_
_
_
_
_
Tribuna:EL FUTURO DEL TRABAJO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Revolución tecnológica y empleo

Las nuevas tecnologías se han desarrollado vertiginosamente durante las últimas décadas. Los avances han sido espectaculares, especialmente en biotecnología y sobre todo en informática y tecnologías de la comunicación. Hemos asistido al hecho usual de que el equipo informático más avanzado quedaba obsoleto al año siguiente. Tecnologías que hace pocos años parecían de ciencia-ficción, como las videoconferencias o los procesadores de textos con reconocimiento de voz, están hoy al alcance de cualquier equipo informático doméstico.El desarrollo de estas tecnologías, tímidamente iniciadas a finales de los años cincuenta, y con un ininterrumpido avance desde entonces, viene considerándose como una auténtica revolución tecnológica. Al igual que el descubrimiento del fuego, del hierro, de la imprenta, de la máquina de vapor o de la electricidad fueron auténticas revoluciones en su momento, las nuevas tecnologías lo están suponiendo en la actualidad. La diferencia entre la revolución tecnológica y la simple sucesión de descubrimientos científicos y técnicos radica en que aquélla puede tener repercusiones que modifiquen hábitos sociales creando nuevos tipos de sociedad. La primera Revolución Industrial, por ejemplo, supuso importantes cambios en la sociedad, la aparición de empresas y capitales industriales, del proletariado, de los primeros hábitos de consumo. Se trata, pues, de un descubrimiento tecnológico que trasciende de la pura cadena productiva para configurar nuevos hábitos y estructuras sociales: estamos ante una revolución tecnológica.

Íntimamente ligado a la revolución tecnológica se encuentra el fenómeno de la globalización. Globalización de las finanzas, de la economía, del comercio, del conocimiento y de la información hacen realidad la premonición de la Aldea Global postulada por Marshall McLuhan. La globalización es fruto de un imperativo tecnológico. Aunque quisiéramos pararlo, no podríamos. Un mundo donde las noticias y las imágenes se distribuyen desde los lugares más remotos, donde desde un teléfono portátil podemos mantener una conversación con otra persona situada en cualquier punto del planeta, donde podemos comprar, a través de Internet, productos y servicios provenientes de lejanos países, es necesaria y realmente un mundo global. Es conveniente resaltar que este fenómeno es un efecto más de la revolución tecnológica y no una decisión voluntaria ni de gobiernos ni de acuerdos internacionales.

Y es en este entorno de profundos cambios tecnológicos y con la coincidencia, casi cabalística, del final del segundo milenio donde va tomando cuerpo una doctrina pesimista en torno al futuro del empleo. Se argumenta que la automatización va a ir desplazando al hombre en el trabajo; que a más tecnología menos empleo, ya que para producir lo mismo serán necesarias menos personas.

Esta tesis es mantenida por Rifkin en su ensayo El fin del trabajo, donde afirma textualmente: "En la actualidad, el trabajo humano está siendo paulatina y sistemáticamente eliminado del proceso de producción". Una visión casi apocalíptica es la aportada por Viviane Forrester en El horror económico, donde sostiene que los conceptos de trabajo y de desempleo se han quedado sin contenido.

Estos autores son la referencia más actual de la vieja lucha entre la máquina y el empleo. De manera irracional la humanidad, que abraza con fervor cualquier innovación tecnológica, siente un atávico temor al supuesto desplazamiento del empleo, víctima de este desarrollo. Ya Colbert, el ministro mercantilista de Luis XIV, consideraba a los inventores de maquinaria como "enemigos de los trabajadores", puesto que reducían las necesidades de mano de obra.

También uno de los padres de la ciencia económica, el británico David Ricardo, allá por 1820, mantenía en el capítulo "Sobre la maquinaria", en la tercera edición de Los principios de la economía política y tributación, que el incremento en el uso de maquinaria en la industria produciría una fuerte sustitución de trabajadores y, como consecuencia, un incremento del desempleo. Carlos Marx mantenía en 1860 argumentos similares.

Keynes, en su principal obra La teoría general del empleo, el interés y el dinero, afirmaba: "Nos afecta una nueva enfermedad de la que algunos lectores puede que aún no hayan oído su nombre, pero de la que oirán hablar mucho en el futuro inmediato. Se denomina desempleo tecnológico".

Afortunadamente para la humanidad, estos negros vaticinios que sobre el empleo parecía tener el desarrollo tecnológico no se han cumplido. A casi dos siglos de las primeras afirmaciones, y a pesar de las intensas innovaciones en tecnologías, se ha multiplicado el número de empleos existentes. Sin embargo, no toda la doctrina ha tenido esta visión contrapuesta entre empleo y avance tecnológico. Por ejemplo, Schumpeter sostiene que los avances tecnológicos son el motor básico en la dinámica del sistema económico.

La revolución tecnológica crea empleo al crear nuevas demandas sociales y no, como pudiera parecer a primera vista, por la necesidad de fabricar esos nuevos equipos tecnológicos. Pensemos, por ejemplo, en el desarrollo de la tecnología audiovisual, de gran auge en la actualidad. Para desarrollarla, será necesario un número de personas que trabajen en la fabricación, montaje, transporte y comercialización de vídeos, pantallas o cámaras. Pero mucho más importante y significativo es el hecho de que estas tecnologías han creado nuevas demandas sociales que hay que satisfacer, como son documentales sobre naturaleza, reportajes, vídeos musicales que a su vez generan volúmenes de empleo muy importantes y que antes no existían.

Hasta el descubrimiento de la imprenta, a finales del siglo XV, los libros se realizaban mediante copias manuales de gran belleza artística, tarea que, básicamente, realizaban los monjes en los monasterios medievales. La imprenta redujo espectacularmente el tiempo necesario para la elaboración de un libro, por lo que podríamos pensar que se perdería mucho "empleo" para los monjes. Sin embargo, el resultado fue exactamente el contrario. La imprenta permitió la difusión de las ideas y el conocimiento; abarató sensiblemente el precio de los libros, por lo que se extendió el hábito de lectura y la demanda de libros. Para cubrir esa nueva demanda social, aparecieron nuevos oficios, se multiplicaron los títulos, aparecieron las librerías y una larga cadena de ocupaciones que antes no se conocían. Por tanto, el balance global de esta revolución tecnológica fue muy positivo, no tan sólo en el ámbito cultural y humanístico, sino en la creación de empleo.

Todas las transformaciones productivas y sociales tendrán como consecuencia que las fórmulas de empleo también se irán modificando y adaptando a las nuevas demandas. Como ejemplo más representativo tendremos el desarrollo del amplio concepto de teletrabajo, al que habrá que dotar de flexibilidad por una parte, pero de protección social y derechos para el trabajador por otra parte.

Necesariamente, esta nueva sociedad será más compleja en sus relaciones, por lo que cada día existirá mayor demanda para combinar y compaginar trabajo y otras facetas humanas, como familia, estudios o aficiones. Ello significará también la potenciación de las relaciones laborales a tiempo parcial. Asimismo, se incrementará el porcentaje de la población anciana, que requerirá atenciones personales y sanitarias que no siempre podrá realizar la familia, lo que, unido a la creciente y necesaria incorporación de la mujer al trabajo, creará nuevas demandas de servicios domésticos y atención del domicilio, que serán, sin duda, motor de empleo.

Y la creciente tecnificación en las empresas demandará cada día una mano de obra más formada, consolidándose un sistema de formación a lo largo de toda la vida. Quedarán lejos los esquemas formativos en los cuales durante la juventud de una persona se adquiría un conjunto de conocimientos que después se repetirán durante el resto de la vida laboral. Esta estructura formativa en las empresas modificará la clásica distribución piramidal de cualificaciones dentro de la empresa, incluso dentro de las empresas industriales. La nueva estructura necesitará más formación desde su base, existiendo pocas posibilidades para los trabajadores sin cualificación.

En resumen, la tecnología, lejos de ser negativa para el empleo, va a significar un aumento cualitativo del empleo, que requerirá, eso sí, nuevos hábitos laborales como la movilidad, la cualificación y la formación permanentes para poder satisfacer las nuevas demandas requeridas por la nueva sociedad. Es nuestra responsabilidad conseguir que ese empleo beneficie a todos, incluidas las sociedades más pobres, y que el empleo creado tenga la suficiente dignidad y calidad.

Manuel Pimentel es secretario general de Empleo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_