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"Tengo miedo de Degà"

El pinchadiscos Josep Maria Castells, secuestrado y apaleado por error al confundirle los sicarios con el empresario Ricard Campoy, el ex socio de Miquel, aseguró ayer en varias emisoras de radio que tenía miedo: "Tengo miedo de lo que pueda sucederme cuando Miguel Degà salga de la cárcel." En declaraciones a la cadena SER, precisó: "El único miedo que tengo es si algún día me vuelvo a encontrar a esa persona por la calle... A eso le tengo verdadero pánico". Castells explicó que el 3 de septiembre a las 20.30 horas, en el aparcamiento de la calle de Numància de Barcelona donde había estacionado su Mercedes descapotable, fue abordado por tres individuos con acento mexicano. "Me pusieron una pistola en el cuello y me dijeron: "No te gires, esto es un atraco". Inmediatamente, continuó Castells, recibió un puñetazo y fue arrastrado de malos modos hacia una furgoneta Seat Trans isotérmica situada en el mismo aparcamiento. En la furgoneta, robada aquel mismo día en Barcelona, esperaba un cuarto individuo. Los cuatro matones ataron de pies y manos al pinchadiscos, le introdujeron un trapo en la boca y le robaron la cartera, su Rolex de oro, anillos y cadenas, objetos que ya ha recuperado. Dos de los sicarios ocuparon los asientos delanteros de la furgoneta y los otros dos permanecieron a su lado, golpeándole a lo largo de las casi dos horas que duró el viaje de los secuestradores y secuestrado has ta las cercanías de Berga. Durante el viaje, además de los golpes, los matones amenazaron continuamente a Castells con cortarle los testículos y metérselos en la boca y con rebanarle una oreja, a imitación de algunas de las sanguinarias bandas de secuestradores de México, las cuales, para conseguir el dinero pedido por la liberación de sus víctimas, no dudan en seccionarles la oreja y enviársela a los familiares. En las cercanías de Berga, posiblemente Degà, que estaba conectado por teléfono móvil con los matones, informó a éstos de su error y les dijo que liberaran a su rehén. Castells explicó ayer que durante el viaje "uno de los secuestradores hablaba continuamente por un walkie-talkie con alguien situado en el exterior que les iba guiando". Hacia las 23.00 horas, al llegar al pantano de La Baells, la furgoneta se detuvo y Castells oyó que "uno decía algo sobre el agua y otro respondía que no estaba preparado"; pero, para su sorpresa, los sicarios se marcharon dejándolo atado y en completa oscuridad tras avisarle de que no acudiera "a la policía, a la prensa ni a la empresa" para explicar el suceso. El pinchadiscos se desató, salió de la furgoneta, recogió una pistola de fogueo que los sicarios habían olvidado, la envolvió con el trapo que llevaba en la boca para no borrar las huellas y anduvo hasta que un coche lo recogió y lo trasladó al cuartel de la Guardia Civil en Berga, donde relató su odisea. "Peor que el daño físico", relata Castells, "es el mal psíquico, el recuerdo del tacto del cañón en la nuca y sus caras, grabadas en mi retina." Aseguró a la cadena SER que podría reconocer sus caras pese a que les vio muy poco: "Me decían que no me girara porque si les veía la cara me iban a matar".

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