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Entrevista:

"La supresión de los embajadores políticos me parece un error"

Una despedida sin precedentes. Raúl Morodo ha abandonado la Embajada española en Lisboa con todo tipo de homenajes por su labor en los últimos cuatro años. Nombrado por el PSOE y mantenido por el PP, sostiene que las relaciones entre España y Portugal atraviesan un momento inmejorable y, como último embajador político -por ahora-, defiende la permanencia de esa figura: "En algunos momentos y algunas coyunturas son imprescindibles. Su supresión me parece un error". El presidente portugués, Jorge Sampaio, le ha impuesto a título excepcional la Gran Cruz de la Orden de Cristo, una condecoración sólo prevista para jefes de Estado y de Gobierno. El primer ministro, Antonio Guterres, le ha despedido con un almuerzo y una larga sobremesa. Los capitanes del Veinticinco de Abril le han nombrado capitán de honor. Los máximos representantes de las fuerzas políticas, económicas y académicas le han homenajeado. El diario Público le dedicó una página: "El amigo español".

Morodo, de 64 años, deja la Embajada de Lisboa con la sensación del deber cumplido. Fundador del Partido Socialista Popular (PSP) con Enrique Tierno Galván y hombre de la máxima confianza de Adolfo Suárez, reconoce que su vieja amistad con Mario Soares y los socialistas portugueses le abrieron muchas puertas que, sin duda, le han servido para mejorar las relaciones bilaterales entre los dos países, salpicadas durante años de recelos y suspicacias.

Su balance no puede ser más positivo: "Las relaciones entre España y Portugal han sido siempre de encuentros y desencuentros por razones históricas y geográficas, pero el restablecimiento de las libertades en ambos lados y la desaparición de fronteras, tras la entrada en la Unión Europea, han intensificado las comunicaciones y el entendimiento entre los dos pueblos hasta el punto de diluir notablemente el desconocimiento español sobre Portugal y los recelos portugueses respecto a España".

"En el plano económico", dice, "la penetración española en Portugal ha aumentado considerablemente en los últimos cinco años y, de hecho, el intercambio ha creado un mercado ibérico. Aunque la palabra suene un poco mal, es un hecho irrebatible y los empresarios portugueses se han dado cuenta de que pueden y tienen que competir en España. No sólo los grandes. También los pequeños y medianos".

En el ámbito político destaca Morodo que las relaciones entre las dos jefaturas de Estado han sido impecables. "El Rey, que pasó parte de su juventud en Estoril", recuerda, "ha mantenido siempre excelentes relaciones con los presidentes portugueses. Y los dos Gobiernos también, a pesar de que, paradójicamente, hayan sido casi siempre de signos distintos. Ahí están los casos de Cavaco y González, antes, o Aznar y Guterres, ahora".

A su juicio, "los encuentros constantes de ambos Gobiernos en Madrid, Lisboa o Bruselas han ayudado a resolver muchos problemas, algunos crónicos, como el convenio de las aguas de los ríos comunes o el conflicto de los límites pesqueros". Los intercambios culturales son cada día mayores, las relaciones entre regiones vecinas se intensifican sin freno y el tejido social se mezcla cada día más. "Los recelos portugueses no han desaparecido completamente", advierte, "pero se han diluido muchísimo y el entendimiento es constante, incluso en los ambientes militares". Morodo reconoce que ha tenido "pequeños problemas" con el Gobierno de Aznar, pero "siempre se han resuelto bien".

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Sobre la progresiva desaparición de los embajadores políticos no tiene dudas: "Creo que deberían mantenerse. Por principio, un embajador tiene que desarrollar funciones políticas, pero en determinadas situaciones, con determinados países y en determinadas coyunturas, cumple una función muy importante que no debería perderse. El embajador funcionario es fundamental para la estructura de todo sistema de la acción exterior, pero el político, en algunos momentos y sin llegar al caso de Estados Unidos, donde casi todos son políticos, son absolutamente necesarios".

"No digo", concluye, "que haya que politizar la acción exterior, pero tampoco funcionalizarla exclusivamente. Es un problema de equilibrio".

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