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La izquierda y el Estado

La socialdemocracia ha recuperado el poder en la mayor parte de los países europeos -está a punto de hacerlo en Alemania, el último bastión de la derecha-, pero las ideas dominantes en todos los ámbitos sociales -y esto es lo que cuenta- siguen siendo de derechas. Vivimos dentro de la cultura de derechas, que en el mundo de las ideas convive incluso con la extrema derecha, así como en los setenta la izquierda, al menos en el discurso ideológico, se aproximó a la extrema izquierda. Más que de partidos monolíticos de derecha o de izquierda -los que gobiernan se quieren siempre de centro- hay que dejar constancia de periodos de izquierda, en los que prevalecen ideas y sensibilidades de izquierda, y otros de derecha, en los que pasan por incuestionables valoraciones y supuestos provenientes de este ámbito.Los partidos no hacen más que adaptarse a los signos de los tiempos. Los sesenta y los setenta fueron de izquierdas, incluso allí donde gobernaba la derecha, así como los ochenta y los noventa lo son de derechas, aunque haya cada vez más gobiernos, monocolores o en coalición, formados por partidos de izquierda.

Las ideas dominantes no son siempre las de la clase dominante -por mucho que el joven Marx se hubiese empeñado en lo contrario- y, desde luego, no lo fueron en los sesenta ni en los setenta, cuando en Europa prevaleció una cultura de izquierda que, en sus dos versiones opuestas, comunista y socialdemócrata, se desplomó junto con el bloque socialista, sin que hasta ahora haya surgido una alternativa, acoplada a las nuevas circunstancias. Tratar de revivir la vieja izquierda, en cualquiera de sus versiones, es condenarse de antemano al fracaso. Nos hallamos en una situación de tránsito en la delimitación de los linderos que separaran la izquierda de la derecha, que se hace patente en el trastrueque de posiciones que se evidencia en la distinta valoración del Estado.

En la pasada centuria la izquierda revolucionaria anunció que se acercaba el fin del Estado, a la vez que la derecha conservadora, ante la idea subversiva del fin del Estado, construyó como la forma de su legitimación, principalmente en Alemania, la noción de Estado de derecho. Hoy, en cambio, la izquierda residual es estatista y defiende al Estado como pivote irrenunciable de un orden social, democrático y de derecho, mientras que la derecha ultraliberal, en su utopía de un mercado mundial sin trabas ni regulaciones, cree asistir con alborozo a un vaciamiento del Estado que preludiaría su próxima desaparición. La izquierda ha pasado de una concepción de la democracia que se mostraba incompatible con el Estado -anarquistas y marxistas coincidían en que la realización de la democracia conlleva la desaparición del Estado- a una que lo necesita como soporte imprescindible. El fin del Estado, tal como lo concibe una derecha ultraliberal que no reconoce otra realidad que el mercado, y en ello hay que poner especial énfasis, comportaría el de la democracia, al menos tal como hoy está establecida.

Lo engorroso es que si la izquierda persiste en su estatismo económico tendrá que concluir lógicamente que sería deseable la vuelta al control estatal de la economía, con toda la inverosimilitud de esta propuesta, además de los riesgos conocidos. Pero si abandona al Estado como el instrumento de acción deja sin base al Estado de bienestar y a las instituciones democráticas. Si para huir de estos riesgos la izquierda prefiere acomodarse a la política económica que impone la internacionalización de la economía y restringe la política social a las actuaciones que permita la economía realizada en este contexto en nada se distinguiría, salvo tal vez en el discurso propagandístico, de la que practica la derecha.

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