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Reportaje:

Adiós, Moscú

Cuando el 21 de agosto de 1968 los tanques del Pacto de Varsovia entraron en Checoslovaquia, no sólo aplastaron los intentos de Alexander Dubcek de construir un "socialismo de rostro humano", sino que abrieron una fractura irreparable en el bloque que dirigía la Unión Soviética. Fue la primera ocasión en que el Partido Comunista de España (PCE) y el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), junto con otros partidos comunistas occidentales, criticaron abiertamente la actuación de la potencia soviética. El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) ha abordado esta semana con un ciclo de conferencias la influencia de estos hechos, ocurridos hace 30 años, en la política y en la cultura europeas. Así como el Mayo Francés sacudió aquel mismo año el mundo capitalista, la invasión soviética de Checoslovaquia hizo tambalear los partidos comunistas occidentales y puso los cimientos a replanteamientos ideológicos fundamentales, como el eurocomunismo. La incidencia de la Primavera de Praga sobre el PSUC no fue una cuestión que incumbiera sólo a los miembros de este partido. En los años sesenta, el histórico partido de los comunistas catalanes era también el partido hegemónico de la oposición antifranquista; el mejor organizado y el más numeroso. El PSUC jugó un papel fundamental en la recuperación de la democracia y ello fue posible, en parte, según recuerda su dirigente Antoni Gutiérrez Díaz, gracias a una estrategia unitaria "que hubiera sido impensable sin haberse desmarcado entonces de la Unión Soviética". No fue hasta 1966, en la Taula Rodona, cuando el PSUC salió de la cuarentena a que le habían arrojado el resto de partidos de la oposición. Los dirigentes de entonces recuerdan que el partido tenía muy asumido que iba a condenar la intervención si finalmente se producía. Joaquim Sempere, entonces un líder del PSUC en la universidad, y Miguel Núñez, de la dirección de Barcelona, coinciden en que los líderes del PCE y el PSUC dejaron bien claro en París, sólo un mes antes de la invasión, su apoyo a las reformas emprendidas por Dubcek. "Teníamos claro desde un principio que debíamos condenar la intervención", recuerda Sempere. Y así fue. La dirección del PCE, con Dolores Ibárruri, la Pasionaria, y Santiago Carrillo al frente -que se encontraban precisamente en Moscú de vacaciones-, redactó un comunicado de "desaprobación" que emitió Radio Pirenaica, la emisora que el PCE mantenía en el extranjero. La dirección del PSUC también censuró la intervención militar, espoleada por el hecho de que su presidente, Josep Moix, residía en Praga, y su hombre fuerte, Gregorio López Raimundo, era amigo personal de Dubcek. Los universitarios del PSUC elaboraron incluso octavillas, que distribuyeron con el aval explícito de Josep Serradell, Roman, representante del sector más prosoviético. No obstante, los jóvenes recibieron dos días después instrucciones de paralizar la difusión de las octavillas. Y es que "el rechazo a la invasión fue unánime formalmente, pero el entusiasmo en la condena, no", recuerda Gutiérrez Díaz. Leopoldo Espuny, entonces adscrito a la célula de la Universidad, recuerda que él se abstuvo en la votación: "No estaba de acuerdo en algunos aspectos del análisis", justifica. Pero insiste en que su posición no suponía avalar la política de la Unión Soviética. En un informe presentado en el comité central de enero de 1969, Roman admitía que la decisión del PSUC "no fue automáticamente aceptada y la discusión hizo aparecer un número de posiciones divergentes a causa de ligazones de afección a la patria del socialismo, autodefensa ante la propaganda franquista y falta de elementos de juicio suficientes". No obstante, casi nadie pensó en abandonar el PSUC y la escisión prosoviética que vivió el PCE en 1970, encabezada por Enrique Líster, no tuvo incidencia en Cataluña. "Había algunos militantes muy prosoviéticos, pero a pesar del desconcierto, seguían siendo muy disciplinados", recuerda Núñez. No hubo deserciones, pero la Primavera de Praga supuso el arranque de sensibilidades que a la larga se revelarían contrapuestas y que acabarían estallando en el 5º Congreso, en 1981. Se puso de manifiesto la línea prosoviética y se abrió paso, sin posibilidad de marcha atrás, una línea estratégica que primaba la vinculación del comunismo con las libertades, lo que más tarde se llamó eurocomunismo. Supuso también un paso de gigante en la actualización del marxismo desde la izquierda que impulsó el filósofo Manuel Sacristán, un intelectual con gran autoridad entre la izquierda española. Sempere, que fue uno de sus discípulos, recuerda la importancia que tuvo la Primavera de Praga en su intento de redefinir el comunismo y de vincularlo a otros movimientos sociales de emancipación, tales como el feminismo y el ecologismo. Especialmente significativo fue el prólogo que escribió en el libro de Dubcek La vía checoslovaca al socialismo, que publicó Ariel en noviembre de 1968 y que jugó un papel fundamental en el distanciamiento de los comunistas catalanes respecto a la Unión Soviética.

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