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Retorno a los Balcanes

Francisco Veiga

Tras cuatro meses de un llamativo y casi ostentoso desinterés hacia el conflicto de Kosovo, las potencias occidentales vuelven de nuevo a hacer sonar sus sables amenazando con hacer intervenir a la OTAN. Sin embargo, las amenazas dirigidas al presidente Milosevic no vienen acompañadas de grandes precisiones estratégicas. Se habla, en líneas generales, de un bombardeo contra emplazamientos antiaéreos serbios, acción que quizá se podría ampliar a un ataque selectivo contra las tropas de Belgrado que operan en el territorio kosovar. Pero al no tratarse de grandes formaciones blindadas, sino de unidades policiales altamente móviles, no parece que el daño pueda ser muy considerable. La única solución contundente consistiría en enviar un buen número de soldados de la OTAN o de algún país aliado (pongamos Albania) a ocupar el territorio. Pero nadie habla de esa posibilidad. ¿Por qué entonces esta súbita precipitación por lanzar un ataque de la OTAN en Kosovo?Desde luego, las imágenes de las recientes matanzas en los medios de comunicación occidentales han contribuido a desencadenar una indignación que sirve de soporte externo a la nueva demanda de intervención. Pero sería ingenuo pensar que escenas así sólo han ocurrido ahora y no durante los cuatro meses de verano, cuando la suerte de la población albano-kosovar parecía un tema menor en la actualidad informativa. Más consistente parece el argumento de que ante la cercanía del invierno la precaria situación de los refugiados albaneses escondidos en las montañas puede degenerar en catástrofe. Pero sin una intervención occidental directa, sobre el terreno, su suerte no mejorará apreciablemente por el mero hecho de que algunas posiciones serbias sean bombardeadas. En realidad, existe un tercer grupo de argumentos, mucho más consistentes, que apenas están siendo analizados por los medios de comunicación occidentales.

Uno de ellos tiene que ver con el resultado de las elecciones en Bosnia. Era un secreto a voces que la OTAN aplazó cualquier estrategia de intervención en Kosovo hasta conocerse los resultados de los comicios. El motivo era impedir que los sentimientos nacionalistas de los serbobosnios se inflamaran si continuaba la presión sobre Belgrado en relación al conflicto kosovar. Pero la inesperada victoria de Nikola Poplasen e Ivko Radisi ha resultado ser un varapalo inesperado para las potencias garantes de los acuerdos de Dayton. Las jeremiadas de todo tipo que se han entonado en la prensa occidental no pueden ocultar el problema básico: de nada ha servido el control de la propaganda electoral por parte de la OSCE, las presiones de la SFOR, las apuestas occidentales por los candidatos más democráticos y todo lo que se quiera. Lo cierto es que una parte significativa de la población serbobosnia ha votado a un tándem político (radicales más socialistas) que es casi el mismo que gobierna en Belgrado. Consecuencia colateral, los croatobosnios tienen ahora más argumentos para volver a la carga en el viejo tema de la reintegración a Croacia.

Ante estos resultados, en muchas cancillerías occidentales ha comenzando a pensarse que la buena voluntad y los métodos graduales son insuficientes y que es necesaria una nueva demostración de fuerza en dirección a Belgrado. Allí, por cierto, la entrada de los radicales de Seselj en el Gobierno socialista ha endurecido muchísimo la situación política, y la Universidad, último bastión de la oposición liberal, ya está sufriendo de lleno una implacable sucesión de purgas.

Pero no todo el problema está en los serbios. Más al sur, en la República de Macedonia, también se le ven las orejas al lobo. A diferencia de lo que ocurre en Serbia, el Gobierno de coalición presidido por los socialistas ha sabido aprovechar, en beneficio propio, las ventajas de la convivencia interétnica. La incorporación a las tareas de Gobierno de algunos tecnócratas albaneses de gran valía (y entre ellos el actual ministro de Finanzas, Taki Fiti) ha contribuido, junto con el decidido apoyo occidental, a que Macedonia disfrute de una situación económica muy boyante a pesar de las enormes tasas de desempleo. Por desgracia, en los Balcanes (y en otros puntos del planeta) los buenos resultados económicos no son una vacuna contra los conflictos nacionalistas. El próximo 18 de octubre, las elecciones pueden dar la victoria a la coalición VMRODPMNE. Si eso ocurre, el potencial de confrontación interétnico entre la minoría albanesa y los macedonios subirá varios enteros. Además, el nuevo Gobierno nacionalista seguramente comenzaría a demostrar una actitud más favorable a Bulgaria y a la posibilidad (aunque sea lejana) de unión con lo que muchos macedonios consideran la "madre patria". Para mayor alarma, en los últimos días la policía ha comenzado a actuar contra células del Ejército de Liberación de Kosovo que ya operan sin disimulo en Macedonia.

Por último, y aquí radica la clave central, los albano-kosovares plantean un importante problema en sí mismos. Según ha revelado recientemente el periodista británico Tim Judah, durante el pasado mes de junio el presidente moderado Ibrahim Rugova intentó tomar el control del entonces victorioso Ejército de Liberación de Kosovo integrándolo en las Fuerzas Armadas de la República de Kosovo, una entidad en cuadro y dependiente del Gobierno kosovar en el exilio. Esa tentativa fracasó completamente y además generó toda una serie de desencuentros y conflictos. El ELK es en realidad el brazo armado del Movimiento Popular para la Liberación de Kosovo y sus líderes odian a los moderados que rodean a Rugova. Les acusan de cosas bastante desagradables. Por ejemplo, de ser unos traidores que abandonaron al MPLK, o de que en los años ochenta ejercían de funcionarios comodones o de apparatchikis comunistas fieles al Estado yugoslavo, mientras los radicales del MPLK (fundado en 1983) eran encarcelados o debían exiliarse.

Conforme el ELK era derrotado militarmente por las fuerzas de seguridad serbias, los reproches subieron de tono y desembocaron en verdaderas condenas a muerte. Parece un dato cierto que el atentado que el pasado 20 de septiembre le costó la vida a Ahmet Krasniqi, ministro de Defensa y jefe de las Fuerzas Armadas de la República de Kosovo, fue obra del ELK, que siempre lo consideró un traidor. Cuatro días más tarde, mientras se celebraba su funeral en Pristina, los pistoleros del ELK volvieron a actuar contra uno de los consejeros más próximos a Rugova, Sabri Hamiti, que, por cierto, es un ex militante del MPLK. Por otra parte, está fuera de duda que hombres del ELK participaron en las algaradas del 14 de septiembre, cuando los seguidores de Sali Berisha, líder del Partido Democrático de Albania, intentaron tomar la sede de Gobierno en Tirana. Sali Berisha, musulmán del norte de Albania, siempre ha apoyado al ELK. Quizá la intención de los guerrilleros fue la de llevar al poder a un Berisha algo excitado, que estaría dispuesto a implicar a Albania en una guerra por Kosovo. De la misma forma, la dimisión de Adem Demaçi como portavoz político del ELK, también está claramente relacionada con estos sucesos.

Así las cosas, la única posibilidad de evitar el desastre total en Kosovo consiste en que Rugova logre negociar con los serbios un estatuto de autonomía que a la vez abra la puerta a una posible independencia de aquí a algunos años. Pero, para contrarrestar al ELK, derrotado pero no vencido por los serbios, Rugova debe actuar sin que parezca una rendición ante Belgrado. ¿Cómo lograrlo? La respuesta parece estar en una intervención de la OTAN que entronice definitivamente a Rugova como líder por antonomasia de los albaneses de Kosovo y haga "innecesaria" la resistencia armada del ELK. Pero para que una operación tan audaz y delicada tenga éxito ha de tener en cuenta, a la vez, los factores políticos y militares; especialmente cuál será el destino del ELK.

Francisco Veiga es profesor de Historia de Europa Oriental en la UAB y autor de La trampa balcánica.

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