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Hassam Dauda

CARLOS COLÓN La ceniza del próximo miércoles nos la impuso, a todos, la semana pasada Hassam Dauda, el maliense de 18 años que se ahogó de madrugada en el Guadalquivir: nos recordó no que todos seamos mortales, sino que nuestro sistema es mortífero. La historia es suficientemente conocida: el polizonte descubierto prefirió afrontar la noche y el agua de este febrero gélido antes que ser entregado a la policía y devuelto al infierno de miseria y violencia desde el que Europa es soñada como un paraíso. También Hassam Dauda es suficientemente conocido. Hinchado y rígido, tras pasar horas a ocho metros de profundidad, en el fondo cenagoso del río, tan turbias las aguas que fue encontrado al tacto por los buceadores. Nuestros compañeros gráficos fotografiaron el cuerpo indefenso: no hay culpa en ello, se lo pidieron sus periódicos. Nuestro periódico y todos los demás reprodujeron la tremenda imagen: no hay culpa en ello, se lo demandan sus lectores (o su convicción de que mostrar el horror sensibiliza). Vimos las fotografías con un estremecimiento a la vez de compasión y de horror, como se mira a los muertos que no son nuestros; pero el estremecimiento nació y murió en sí mismo, sin posteriores consecuencias: no hay culpa en ello, todos los días vemos a niños con las manos cortadas, buitres devorando cadáveres, fosas acogiendo cuerpos, moscas paseándose en torno a los grandes ojos de niños famélicos, tráfico de esclavos. No hay culpa, creemos. Pero T.S. Eliot escribió nuestra condena: "Tras de tal conocimiento, ¿qué perdón?". Menos se ha hablado y escrito, en lo público y en lo privado, de esta foto que de las de Mar Flores. No nos abucheamos a nosotros mismos, y a nuestros poderes, y a nuestro sistema económico, como fue abucheado el conde Lecquio en un carnaval. Será que es más malvado -y por ello suscita más pasiones- el juego de alcoba, cámara y papel couché, que el juego internacional que robustece los desequilibrios porque se nutre de ellos; y que el juego nacional que considera excesivo hasta el apretado 0,7% desentendiéndose de las miserias próximas (buen reportaje sobre el barrio de Las Letanías en Onda Giralda) y lejanas. La Junta de Andalucía se ha hecho cargo de la tutela de los dos menores que acompañaban a Hassam Dauda -hermano de uno de ellos- en su viaje hacia el paraíso. Varias familias andaluzas se han ofrecido a acogerlos en sus casas. Es el único rayo de esperanza. Pero son más las oscuridades. Este periódico informaba el pasado sábado que se ha eludido precisar el centro de acogida al que se ha enviado a los dos menores "para evitar posibles represalias de personas que no acepten el tratamiento dispensado a los inmigrantes". ¿Es posible? No sólo la pasividad y la indiferencia, la complicidad con los poderes que generan y sostienen la miseria, sino además la acción negativa e inversa, la agresión a los desdichados que logran llegar aquí. Más ceniza sobre la frente. Ya haremos todas las penitencias juntas, si es que existe el Ángel de la Historia del que escribió Benjamin: serán los humildes e ignorados los que dinamitarán la historia.

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