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El gran amigo

Inútil resulta, ahora, intentar abordar con mesura la figura y la obra de José Agustín Goytisolo. La noticia de su muerte es demasiado brutal para exigirnos a nosotros mismos algo parecido a juicios objetivos y zarandajas de semejante índole. Tiempo es ya de reclamar el derecho a hablar incorrectamente, es decir, con absoluta falta de pasional prudencia, de los asuntos esenciales de esa cosa brumosa que nos lleva y a veces se parece algo a lo que suponemos que es la vida. Y los afectos y la poesía son, qué le vamos a hacer, algunos de esos asuntos por los que a veces vale la pena darse el gusto de perder el pudor. José Agustín ha sido un ciudadano con quien ha dado gusto cruzarse por los caminos de la vida y de la literatura. No sólo ha sido un gran poeta, uno de los mejores poetas de la poesía escrita en lengua castellana durante los últimos 50 años. Y lo ha sido durante casi cincuenta años: desde sus memorables inicios (El retorno, Salmos al viento, Claridad), en los años cincuenta, cuando se le homologó erróneamente a la estética -es un decir- del realismo socialista, hasta el final (La noche le es propicia), cuando se le quiso, también erróneamente, liberar de la chapucera etiqueta. Uno de los pilares, con Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma, de la llamada escuela poética de Barcelona, que con tanta clarividencia ha analizado Carme Riera, José Agustín conjugaba en su obra la veta lírica y elegíaca con la ironía y el sarcasmo, el sentimiento amoroso con una visión crítica y política de la realidad.Como Carlos Barral, como Jaime Gil de Biedma, como Gabriel Ferrater, José Agustín Goytisolo deja un vacío insoportable. No hablo sólo del José Agustín escritor, poeta, ni del hombre cívico, comprometido con las reivindicaciones sociales y humanitarias de los movimientos de izquierda, sino también del hombre tierno, del hombre incómodo a veces para muchos, del amigo divertido y alocado y del amigo abrumado por el hecho de estar vivo.

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