Tribuna:

Todos culpables

Voces procedentes de diversos ámbitos coinciden estos días al proclamar una especie de culpa universal en la que todos habríamos incurrido por no saber, no poder y hasta no querer evitar los crímenes de ETA. En pastorales de obispos, dibujos de humoristas, entrevistas, artículos y conferencias de personas relevantes, turbadas por el recuerdo y la visión de las víctimas y urgidas por el sentimiento de que algo hay que hacer al respecto, se afirma que todos somos culpables e incluso se nos invita a pedir perdón a los muertos. La culpa, que una sociedad laica no puede atribuir más que a sujetos i...

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Voces procedentes de diversos ámbitos coinciden estos días al proclamar una especie de culpa universal en la que todos habríamos incurrido por no saber, no poder y hasta no querer evitar los crímenes de ETA. En pastorales de obispos, dibujos de humoristas, entrevistas, artículos y conferencias de personas relevantes, turbadas por el recuerdo y la visión de las víctimas y urgidas por el sentimiento de que algo hay que hacer al respecto, se afirma que todos somos culpables e incluso se nos invita a pedir perdón a los muertos. La culpa, que una sociedad laica no puede atribuir más que a sujetos individuales, vuelve a definir como en la Biblia un estado, una situación de la humanidad: todos seríamos culpables, todos tendríamos que pedir perdón, aunque sólo unos pocos hayan cometido el delito.Contaminar cuestiones políticas con conceptos y actitudes que proceden del vocabulario religioso es la mejor manera de perder el rumbo para llegar a eso que llaman la paz. Por supuesto: no existe ninguna culpa universal; de nada se puede predicar que sea resultado de una culpa en la que todos habríamos incurrido. No hay, excepto en la Biblia, nada como un pecado de origen que nos hiciera a todos objetivamente culpables. Por eso, a quien nos propone asumir la parte de culpa que a todos nos corresponde en la persistencia del terrorismo, no hay más remedio que contestar: "Pues, mire usted, no; a mí no me corresponde ninguna parte de culpa en los asesinatos de los concejales del PP".

Ni a mí ni a ese sujeto que sin ser universal es colectivo y a quien Margarita Robles denomina "los políticos". De los obispos se podía esperar que al ir esparciendo culpas a voleo, algunos puñados cayeran desde cada una de sus pastorales sobre las cabezas de los políticos que todo lo echan a perder; no por casualidad los obispos suelen coincidir con los taxistas en cargar sobre esa raza corrupta lo mal que va todo en el mundo. Pero de una exresponsable de Interior, que ha ejercido y ejerce en política, no es admisible tamaña frivolidad moralizante. Uno puede quedarse muy satisfecho consigo mismo al pronunciar palabras de condena aparentemente graves y profundas, del tipo de que los políticos tienen la culpa y cosas así. Pero con ésas no se avanza ni un milímetro en la definición de los problemas, ni en su comprensión ni en las posibles vías de solución. Y si con la búsqueda de culpables colectivos no se adelanta nada, con decir que "algo está fallando en la estructura de la sociedad" se acaba por confundir todo. Desde los tiempos más remotos de los que hay noticia, en estructura de la sociedad siempre falla algo, pero no por eso empuñamos todos las pistolas para ir matando por ahí a concejales desarmados.

Tú y yo, los políticos, la estructura de la sociedad: de la búsqueda de cualquier culpable colectivo sólo pueden derivarse consecuencias perversas. La primera es que el demócrata, al sentirse también culpable de las muertes, se desarma moralmente y pierde de la manera más tonta la superioridad política que corresponde a su posición. Si asumiéramos, como propone Robles, "la parte de culpa que nos corresponde" a todos nosotros; si ante el recuerdo de las víctimas todos nos decidiéramos, como propone Máximo, a pedir perdón, lo único que lograríamos sería engrosar una procesión de penitentes condenada a dar vueltas sobre sí misma en un círculo sin fin.

Pero más perverso que el desarme moral del demócrata es el engreimiento político del totalitario que se deriva de este retroceso al postulado de una culpa universal. El verdadero culpable es ETA, admite Robles, pero si la responsabilidad por la persistencia del terrorismo se disuelve en un magma en el que estamos tú y yo, los políticos y ese ente de razón que es la estructura de la sociedad, entonces al que decide matar siempre le quedará el recurso de encogerse de hombros ante las consecuencias de sus actos. Pues cuando la culpa es universal, también las víctimas son culpables.

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