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Tribuna
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Oxígeno

Los amantes de la vida, "los hombres (y mujeres) para quienes el mundo anterior existe", que decía Teófilo Gautier, contemplábamos alborozados, hace justamente un mes, el "colorín" de este periódico sobre cuya portada campaba el artículo "Doñana, renace el paraíso", nos adentrábamos en sus páginas y descubríamos otros gozosos epígrafes, "Estallido de vida" o "Doñana, como nunca", leíamos los esperanzados textos de Rafael Ruiz, comentábamos admirativamente las magníficas fotos de Antonio Sabater. Se nos esponjaba el alma.Y ahora, a tan pocos días vista, Doñana y su entorno han sufrido una pavorosa devastación. Aún no se han evaluado adecuadamente sus últimas consecuencias por lo que se refiere al meollo de la reserva ecológica pero, conociendo el paño, nos temenos lo peor. ¿Fue de una catástrofe natural, inevitable, "divina"? No. Fue una barbaridad industrial, evitable, humana, la ruptura "por corrimiento de tierras" (¡y ya está!) de la presa que contenía, y es un decir, los deletéreos vertidos tóxicos de las minas de Aznalcóllar. No han dimitido ni la señora ministra Tocino ni el señor presidente de la Junta de Andalucía, señor Chaves. Y hoy leo cosas increíbles, como la noticia, expresada en tono encomiástico, de que al fin, tras cinco días de peleas y reproches, Gobierno y Junta han "firmado la paz". ¡Ah, y el señor Chaves ha pedido públicamente perdón, una moda que avanza imparable pero no nos sirve para nada. Preferimos las dimisiones.

Y no, no me estoy creyendo que esta columna va destinada a El País Andalucía, ojalá tuviera un mecenas por allí abajo. Lo que sí creo es que, en la "aldea global" (menos para la distribución de la equidad, la justicia, la comida, la riqueza), todo repercute en todo. Y que, evidentemente, cualquier merma de belleza, oxígeno, agua, vida, nos afecta a los madrileños, y a nuestros hijos, y a los nietos.

Se quemó Malaisia, se quema Borneo y, mientras Roraima ardía, yo trataba de convencer al jefe de Parques y Jardines del Ayuntamiento y a sus compañeras, como un tontín, de la futilidad y absoluta falta de justificación de las podatalas rituales aplicadas en, y a, Madrid. Allá en las selvas primigenias se estaban destruyendo toneladas y toneladas de oxígeno, se las estaba reemplazando en la atmósfera enferma del planeta Tierra por toneladas y toneladas de humos tóxicos. Acá, en la contaminada urbe de Madrid, en vez de arrumbar para siempre sierras y escaleras mecánicas ante la enorme catástrofe, se continuaba desmochando con más entusiasmo que nunca, más antiestéticamente, más inútilmente que nunca. O, en otras palabras, se seguía mermando volitiva y estérilmente el oxígeno más próximo y asequible, el más fácil de proteger y controlar adecuadamente, el producido por los árboles madrileños.

El asunto no es nada fútil. Un periodista de EL PAÍS fue invitado a la jornada de "Defensa del árbol urbano", no como otros, y el 16 de enero escribió en este periódico, entre otras cosas, lo siguiente: "Si se tiene en cuenta que un plátano de doce metros de altura, de esos que pueblan numerosas calles de Madrid, en periodo de vegetación produce cada día 1,7 metros cúbicos de oxígeno, tal defensor (del árbol) no sería otra cosa que un auxiliar del Defensor del Pueblo".

Una vez terminada la trascendental reunión, cada mochuelo volvió a su olivo: los periodistas a su periódico, los ecologistas y sindicalistas a sus respectivas sedes... y los podadores, a podar. Por cierto que don Santiago Romero me aseguró el día de nuestro encuentro, no menos trascendental, que todos los grupos habían aprobado la poda por unanimidad. No me informó, en cambio, sobre el calibre del destrozo pactado, ni yo tuve la ingenuidad de preguntarle si hubo razones políticas tras el apoyo de alguno de los grupos presentes. Pero yo sé algo de eso.

Ahora, en la pospoda, ya no se habla de Roraima. ¿Se han consumido totalmente sus selvas, se consiguió cortar el pavoroso incendio, dejó de interesar a los medios al perder la novedad? Y parece que nuestros lectores guardan también silencio ante el controvertido tema de la poda. ¿Resignada aceptación de los hechos consumados?

Cualquier silencio es cómplice, y yo no me pienso callar.

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