"He escrito un 'forsyth' sorprendente"
Nunca es tarde para sorprenderse a sí mismo, y en este caso, también a sus lectores. Frederick Forsyth, el más honorable representante de los éxitos de ventas europeos, ha escrito una historia de amor, la primera de su vida literaria, y su protagonista es un fantasma. Enfrentado a uno de sus mayores retos profesionales, el escritor británico ha seguido hasta Nueva York el rastro ficticio del mismo inquilino desfigurado que habitara un día los subterráneos de la Ópera de París. El resultado es El Fantasma de Manhattan (Plaza y Janés), una novela insólita que maneja con soltura el mito del monstruo enamorado de un imposible y redimido por otro lazo aún más fuerte si cabe, el amor filial.A Frederick Forsyth (Ashford, 1938) le avalan unas cifras imponentes. Ha vendido más de 45 millones de libros y ha sido traducido a 28 lenguas. Por una vez, sin embargo, los números no significan apenas nada a la hora de cambiar de registro literario y adentrarse en la salvación, por amor, de un alma a punto de perderse. Una aventura iniciada hace dos años escasos junto con uno de sus mejores amigos, el compositor británico Andrew Lloyd Webber. El músico transformó en 1985 El fantasma de la Ópera, novela original del escritor francés Gaston Leroux, en un musical que le valió el éxito más sonoro de su carrera. Después de largas conversaciones sobre la posibilidad de que el espectro sin rostro hubiera escapado a sus perseguidores, el novelista británico le ha dado por fin la réplica.
Tras una intensa labor de búsqueda, similar a la efectuada para escribir cualquiera de sus famosas novelas policiacas, Forsyth ha descubierto ahora el paradero de Erik Muhlheim, el fantasma parisiense. Ayudado por su benefactora, Antoinette Giry, antigua directora del cuerpo de baile de la Ópera que le rescató de la feria donde le exhibían cuando era un adolescente, el proscrito desembarcó en el Nuevo Mundo. Una vez en Nueva York, el odio se convierte en su motor vital y la codicia en su único alimento. Cuando el escritor empieza a "escuchar" a los testigos que le relatarán lo sucedido, el fantasma no es más que un recuerdo, pero su tragedia personal, de proporciones épicas, ha marcado a todos sus contemporáneos.
"Esta novela empezó a gestarse casi como un juego entre Andrew Lloyd Webber y yo mismo. Nos preguntábamos si habría una forma de encontrar su pista. Si salió vivo de los sótanos de la Ópera de París, donde se instruyó y conoció a su único amor, la cantante Christine Daee". El escritor, que rememora sereno el nacimiento de su nueva obra, no puede evitar un ligero estremecimiento al pensar en la respuesta del lector a una obra sorprendente. "Un forsyth sorprendente, bien distinto a los habituales, lo sé", reconoce antes de volver a su fantasma de cabecera. "Como los hechos que describo sucedieron mucho antes de que yo llegara a Nueva York, son los propios testigos quienes recomponen la imagen del esquivo recién llegado, que cuenta con un representante, el malvado Darius", dice Forsyth. Como sucede con el resto de su producción literaria, los hechos y personajes reales se mezclan con la ficción para darle verosimilitud a una historia dura e "intensa", en la jerga literaria británica. Dispuesto a jugárselo todo, el autor deja en manos de un variopinto coro las piezas del rompecabezas que se ha propuesto terminar. Del fantasma, que habita ahora el piso más alto de un rascacielos neoyorquino, hablan los columnistas Gaylord Spriggs y Amy Fontaine. También le recuerdan el periodista Charles Bloom, que prefirió no escribir el reportaje de su vida, o el padre Joseph Kilfoyle, el preceptor irlandés de Pierre, el hijo de la cantante y el fantasma. "Kilfoyle y Darius representan el bien y el mal. El amor a Dios y la servidumbre más pagana, la del dinero, que arrastra casi al fantasma y pierde a su representante, a Darius", señala Forsyth. Vista así, la novela es sobre todo la lucha por la salvación del alma del atormentado Erik, que ignora la existencia de su propio hijo y ha convencido a Christine para que cante en el nuevo Teatro de la Ópera de Manhattan. "No hay palabrotas, ni sexo, ni violencia, sólo un par de tiros al final, pero el drama no decae, espero", continúa el novelista. Y luego añade: "Ya he escalado en diez ocasiones el Everest del éxito policiaco. Ésta es otra montaña igualmente difícil, pero, sobre todo, distinta para mí".
Salvado por su desconocido hijo, el fantasma agota sus últimos años como un benefactor. Para Forsyth, el narrador, que se ha retado a sí mismo y a sus lectores, empieza ahora una aventura insólita. Aguarda la reacción de un público entregado desde que, en 1971, Chacal, su primer manuscrito, se convirtiera en un éxito mundial. "Tengo ya otra idea para una nueva obra, pero prefiero esperar a ver qué ocurre con ésta. Para los editores también será una prueba de fuego", apunta con un deje entre irónico y ansioso.
Por cierto, que nadie se llame a engaño, si Chacal le costó 35 días de escritura febril, El fantasma de Manhattan estuvo listo en 25 jornadas. "Siempre empleo mucho más tiempo en investigar que en redactar el original. De todos modos, esta vez he contado cinco borradores. Tanto Lloyd Webber como los editores han hecho comentarios muy valiosos y aquí estoy", dice, echando una ojeada a la reluciente versión castellana de su primera historia de amor.
Nuevo filón
El encuentro entre el novelista y el magnate del cine
Haciendo hincapié en la deformidad física y moral del fantasma, la obra se convirtió en una película de gran éxito comercial. Su protagonista, el inquietante Lon Chaney, acababa de interpretar a Quasimodo, el Jorobado de Notre Dame. A partir de entonces se especializó en seres deformes capaces de provocar gritos de terror en el patio de butacas. Casi por persona interpuesta, Gaston Leroux logró inmortalizar el relato y pudo morir tranquilo. La industria cinematográfica, por su parte, había encontrado un nuevo filón.Otras dos versiones, la primera a cargo de Claude Rains y filmada por la misma Universal en 1943, y una británica, de la casa Hammer, interpretada por Herbert Lom en 1962, mantuvieron el mito vivo. En 1974, el realizador estadounidense Brian de Palma transformó el relato en una ópera rock. Diez años después, otra versión musical pasó casi inadvertida en un teatro londinense. Por fortuna, entre el público se encontraba el compositor británico Andrew Lloyd Webber.
Según Forsyth, sólo en manos del músico la tragedia pasó a convertirse por fin en una historia de amor condenado al fracaso. Algo que la audiencia reconoce de inmediato y que, para su amigo, supuso el mayor triunfo de toda su carrera. Más de diez millones de personas han visto su Fantasma de la ópera desde 1985. "De existir una percepción global de esta historia es gracias a él", afirma el escritor.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.