Campanadas

Espero que la publicación de esta carta contrarreste la ligereza estival con que EL PAÍS ha tratado la noticia de las protestas de Ricardo Bofill ante el alcalde y el párroco de su localidad de veraneo (Montras, Girona) por la reciente recuperación y puesta en funcionamiento de las campanas de la iglesia, con el consiguiente insomnio y/o despertar involuntario de cuantos viven en sus proximidades. Me solidarizo plenamente con el señor Bofill dado que mi situación actual es idéntica a la suya.Si el prolongado repique de las siete de la mañana es intolerable en un pueblo como Puerto de Mazarrón, que no sería nada sin sus veraneantes, no lo es menos la terca obstinación en dar, una a una, todas las horas de la noche. En los últimos siete días habré dormido apenas 20 horas, todas ellas a salto de mata, lo que agradezco a partes iguales al párroco, que se empeña en hacerme creyente a campanadas (¡qué falta de visión!), y al alcalde, que ha ignorado olímpicamente mis protestas, todo ello en una alianza Iglesia-Estado digna de los mejores años del franquismo.

Con esta carta me uno, pues, a la línea antirruido seguida por los colaboradores de EL PAÍS (redactores y lectores); pero, eso sí, exigiendo que a las frecuentes denuncias de las vandálicas actitudes sonoras de moteros y jovenzuelos de litrona y algarada se una la no menos chulesca de aquellos curas y alcaldes que no sólo no cuidan como deberían de nuestros cuerpos y de nuestras almas, sino que hacen todo lo que pueden por degradarlas un poquito más.-