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Tribuna
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Librerías

Desde hace años, algunas de las mas famosas librerías de de nuestro entorno, de Bilbao, Vitoria, San Sebastián, aquellas de toda la vida, han ido cerrando; y los más populares libreros o farmacéuticos del saber, de la realidad y de la fantasía, adelantaban su jubilación. Dicen que esto se debió a que las librerías se obstinaban en ser una especie de santuarios que repelían al no iniciado. Que el numeroso público no familiarizado con el libro se abstenía de entrar en ellas, un público que campaba en otros muchos lugares de venta con toda naturalidad y que, sin embargo, se detenía -si es que se detenía- ante el umbral de una librería como ante un territorio extraño. Sólo en el caso de buscar algo concreto se aventuraban a entrar. Unos lo llamaban miedo a la Cultura y otros, miedo al ridículo. Así, el camino del libro parecía el de la muerte. Necesitaba una resurrección, un nuevo impulso. Y a ello se pusieron escritores, diseñadores, editores... y vendedores. Aprendieron que estos tiempos deben aportar nuevas creaciones, a las que había que incorporar el marketing. Gracias a esa tenacidad de esos nuevos auxiliares del saber y a la demanda de un público más masificado, los lugares de venta de libros comenzaron a cambiar tanto como lo hizo el producto. A la venta de nuevas ediciones de libros fueron incorporándose grandes almacenes, supermercados, incluso cafeterías y restaurantes, que comenzaron a dedicar un espacio para poner los libros al alcance del consumo. Esto ha supuesto una conquista, o, mejor, una apertura de mercado. Puesto que ahora uno entra en una de esas grandes superficies o en una cafetería para degustar el cafelito y, de camino, puede hacerse hasta con un libro. A eso le llaman comodidad y sentido comercial que ha derivado en extraordinarias ventas en las navidades pasadas. ¿Qué más se puede pedir en este mundo entregado a la eficacia? No digo que no haya ya libreros de aquellos de otro tiempo y condición, pero son los menos. Aquella maravillosa sensación de poder entrar en una librería a ver qué hay y qué nos recomiendan, ya no existe. Aunque ahora se venda más y se compren libros como calcetines. Me temo que la diferencia está en que cada día hay menos compradores que, además de ganarse el libro por la vista, también los leen. Es decir, los aman. Como lo hacían aquellos libreros de aquellas librerías de toda la vida.

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