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Amsterdam se vuelve intolerante

La policía inaugura una era de rigor contra drogadictos y vagabundos para combatir el "caos" ciudadano

Bob, un inmigrante procedente de las Antillas holandesas, con síntomas evidentes de haber consumido un cóctel de drogas y de ser un pequeño traficante, no sabe dónde va a dormir esta noche. Apenas logra mascullar un vago "por ahí", señalando las calles de Amsterdam. Hasta hace poco pasaba el día en la estación central de trenes, donde, desde hace años, decenas de camellos de poca monta, adictos sin solución y prostitutas baratas se concentraban mañana y noche bajo la mirada atenta y la indulgencia de los agentes, que daban la impresión de pasear más que de hacer la ronda. Durante mucho tiempo la policía de Amsterdam ha vendido esa imagen de laissez-faire, laissez-passez, con una figura a caballo entre el asistente social y el representante del orden uniformado, que unas veces se paseaba en patines, otras repartía en zuecos información sobre la droga y que casi siempre hacía la vista gorda a las pequeñas infracciones. Pero esta política parece estar llegando a su fin.Las autoridades locales están realizando en los últimos meses un programa de limpieza y lavado de la imagen de la ciudad. Los dueños de los escaparates del Barrio Rojo se quejan de la regularidad y la minuciosidad de las redadas; los adictos, de que no pueden drogarse tranquilamente en la calle, y los vagabundos profesionales, de que no les dejan dormir en paz.

Por primera vez, la policía ha reconocido que se ha pasado de indulgente. "Los comportamientos asociales, el caos aquí y allá y el sentimiento de inseguridad han aumentado en últimos años", escribe el comisario de policía Jelle Kuiper. La frase aparece en un librito repartido en octubre entre los 5.000 agentes de la ciudad para recordarles las multas que deben aplicar. Y es que si a Bob, el drogadicto con pelo a lo rasta, después de ser expulsado de la estación se le ocurre tirarse a dormir en un banco de la calle, la broma le puede costar más de 5.000 pesetas. Y otras 4.000 si deambula borracho.

Streetwise, el folleto que enarbolan los policías, realiza un recorrido por los comportamientos asociales más comunes y las multas equivalentes. ¿Vaciar el cenicero del coche en la vía pública o tirar un lata al suelo? Eso supone 14.000 pesetas, igual que llevar la música del coche demasiado alta. Hacer un pis de urgencia son más de 4.500 pesetas, y dejar en la acera el excremento del perro, unas 6.000. Los artistas que toquen sin permiso por las calles se arriesgan a pagar 7.500 pesetas, y el graffiti en las paredes se castiga con entre 10.000 y 20.000 pesetas. Hasta los ciclistas, paradigmas de la circulación ecológica, tienen que cumplir ahora normas más estrictas. La multa mayor está reservada a los que ofendan a un agente, no sólo con insultos verbales, sino también con gestos como el conocido corte de mangas o alguna otra variante.

"Queremos devolver la calle a los ciudadanos", dice Klaas Wilting, portavoz de la policía de Amsterdam. Según una encuesta, los habitantes del centro cada vez están más molestos con la música del vecino, el orín en el portal, las riadas de jóvenes drogados y bebidos los fines de semana y la imagen de los vagabundos en el barrio. Aunque la delincuencia ha disminuido un 30% en los últimos cuatro años, Wilting asegura que ha llegado el momento de encauzar la situación. Incluso al precio de que Amsterdam pierda su tradicional imagen de ciudad tolerante.

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