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Madrid acoge una completa retrospectiva del catalán Miguel Villá

El Centro Cultural Conde Duque, del Ayuntamiento de Madrid, presenta la exposición Miquel Villá (1901-1988), en la que se han reunido unas setenta obras de este gran pintor catalán. La muestra ha sido patrocinada por la Fundación Banco de Sabadell y cuenta con el comisariado de Tomás Casañas, además de haberse publicado un catálogo con textos de Marta Maragall, Antonio Urrutia y Javier Tusell. Hay que celebrar esta iniciativa de traer una selección retrospectiva de Miguel Villá a Madrid, por la importancia y calidad de la obra realizada por el artista, pero también porque mantuvo siempre una relación entrañable con nuestra ciudad, en la que empezó a exponer, de mano de Eugenio D"Ors, ya en los años de la inmediata posguerra y lo continuó haciendo a lo largo de su vida, lo que explica que haya una notable representación de sus cuadros en las colecciones privadas madrileñas.

Miguel Villá pertenece a una singular y muy hermosa tradición moderna de la pintura catalana, marcada por el espíritu del clasicismo mediterráneo, en la que el orden no corrige la emoción, porque, por así decirlo, hace del orden algo emocionante, sensual e, incluso, un misterio fascinante.

Este clasicismo, con no pocos acentos del provenzal Cézanne, poseyó siempre esa peculiar fuerza telúrica que se aprecia en el Miró inmediatamente anterior al surrealismo, pero que también recoge el aire arcádico de Joaquín Sunyer. Villá, que vibró siempre al son de esta fragancia paisajística, se insertó en la vanguardia de entreguerras completando ese espíritu vernáculo con referencias del universo neoclasicista italiano a lo Campigli, que interesó a otros maestros europeos del momento, como el mismo Balthus. En este sentido, hay en su trayectoria una afinidad en paralelo con lo que ha sido, por ejemplo, la de otro gran artista catalán como Xavier Valls. Lo verdaderamente importante es ahora poder contemplar la obra de Villá a través de una selección, no sólo muy bien hecha desde una perspectiva cronológica, sino también desde la que presenta sus centros de gravedad temáticos, como el paisaje, los retratos, los interiores, la arquitectura y el desnudo. Villá fue un extraordinario y muy original colorista, de una paleta de hermosa luminosidad a partir de tonos profundos y habría que decir que casi oscuros. Su textura es densa y riquísima, lo que acrecienta la sensación de solidez compacta, de quietud, pero, no obstante, muy sensual, física, embriagadora. Creo, por tanto, que esta exposición resultará un emocionante descubrimiento para quienes, amando la pintura, no hayan conocido antes bien la obra de Villá

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