paro que no cuenten en exceso con el Estado, donde el nivel de empleo está saturado, para colocarse, sino que llamen a la puerta del sector privado en busca de colocación.

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Mohamed VI viene así a encarnar una especie de tercera vía marroquí, que peca en sus formulaciones iniciales de un exceso de paternalismo. Quizá este lastre se deba a los titubeos lógicos de todo proceso de cambio. En todo caso, que empiece a hablar sin ambages de todos estos problemas graves, muy enraizados en el país, es un avance político indiscutible, una esperanza que no puede defraudarse y que requiere todo el apoyo externo posible. Sin embargo, la ayuda fundamental, la de la inversión privada extranjera, llegará cuando se haya generado un nivel de confianza suficiente en el desarrollo democrático y en el futuro económico y social de Marruecos. De momento, Mohamed VI está contribuyendo decisivamente a generarlo.

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