¿Nueva oportunidad para España?
El autor, tras resaltar la mejora de la economía española, critica el escaso interés por la innovación tecnológica.
Por primera vez en los últimos 200 años de su historia, en 1998 se dan las condiciones para que este país pueda tener otra oportunidad real para volver a estar entre los países más ricos de Europa en renta per capita. Como consecuencia, su riqueza en PIB superaría la del último país del grupo de potencias mundiales G-7. Cuando en la época del año 1492 la riqueza se conseguía mediante las conquistas territoriales, España aprovechó brillantemente su oportunidad con el descubrimiento y conquista de América.Es de señalar que esa audaz decisión estratégica, tomada por los que entonces gobernaban, no habría tenido éxito sin la entusiasta participación de una anónima Sociedad Civil dirigida por desconocidos, que acabarían siendo grandes líderes. Gracias a aquel acierto, y aun a pesar de las estériles guerras europeas en que se ocupaba la clase dirigente, España pudo mantenerse entre las primeras potencias europeas durante 300 años. El bienestar nacional y el respeto internacional que la riqueza genera contribuyeron, sin duda, a resolver otrora difíciles problemas nacionales, tales como la terminación territorial de España, con la inusitadamente fácil anexión de Navarra, en 1512. Sin embargo, la gesta americana que tanto contribuyó a mantener la economía y el prestigio de España en Europa durante tres siglos, no consiguió hacer cambiar el esquema de valores imperantes en la metrópoli. Más bien, la riqueza importada de América adormeció la necesaria regeneración (que ya se empezaba a producir en Europa) del sistema de valores medieval que menospreciaba el enriquecimiento material por el trabajo. Estos valores, que hasta no hace tanto han cotizado socialmente en la metrópoli ("le va tan mal que tiene que trabajar", se decía), hicieron desaprovechar las materias primas americanas para comerciar en Europa, y las remesas de oro de Indias para implantar los primeros ingenios de transformación. Fueron los otros países europeos quienes lo hicieron esforzándose en crear riqueza, primero con el comercio y luego con la industria.
Durante el siglo XVIII, España aguantaba su todavía importante poder internacional de una forma artificial. Sólo raras excepciones, como Juan Antonio de Heros en 1763, proclamaban como objetivo un mayor enriquecimiento del Estado y que éste debía pasar por el lícito enriquecimiento del ciudadano, por lo que trabajar para ello debería ser considerado ennoblecedor. La independencia de EEUU en 1776 y la Revolución Francesa en 1795 hicieron añicos definitivamente los vestigios medievales en las sociedades europeas, implantando en el horizonte de los siglos siguientes unos nuevos valores que no fueron aprehendidos por una sociedad española, más afanada en conservar que en progresar. España entró desconcertada en el siglo XIX, y en 1808, víctima de un papanatismo de neófito frente a la revolucionaria Francia, los entonces gobernantes permitieron a las tropas francesas invadir España para conquistar Portugal. Ese año, España perdió su prestigio de nación poderosa en Europa.
A continuación, sin saber dar salidas políticas a sus virreinatos americanos, en tan sólo 12 años entre 1812 y 1824, perdió la soberanía de aquel inmenso continente. Posteriormente, mientras, durante todo el XIX y hasta mediados del XX, en Europa se apostaba, primero por la explotación económica de los inventos científicos, y después por el gran desarrollo industrial a través de empresas, en España no hubo un periodo de paz que durara una generación completa.
Desde 1808 hasta 1940 hubo crisis políticas de pronunciamientos y constituciones, monarquías y repúblicas, dictaduras y democracias, que originaron que ninguna generación tuviera la paz interna asegurada, absolutamente necesaria para construir futuro. Y como "a perro flaco le llueven las pulgas", estallaron las guerras civiles.
Las consecuencias fueron devastadoras para la riqueza económica del país. Comparando el PIB por habitante (ajustado al poder adquisitivo) de España con la media de Francia e Inglaterra (ya que ni Alemania ni Italia existían como tales en 1800), observamos que la renta per capita de España era todavía muy alta en 1800, alrededor del 94% de la media franco-inglesa se fue deteriorando durante el siglo para llegar en 1900 al 54% y se derrumbó en 1940 hasta el 45%, para irse lentamente remontando hasta el 62% en 1980 y al 75% en 1995. Las guerras civiles son como terremotos que arrasan patrimonios y proyectos y la Sociedad Civil española, paralizada por las que Sánchez Albornoz denominó "crisis de subsistencias", nunca tuvo una oportunidad real de progreso.
Pues bien, en 1998 finalmente este país ha conseguido cumplir las condiciones requeridas, en el mundo tecnológico actual, para poder disfrutar de su oportunidad: la primera es una paz interna continuada durante casi 60 años (aunque con 37 de dictadura); la segunda es un sistema democrático bajo una monarquía estable durante 22 años; la tercera es una educación masiva que ha desterrado el analfabetismo, igualando nuestros índices con los de Europa (existe una correlación directa entre el nivel relativo de alfabetización de un país en Europa un año determinado y el nivel relativo de la renta per cápita de ese país una generación después), y la cuarta es la constatación por primera vez en nuestra historia moderna, de que en 1998 están bajo control los fundamentales índices macroeconómicos de coste de la vida, déficit público y coste del dinero (lo que impide que la riqueza generada se pierda, "como agua en cesto", por los agujeros de inflación galopante, impuestos excesivos o intereses bancarios, respectivamente).
Pero si en la carrera del progreso económico España quiere estar entre los primeros, ha de cambiar su ritmo de crecimiento del PIB. Para alcanzar a la Europa rica en unos pocos años ha de buscar la fórmula de aumentar su PIB anual en varios puntos por encima del crecimiento de esos países, ya que haciéndolo sólo unas cuantas décimas, como lo hace ahora, la convergencia real podría durar muchos años. Un ejemplo nos lo ha dado Irlanda, que, aumentando su PIB a razón de un 8% al año durante cinco años, ha superado al PIB/habitante de Inglaterra, lo que, seguramente, ha incidido en la solución final del Ulster.
Para lograr este cambio de ritmo en el crecimiento, no basta con aumentar la actividad macroeconómica del país. En un mundo global cada vez es más difícil hacerlo en solitario. Hay que lograr aumentar la participación microeconómica de las empresas nacionales en esa actividad, y aquí España sí presenta un hecho diferencial con su gran reserva de desempleo. En términos empresariales, se trata no tanto de aumentar la cifra de ventas nacional (actividad macroeconómica), sino de aumentar el valor añadido nacional (PIB) para una misma actividad, lo que se consigue con innovación tecnológica propia (una empresa fabricando con tecnología propia puede inducir en su nación unas tres veces más empleos que la misma fabricando con tecnología foránea). En el trabajo Paro y tecnología, publicado en 1994, se hacía una simulación tendente a demostrar que con una proporción de tecnología propia, comparable a la de los países punteros, en España habría un millón menos de desempleados, con el consiguiente aumento del PIB. Hay, además, otras importantes facetas como flexibilidad, calidad, formación..., pero la falta de innovación tecnológica en las empresas no es baladí, y los Presupuestos para I+D en 1999, que debían empujarla, son excesivamente prudentes y poco creativos.
El proyecto de volver a ser ricos en cinco años, que fue imposible durante dos siglos, sería atrayente y dinamizador. También ayudaría a solventar bastantes problemas actuales y a minimizar otros que, como el de los nacionalismos, la falta de riqueza tiende a magnificar. La actual Sociedad Civil, reforzada su autoestima al cumplir los requisitos del euro, ha empezado ya a moverse lenta pero globalmente. Ésta puede ser la gran oportunidad para que, aprovechando el movimiento iniciado, nuestros gobernantes apuesten valientemente y le den un empujón definitivo.
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