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Una vida mejor

Recuerdo la conmoción que me produjo la primera vez que oí hablar de aquel negocio que se llamaba trata de blancas, hace muchos años, de niña. Les daban un caramelo para atontolinarlas, decían entonces, y se las llevaban a lejanos países de Oriente sin que nunca más se volviera a saber de ellas. Mil historias se podía uno imaginar para no dormir, pero no se nos ocurrió pensar que eso mismo pudiera suceder tan cerca, en Dos Hermanas y en Umbrete con jóvenes ucranias; aquel Oriente escondido y espeso, con la negrura del infierno, entre nosotros sin que hayamos querido darnos cuenta. Con una diferencia: que en lugar de un caramelo les ofrecemos una vida mejor y vienen voluntarias. Lourdes Ortiz lo cuenta magistralmente en un relato corto titulado La piel de Marcelinda, en donde un chulo que cuida de todas ellas monologa sobre la tragedia de una niña llegada de no se sabe dónde, vendida o engañada como material de trabajo para la prostitución. Casi con ternura dice el chulo que en invierno las cuelgan de droga para matar el frío y para que después sigan trabajando sólo por la dosis, dispuestas siempre a lo que venga, ya sean "babosos o desesperados". Casi humano, cuenta también que aquello no le iba a Marcelinda, "pero ¡puñetas! El mundo es como es y seguramente en su tierra estaba buscando comida en las basuras". Vienen a por una vida mejor y aquí, en casas que vemos desde la carretera, en pueblos, en ciudades, les quitamos lo poco que puedan traer más la dignidad, la libertad, la autonomía y quizá la vida. Nos acostumbramos a todo, nos acomodamos a cualquier circunstancia, pero hay que tener tragaderas para soportar que ocurran cosas así. Y no es la primera vez que nos sorprenden con estas noticias. Una civilización tan desarrollada como dicen que es la nuestra genera muchos caprichos, pero no enseña a enfrentarse a la tentación de utilizar a los demás para satisfacer la ambición o el deseo; ni siquiera hemos descubierto métodos más avanzados, no digo ya generosos, de autoafirmarse, de ganarse la vida o de divertirse. Porque no nos podemos engañar: sin clientes no hay negocio, y semejantes barbaridades no pueden pasar desapercibidas.BEGOÑA MEDINA

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