Tribuna:

Europa contra Europa

JUSTO NAVARRO Lo más nuestro: nuestros sentimientos, nuestra compasión. ¿Son nuestros? Nos los sugieren, nos los dictan. No vemos al pobre que se nos acerca en la calle. No lo oímos, y seguimos hablando con los amigos mientras el intruso tiende la mano pobre. Entonces dice el camarero: -Ya está bien, tú, fuera. No molestes a los señores. Los señores somos nosotros, que estamos conferenciando sobre la suerte de los desventurados kosovares. Entre Milosevic y la OTAN han convertido a los kosovares en pobres dignos a los que hay que amparar porque así lo dice nuestra conciencia, es decir, la au...

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JUSTO NAVARRO Lo más nuestro: nuestros sentimientos, nuestra compasión. ¿Son nuestros? Nos los sugieren, nos los dictan. No vemos al pobre que se nos acerca en la calle. No lo oímos, y seguimos hablando con los amigos mientras el intruso tiende la mano pobre. Entonces dice el camarero: -Ya está bien, tú, fuera. No molestes a los señores. Los señores somos nosotros, que estamos conferenciando sobre la suerte de los desventurados kosovares. Entre Milosevic y la OTAN han convertido a los kosovares en pobres dignos a los que hay que amparar porque así lo dice nuestra conciencia, es decir, la autoridad competente. Son desposeídos legítimos, no delincuentes disfrazados de mendigos. Han sido maldecidos por un tirano y están amparados por benéficas organizaciones internacionales y gobiernos democráticos. La conciencia nos señala que merecen auxilio. La caridad, que parecía una decisión del alma, ha resultado ser una directriz gubernamental. Los pobres lo saben, y se disfrazan de pobres honorables, es decir, protegidos por la OTAN. Es el caso de esa pobre desquiciada de Aljaraque, en Huelva, desnutrida, agotada y sin zapatos, que decía ser kosovar. No me matéis, gritaba, confundiendo a los municipales con sicarios de Milosevic. Iba con un niño, desamparada a pesar de sus documentos en varios idiomas. Disparataba en serbio y mal italiano y peor español. No era kosovar, era serbia: sí, de los terribles serbios, esos malvados contumaces. Y se temía que, además de serbia, fuera gitana. Es que la Oficina de Asilados y Refugiados del Ministerio del Interior ha lanzado un aviso de alerta: gitanos balcánicos deambulan por Europa haciéndose pasar por kosovares para recibir mejor trato. Los desgraciados deben ser ruandeses o bosnios o kosovares, por ejemplo, según la coyuntura histórica. Luego la coyuntura pasa, y ruandeses y bosnios y kosovares se convierten en extranjeros ilegales, parias callejeros, mauritanos que dicen ser ruandeses, serbios y gitanos con disfraz kosovar. Pero los verdaderos kosovares existen, huyendo de Milosevic, hacinándose en campamentos de la OTAN, temiendo la llegada del calor y las epidemias, mientras los soldados otánicos construyen nuevos campamentos para nuevos e incesantes deportados y huidos. Ya no sé si la OTAN está remediando la situación de los kosovares o la está provocando. De la catadura del régimen de Milosevic me informan objetivamente las declaraciones de sus propagandistas: el futbolista racista Mijatovic, por ejemplo, que declaraba inaceptable el poder reproductor de las familias albanokosovares. ¿Era una manera de sugerir la poda del árbol demasiado fértil? Pero de la catadura de la OTAN me informan matemáticamente 40 días de bombas, 600 operaciones en una sola noche, Belgrado destrozada, Europa bombardeada por Europa. El momento es confuso, y, mientras los europeos benditos tienden a verse como washingtonianos, los malditos desventurados se sienten kosovares. Y hay más confusiones. Un cartel puesto en la ventana de un coche de Belgrado decía ayer: -Solana: el hombre que mató a García Lorca.

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