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El primer teatro de calle

¡Es difícil decirle adiós! Es ya la segunda vez en que no puedo, que me resisto a decir adiós a alguien que se acaba de largar sin apenas avisar. Y ya me lo han hecho dos personas muy queridas en mis cuatro últimos años. Ni Luis, ni Luciano me dieron la oportunidad de darles la moneda para que cruzaran la maldita laguna. De todos formas, hubiera sido igual: se la habrían gastado antes de que llegara el barquero. Porque ambos eran dados, por suelto y en su conjunto, a aprovechar el tiempo al máximo, a no terminar los días, y sobre todo las noches, a las horas que el resto de los mortales temerosos de los distintos dioses que nos gobiernan llegamos a la conclusión que si tempus fugit y por lo tanto carpe diem ¡yo ya estoy que me caigo! A Luis Iturri le conozco desde que estudiaba en Deusto y yo daba mis clases de informática para los que odiaban la informática en la Comercial. Él creo que estudiaba Derecho, realmente no se para qué, puesto que en el único papel que le veo es el de Charles Laughton en Testigo de cargo; lo hubiera bordado y hubiera conseguido que absolvieran al mismísimo Wilder, el director de la película. Porque para mí Luis siempre ha sido la pasión por el TEATRO, por la dirección y por la representación. Era un gran fabulador, era un gran actor que cuando se proyectaba en lo cotidiano se desmelenaba en histrión; como debe ser, como son todos los grandes representadores de las vidas ajenas queridas como propias. Yo creo que la primera actuación que le vi fue en la Universidad en uno de aquellos días en que el franquismo desorejado no aguantaba la más mínima objeción a su política. Habíamos salido "los sospechosos de costumbre", entre los que estaba Luis Iturri, a dar los cuatro gritos reglamentarios y a cantar aquello tan emotivo de "no nos moverán" mientras retrocedíamos a paso de carga ante la ídem de los policías también de costumbre. Yo le comentaba a Luis lo divertidamente contradictorio que era la canción y nuestro prudente, pero firme correteo. Debo decir que ni Luis ni yo, dado nuestro hardware y nuestras condiciones atléticas, fuimos los primeros en llegar al sagrado refugio universitario, pero a Luis le dieron con la puerta en las narices y se quedó fuera con algunos otros valientes y de bajo rendimiento deportivo. Cuando empezaron a llover los palos, Iturri se volvió hacia la pasma se abrió de brazos y les endilgó unas frases llenas de "todos somos pueblo" y cosas así con tal entonación y estro que los guardias detuvieron su ímpetu y con un "bueno, bueno chaval" se retiraron a la distancia reglamentaria. No puedo jurar si fue la entonación escénica o fue que sencillamente estaban cansados, pero sí tengo que reconocer que fue el primer teatro de calle realmente emocionante, espléndido y efectivo. El resto del tiempo ha sido mi gran amistad con él. Ha sido el agradecerle que tuviera el valor y la inteligencia para formar sus grupos de teatro. Ha sido admirarle por Luces de bohemia, su primera obra seria (muy seria; no me acuerdo ahora si El rehén fue antes o después) y por su renovación de Romulus donde volvió a ser dirigente y actuante. En medio, toda su dedicación a Bilbao y al que siempre será su teatro, el Arriaga. Y toda su vida corta, cortísima, pero yo creo que feliz; mucho más que la de Francis Macumber. Y en el final el recuerdo, los recuerdos que desde ahora nos alimentarán. A mí y a mis otros queridos amigos de nuestra desencajada y anárquica, pero magnífica Tertulia de los 17 a la que Luis Iturri perteneció desde siempre. Si, se me ha ido el amigo sin avisar, pero por lo menos se ha dejado la luz de la escena encendida.

Más información
Iturri, "el grande". La presentación en Aquisgrán de su montaje de la ópera "Don Sebastiano" cierra la trayectoria de Luis Iturri
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