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El cartel de «no funciona»

El cartel con el característico mensaje de «no funciona» es el que hoy debiera colgar de la puerta de la mayor parte de los institutos franceses. La escuela, junto con el Ejército y los sindicatos, eran históricamente los tres «ascensores» de la República Francesa. De ellos, y propiamente de su capacidad para permitir el ascenso de los mejores, dependía la salud del país, de su modelo social, una «meritocracia universalista».Cuando la permeabilidad social se diluye o desaparece, es decir, cuando el Ejército se profesionaliza y hacer el servicio militar ya no sirve para que el joven pueda aprender un oficio, «hacerse un hombre» o vivir durante un tiempo lejos de la agobiante familia; cuando el sindicato deja de acoger a todos los emigrados para integrarlos en una solidaridad laboral y nacional debido a que ya no hay trabajo que repartir; cuando la escuela ya no permite destacar a quienes más talento y trabajo dedican al estudio, sino que reparte títulos desvalorizados entre una generación que ha visto cómo algunos de sus miembros iban a clase con navajas o pistolas en el bolsillo; cuando, en definitiva, sucede todo eso, no queda más remedio que admitir que el «ascensor social no funciona».

Violencia escolar

La irrupción de la violencia en escuelas y los institutos de Francia es un elemento más de un proceso de degradación. Lo cierto es que, hasta hace pocos años, en París estaban algunos de los institutos más prestigiosos, pero esos centros, al margen de acoger a los hijos de la élite que vivía y vive en barrios determinados de la capital, también ofrecían luego a los mejor calificados de todo el país cursos preparatorios para ingresar en las llamadas Grandes Écoles o Écoles Superieures. Eran un trampolín relativamente abierto a todos. Y en las otras ciudades o barrios, el nivel medio de la enseñanza era uniforme, y nadie se sentía discriminado por el hecho de pasar el Bac en Nantes en lugar de hacerlo en París.Hoy día, el instituto ya no puede asegurar ese nivel medio uniforme. Cuando sus locales reciben un porcentaje muy elevado de hijos de emigrantes recientes, están en zonas en las que los índices de paro y miseria son altos o en las que la mezquita ha sustituido al sindicato como identidad colectiva, los problemas se multiplican. Los niños y adolescentes no hablan en francés ni en casa ni con sus amigos, a menudo no tienen ante sí un modelo o ejemplo familiar y el sistema de valores no se sostiene cuando sólo la ilegalidad o la delincuencia permiten subsistir.

Todo ese malestar y desarraigo invade los institutos franceses, las bandas proliferan, la violencia se extiende y las familias más acomodadas no tardan en cambiar de barrio y de centro escolar para sus hijos, con lo que se refuerza un círculo vicioso.

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