Después del "Mitch"
Calmados ya los vientos, cuando las aguas vuelven poco a poco a sus cauces, Centroamérica empieza a calibrar la devastación provocada por el Mitch: mucho mayor, en vidas y haciendas, de lo que casi nadie imaginó. Nunca se sabrá con exactitud cuántos han sido los muertos, decenas de miles en cualquier caso. Económicamente, el ciclón ha aniquilado las estructuras productivas de Honduras y Nicaragua, los dos países más castigados, y hecho retroceder en 30 años su nivel de desarrollo.La conmoción suscitada por el desastre, reflejada en el flujo de ayuda humanitaria, es de talante desigual. Se mueve entre la generosidad de la respuesta popular -el caso español es significativo- y la cicatería de Estados u organizaciones supranacionales. No es demagogia señalar que las instituciones crediticias occidentales, predispuestas a desembolsos astronómicos cuando se trata de apuntalar economías dudosamente gestionadas u organizaciones privadas en apuros (algunas altamente especulativas), no muestran el mismo entusiasmo en el socorro a unos países arrasados por un desastre impredecible. Washington, que gastó miles de millones de dólares en los años ochenta financiando oscuros caudillajes en la región ahora asolada, ha contribuido con 80 millones y una discreta ayuda de sus militares. La Unión Europea, uno de los tres pilares de la riqueza mundial, ha ofrecido la menguada suma de 17.000 millones de pesetas en ayuda urgente, prácticamente lo mismo que aportará España. Tampoco la respuesta de la OCDE está a la altura de las circunstancias.
La penuria de los millones de damnificados por el huracán no retrocederá con las aguas. Comienza ahora, tras la destrucción de los monocultivos de los que dependen (café, banano) y de las infraestructuras que permitían su comercialización. Nicaragua, Honduras, El Salvador o Guatemala son países muy pobres, y una parte fundamental de sus presupuestos se consume en el servicio de deudas externas proporcionalmente gigantescas. Se entiende que sus dirigentes pidan a sus acreedores borrón y cuenta nueva. Francia decidió hacerlo ayer, pero otros países no han secundado la medida.
Es posible que la condonación de la deuda -incluso asumiendo que representa un bien absoluto para sus beneficiarios- no sea hoy la máxima prioridad, pero ningún país desarrollado debería objetar al menos una amplia moratoria unida al libramiento inmediato de un fondo especial de reconstrucción, con ayuda financiera pero también técnica. Preferentemente para programas concretos, tan ambiciosos como sea necesario, y a través de organismos especializados, tipo Banco Mundial, capaces a la vez de canalizar y fiscalizar a largo plazo la solidaridad internacional. Los ciudadanos de muchos países, de España en particular, han trazado el camino a sus gobernantes.
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